En las máquinas no hay estímulos, siquiera molestos o dañinos (II)

Con este tema inicia una segunda tanda de artículos sobre la inteligencia artificial (en adelante se abreviará IA), los cuales continuarán la inquietud mostrada en la primera parte. Desde luego, así como es un argumento bastante tratado en nuestra época, también es un aspecto de la vida humana, que, antes de hacerlo ceder a pretensiones no aptas a ella, más bien insistir en la ayuda que pueda facilitarle, y ésta sin discriminaciones.

Por ende, las máquinas no padecen ni tienen estímulos en sí mismas, únicamente el hombre los padece, los tiene, y sólo él puede adjudicarlos a aquellas. No cabe duda que, aunque la tecnología relacionada a la IA ha alcanzado más perspicacias, extendida con rigor a la naturaleza, no agota las posibilidades que ésta contiene, y el fervor de hallarlas por la inteligencia humana ni disminuye ni desaparece. Por supuesto, ver una máquina, robot, reaccionar a estímulos, crea una impresión en el hombre que de momento el robot no percata. Esto enfatiza el significado del título de este análisis.

Describir las máquinas como algo que no debe ser es una contradicción y colma el capricho del “relativismo subjetivo” (Torres Queiruga, Andrés, Repensar el mal, 105), que busca darle al efecto –al robot– todo lo producido y propio de la causa viviente humana, inteligencia, sentimiento (estímulo) y voluntad. De este modo, la calificación de la causa es unívocamente análoga con el efecto. De hecho, el robot —me referiré principalmente a éste— tiene existencia objetiva luego de la producción, y no es una pura negatividad, pero otorgarle estímulos propios por los que sonríe o llora es una instigación, una ofensa a los sentimientos exclusivos del hombre.

La actuación de una cualidad, del sentir llana y cabalmente en el hombre, no es carencia o “un debería tenerla”; es una posesión concreta, mejor aún autoposesión, en la que la marcha del acto de equilibrio es una realización normal suya. A ello le imprime intensidad, y ésta hace notable la fundación de una carencia —lo que no es humano— en el robot, y una liberación en éste de una necesidad, es decir, de lo que humanamente el hombre no puede alcanzar. Por supuesto, no se trata de eliminación, sino de complemento.

Teniendo en cuenta estas aclaraciones, el tema busca elucidar el carácter dinámico de la realidad humana y el anhelo de plenitud que la caracteriza; sin embargo, aunque las invenciones en robots, teléfonos, computadoras, son variadas, apreciando lo a continuación con esmero, las mismas centran en que la finitud sea vivida en cuanto que humana e, intrínsecamente, tampoco establezca el conformismo a una limitación quieta, o a una aspiración que continuamente tropieza con ella, y aun así la desatiende o pretende excluirla, porque avanza demasiado a su modo –finitud humana– y no al talante de los proyectos de la ciencia y la tecnología.

  1. La tentación de hacer‑ser humano lo que normalmente es un robot

En esto aprovecha acudir a la conciencia creciente (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 112), pues, ella asegura: existe un tipo, con características propias, que tiene rasgos semejantes labrados no originalmente, sino mecánicamente. Esto es antropomorfizar (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 113 nota 2) al robot, y no por un desajuste terminológico, por absurdo o sinsentido, sino por una consideración puntual; que, no siendo inhumano el robot, —a no ser que así lo dispongan en el logaritmo básico—, no pueden llamarle como el propulsor de respuestas teórico o prácticas salidas de una conciencia expresa.

Por eso, la conciencia expresa humana elabora por sí misma su propia coincidencia en la confrontación de las dificultades peculiares; incluso es consciente en ello de perder en exceso el tiempo o de malgastar energía en un trabajo improductivo.

La tentación de hacer-ser humano lo que normalmente es un robot erige un desafío actual. Ignorar esto, no es lo que verdaderamente interesa. Interesa verdaderamente aclarar que lo humano es más eficazmente posible en lo humano. Esto no es un extraño arrebato (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 112) tampoco un refinamiento teórico, pues la cuestión está en la carga emotiva y en el calor polémico generado por la indiferencia ante la opinión: hombre = robot. El hecho del sufrimiento real (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 117) lo padece el hombre, el robot ayuda a aliviarlo o a apurar el desenlace. En efecto, el robot ante el mismo da estrategias particulares, pero la lucha contra los males concretos es tarea humana; porque en ella el hombre convierte el dolor «en fuente de solidaridad con todos los que comparten este sufrimiento y en desafío para la iniciativa y la imaginación creadoras» (PUEBLA, 279, 95).

