Con Fundamento: La «Ballena» y el ´Santísimo: Cuando el poder se opone al Todopoderoso

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

El poder se ha vuelto contra lo Trascendente y se ha afirmado como algo autónomo. La concepción del Estado moderno como realidad absoluta, que se autojustifica y que es supuestamente la que confiere dignidad al hombre, expresa de modo significativo el punto más álgido de la realidad moderna.

…No estamos aun libres de esta concepción del Estado: el Estado, fuente y origen de todos los derechos, goza (o pretende gozar) del privilegio de tener un derecho sin límites.

Luigi Giussani. El yo, el poder y las obras

Hasta la confusión e incertidumbre tan sombrías como las está viviendo la sociedad venezolana, en este primer cuarto de siglo, pueden tener en ciertos aspectos efectos muy positivos. Así, mientras el mundo posmoderno parece elegir entre la indiferencia hastiada y escéptica de una cultura occidental casi robotizada, o el terrorismo exasperado y suicida del yihadismo islámico, el dramático percance de los venezolanos nos ha despertado una excepcional sensibilidad ante la realidad que se traduce también en buscar el sentido trascendente de la misma. Ello se ve con agudeza en el generoso heroísmo de los más jóvenes. Un adolescente venezolano puede amar el reggaetón y el rock, ser devoto del celular y los vídeo-juegos, como todo muchacho del mundo hoy; pero al mismo tiempo percibe claramente la gravedad de los peligros que amenazan a su familia y su nación con el demente experimento político ideológico que se apoderó de nuestra historia, decidiendo sin titubeos asumir el más serio compromiso con la realidad. Ellos dan la vida y actúan como valerosos garantes del futuro. Por otra parte, es evidente la renovación del fervor religioso que hoy arde en el corazón de nuestro pueblo. La asistencia a misa dominical y eventos de devoción popular rompen récords. Y se puede decir esto no solamente en lo que toca a los fieles; la actitud y el desempeño de los eclesiásticos han cobrado profundidad y ardor sin precedentes, de modo que sus significativos gestos, y sus prédicas, son atesorados por el pueblo que les aplaude y les sigue sin vacilar. El nombramiento del más reciente Cardenal venezolano, Baltazar Enrique Porras Cardozo, valiente Arzobispo de Mérida de lúcido compromiso con el bien de los venezolanos, conocido por su ejemplar antagonismo a las pretensiones del poder, fue saludado como promesa de liberación y victoria. Cuando se escriben estas líneas, arriba a la diócesis emeritense la noticia del nombramiento del padre Luis Enrique Rojas, popular párroco de El Sagrario, principal centro eclesiástico de Mérida, como Obispo Auxiliar. El estallido de gozosa esperanza suscitado con este hecho es conmovedor.

Tal perspectiva no es ajena al grupo que, como escribió Luigi Giussani, goza del privilegio de tener un derecho sin límites. Los más jóvenes son blanco especial de las armas con que se ordena reprimir las manifestaciones del creciente descontento, de forma que entristece el elevado porcentaje de menores de edad o jóvenes estudiantes entre las más de setenta víctimas letales de las acometidas contra las protestas, o la cantidad de muchachos que languidecen aislados en mazmorras, sometidos a vejaciones y torturas. Los sacerdotes y la jerarquía eclesiástica también están expuestos a vigilancia, insultos y permanentes campañas de desprestigio. Ha sido histórico como, a través de manipulación de redes sociales y titulares noticiosos, en una prensa sometida por el gobierno, se ha querido imponer la falaz imagen de supuesta ruptura entre la Conferencia Episcopal Venezolana y la Santa Sede en la persona del Papa Francisco.

Por ello, lo acaecido el pasado sábado 17 de junio en nuestra vía pública, con ocasión de la gran procesión y misa de Corpus Christi al aire libre convocada por la Arquidiócesis, cobra significado emblemático. El poder decidió obstaculizar el paso de la misma, presidida por el Santísimo en su Ostensorio. Esta vez, el usualmente desproporcionado despliegue represivo, se vio desproporcionadamente irrisorio, ante la marea humana que rodeó y esquivó barreras, piquetes armados, y la infame y negra “Ballena” con la que las fuerzas del supuesto orden acostumbran intimidar y hacer retroceder al pueblo. Impávidos y seguros, decenas de miles de merideños convergieron dando forma a una prodigiosa y ferviente armonía, desbordante de emoción y alegría, y con el unánime anhelo, en sus plegarias y cantos, de dejar atrás este sombrío régimen. Presidida por el Cardenal Porras, cuya homilía sintetizó el dolor y la segura esperanza de tantos fieles, suscitando un atronador aplauso, la ceremonia centrada en la presencia de Cristo Sacramentado fue una lección para quienes pretenden permanecer en el poder morando en la oscuridad y usando la ilegalidad y la violencia.

Quien escribe sabe que muchos de los peones de la represión aún viven la fe y el temor de Dios. Quizá en el vientre mecánico de la Ballena, un conductor experimentó la reticencia a cerrar el paso de Jesús Sacramentado, y un hilo de aprensión hizo temblar al policía oculto en la hostil armadura, cumpliendo órdenes contra sus propias creencias. Hay que elevar una plegaria por estos corazones presas de tales emociones para que, siguiendo su genuino sentir, terminen por oponerse a reprimir lo irreprimible. Hay además que argumentarles: la historia demuestra que nada puede el poder contra el Todopoderoso.