Con fundamento: Lo que es del César

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?
Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario.
Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?».
Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». (Mateo 22)

Es una Lectura –la del pasado domingo 22- donde encontramos armonizados hábilmente, con la divina astucia de Jesús, lucidez moral y sabiduría política. Aparentemente atrapado entre la supuesta rectitud de los fariseos, celosos opositores a la dominación romana quienes sin embargo no hacían nada para combatirla, y la vigilancia servil de los herodianos, afines al rey colaboracionista que en todo intentaba congraciarse con el emperador César, el Nazareno habla tranquilamente y los deja boquiabiertos, desarmados. En respuesta a la trampa echa mano de la más palpable y simple realidad: una moneda, y en lugar de enfrascarse en discusiones de áspera teología moral exhibe Su demoledora y práctica sensatez.

Dentro de la fraudulenta dinámica implantada en la Venezuela chavista, hemos visto proliferar el tipo de dilema que los hipócritas presentan a Jesús en el Evangelio. Como en el dicho popular: “Si me pela el chingo, me agarra el sin nariz”. Los demócratas (hablo de los verdaderos, pues hay lobos vestidos de oveja), intentan luchar lo más eficientemente que pueden, en un campo de batalla donde enfrentan, por un lado, un poder hegemónico respaldado con las armas y asesorado por las mentes más mañosas y pérfidas que los petrodólares y las riquezas del Arco Minero puedan pagar y, por el otro, la legión de antipólíticos moralistas quienes, escondiendo a veces intereses inconfesables, aúllan en las redes y los medios, criticándolo todo en pro de un desenlace supuestamente inmediato, de cuyo procedimiento no parecen tener la menor idea. Sus logros hasta ahora han sido una legión de valiosos muchachos sacrificados o aprisionados y un provechoso prestigio personal, logrado más que todo con el desprestigio de los demás, pues la casi unánime reacción internacional se la ha ganado la dictadura misma.

Así pues, quien se echa encima cualquier responsabilidad más o menos clara, comprometiéndose con alguna estrategia de lucha, acertada o no, en Venezuela, debe saber que tendrá que zigzaguear en un campo minado con explosivas emboscadas del gobierno o de los extremistas opositores. Hasta ahora, en lugar de la liberación del país, se ha obtenido la destrucción de no pocos líderes, se ha llegado a la agravada situación de un pueblo que en el fondo parece poco tomado en cuenta, y se ha favorecido la actuación de un gobierno cada vez más descaradamente dictatorial, arbitrario y represivo.

Por ello viene al caso el Evangelio citado. En este momento los pocos pero meritorios logros alcanzados en las míticas elecciones regionales (diría que muy meritorios, dado el montón de obstáculos ilegales interpuestos por el venal Consejo Nacional Electoral), peligran entre la amenaza de estos herodianos de hoy: las hordas de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, crío de una convocatoria ilegal y un proceso viciado, y las amenazas y anatemas de los beatos extremistas que prefieren botar el bebé con el agua sucia. ¿Qué hacer en esta circunstancia? Hasta los políticos más ateos deberían mirar con el rabillo del ojo al sensato pragmatismo de Jesús, no paralizarse ante la maquinación de un lado y de otro.

En una Judea bajo el imperio de Roma, como en una Venezuela también sojuzgada, quien quisiera estar en la batalla final debería evitar el sacrificio inútil, el suicidio simbólico. El Redentor terminó en la cruz, se entregó voluntariamente (1 Corintios 1,18-25) cuando fue su momento y con un divino propósito, que incluyó vencer la muerte misma. No fue a caer en cuanta trampa le pusieron fariseos y romanos. Por cierto, en el episodio culminante de su vida terrenal, supo decir al arrogante gobernador romano que el poder de condenarle venía de alguien mucho mayor que el César mismo, que en realidad sólo estaba siguiendo al plan del Todopoderoso, por encima de extremistas, políticos, o mandamases.

No puedo predecir como procederán ante el dilema los gobernadores ya proclamados y quizá hayan actuado cuando aparezcan estas líneas, pero el drama no habrá terminado. Sé que nuestro destino es la libertad y el bien común. Cuando está en juego algo tan extraordinario, no podemos permitirnos el lujo de pensar con los genitales ni de morir en la víspera. Nosotros, consideremos bien nuestras reacciones y respuestas; permitamos llegar a la decisión apropiada, que un poco de sensata lucidez moral y sabiduría política no vendrían mal, en honor de la libertad de nuestra gran nación.
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