Sin duda, el cinismo no está en el robot, sino en quien lo creó para imitar tan bien los gestos del ser humano; entonces, excluyan el cinismo del robot y llévenlo a quien sí sabe aplicarlo. Por supuesto, el hombre reduce de forma práctica el dolor, porque de éste no pierde automáticamente el entendimiento (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 118); «el sufrimiento –recalca Torres Queiruga afín a lo citado del documento de Puebla– no es ante todo una cuestión teórica sino que debe estar primariamente movido por un interés de ayuda y liberación efectivas» (Torres Queiruga, A., Repensar, 119). Cierto, el robot es una posibilidad de ayuda, pero el consuelo, el altruismo, la empatía, es esencialmente de persona a persona. De hecho, la máquina, el teléfono no es mediocre, el hombre sí y puede cerrar los ojos ante la mediocridad. Sin embargo, el aparato lo inspira para que de él y otras cosas piense claramente.

Evidentemente, la resistencia es a la tentación de hacer-ser humano a lo que normalmente es robot. Indudablemente, a muchos parece extraño, pero es un desequilibrio que está profundizándose en la cultura moderna. Claro, no abolo la innegable insuficiencia de la humanidad, sino la flojera suya, o la comodidad, o las demasiadas tareas, por las que están dejando al robot lo que es ocupación del viviente humano racional. Por eso, la visión debe volver al equilibrio para reanudar la actitud solidaria.

Esquivar las sustituciones del hombre por la máquina es un tema al que presentan como poco relevante, pues esto lo defienden con una sobornada costumbre, pero asimismo existe la legitimidad de buscar una explicación. Antropomorfizar al robot es justificar al hombre comportándose como ése, entonces lo inexacto está llegando a ser una identidad, obvia. No obstante, observamos hombres que corporal y anímicamente gritan de dolor, y no máquinas o robots. Ante tal dolor ni el más apático, insensible, ruin de sus semejantes, prescinde de los servicios de la razón (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 121), para siquiera ofrecerle una palabra.

La humanidad, sin duda, es mucho más modesta que la tecnología, pero indispensable para que exista. La explicación de lo indispensable es limitada, precaria, pero responsable de los progresos. Por ejemplo, ve los perjuicios pasados, I o II Guerra Mundial, campos de concentración, genocidios, etc., con la esperanza de prevenir los futuros (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 127). No obstante, la imitación irregular, lo poco transparente, está llegando a ser tan obvio que ya será normal que un hombre salga al parque agarrado de la mano con una muñeca robot.

Esto instituye un salto irracional (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 123), generador de desconfianza en la razón, el cual mantiene la sospecha ante la suficiencia de la inteligencia misma. Por eso, vencer tal sospecha requiere compromiso humano y luego rigor racional (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 124), pues, ello es una opción intelectual de la inteligencia finita que aprecia la autonomía de la razón, pero previene de sus abusos (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 124-125). De hecho, la tecnología ha de estar caracterizada por una profunda autocrítica, porque ante su complejidad también ha de enseñar las propias limitaciones. Realmente, el hombre tiene conocimiento de la propia conciencia de humanidad; puesto que, su inteligencia es finita y, en tal sentido, lo tecnológico es finitamente bueno, finitamente absoluto (cf. Torres Queiruga, A., Repensar, 126).

En fin, sobre la “tecnocracia” ofrecen esta reflexión a la que considero pertinente a este capítulo: «una especie de ingeniería social puede controlar los espacios de libertad de los individuos e instituciones, con el riesgo de reducirlos a meros elementos de cálculo» (PUEBLA, 315, 102).

Bibliografía

Aa.Vv., PUEBLA. La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, TRIPODE, Caracas, 1979, 247.

Torres Queiruga, Andrés, Repensar el mal. De la ponerología a la teodicea, Trotta, Madrid, 2011, 372.

 

 21-01-24

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.