Por: Fernando Luis Egaña
La satrapía roja, primero con Chávez y ahora con Maduro, ha montado un aparataje de “seguridad” típico de los regímenes autoritarios, porque ese aparataje no es para cuidar la seguridad de los ciudadanos, sino para garantizar la impunidad de los jerarcas y para vigilar e intimidar a la gente y tratar de que tiren la toalla en la lucha por sus derechos.
Es obvio que a la llamada “revolución” no le importa mucho el tema de la inseguridad y la criminalidad. Porque si en verdad le importara, entonces el número anual de homicidios en estos casi 15 años no se hubiera multiplicado de 4.500 a más de 20.000. Tan sencillo como eso.
Y lo mismo puede decirse en relación con la multiplicación de robos o secuestros o prácticamente cualquier tipo delictivo de gravedad. No por nada es que Venezuela se ha transmutado en uno de los países más violentos del mundo durante el siglo XXI.
Si a la “revolución” le importara la seguridad de los venezolanos, no habrían improvisado cerca de 20 “planes de seguridad”, cada uno más sonoro y fallido que el otro. Y sobre todo no acosarían y hasta desarmarían a las policías de estados y municipios que son gobernados por figuras de la oposición, en una demostración crasa de discriminación política y desprecio por la ciudadanía.
En fin, la tragedia que significa la explosión continuada de violencia criminal que asola a Venezuela, no habría podido ocurrir si el Estado nacional se interesara y se dedicara a salvaguardar la seguridad de los venezolanos y sus bienes.
Y a la par de semejante situación, nos encontramos con otra no menos grave: el montaje de un muy costoso aparato de “seguridad de Estado”, o seguridad para el Estado, al estilo del G-2 cubano y seguramente monitoreado por éste, cuyo propósito es espiar, atemorizar, controlar y reprimir a todos y a todo lo que pueda significar un riesgo o una amenaza para el continuismo de la satrapía.
Y ese aparataje también cuenta con la dimensión para-estatal o para-policial o para-militar, de las bandas oficiosas que hacen parte del trabajo sucio pero sin comprometer oficialmente a la jefatura gubernativa. Todo lo cual forma parte de la ambigüedad y disimulo que caracterizan el proceder del poder establecido.
Y si bien la satrapía es consagradamente incapaz para la gobernanza afirmativa, en cambio sí es ducha y habilidosa para el espionaje, el chantaje, la represión selectiva y todo aquello que tenga que ver con la dominación política del Estado y la sociedad.
En nuestro país, la aspiración nacional de un Estado de derecho y de justicia ha sido suplantada por la de un Estado espía y hampón. Y para que no falte el consabido cinismo rojo, ello se justifica en nombre de los derechos humanos y la redención social…
Y esa realidad instiga y ampara la violencia, la impunidad, la corrupción y el poder ilegítimo que se empeñan en imperar sobre la nación venezolana. ¿O acaso me equivoco?
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