Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Una de las tentaciones que ha acompañado a la humanidad desde que apareció el homo sapiens, es la distraerse y ocupar el tiempo en “formas de vida desperdiciada”. Es decir, andar por las ramas, dejar de lado lo esencial y ocuparse de lo secundario. Hay quienes intentan distraernos y tratarnos como niños, ofreciéndonos cualquier cosa para que renunciemos a lo verdaderamente necesario: aquello que nos hace crecer en libertad y verdad.
Para poder vivir espiritualmente, los estoicos recomendaban “huir del olvido”. Es decir, caminar por el sendero una alocada búsqueda del divertimiento. Pan y circo, propaganda que hace ver que todos los males son responsabilidad de otros, del imperio, de los oligarcas, haciendo que olvidemos que la responsabilidad primera la tienen los que nos gobiernan e intentan que seamos dóciles corderos, amedrentados por la fuerza, la violencia y la sinrazón.
Para ser ciudadano es indispensable ser un sujeto libre, haber superado las incontables ataduras externas e internas, las múltiples dependencias de cosas, personas, ideologías, a las que somos tan proclives, cuando se enciende la emocionalidad irracional y se ciega la capacidad de pensar y actuar serenamente.
En Venezuela tenemos que huir del olvido. Guzmán Blanco se presentó como el gran civilizador y esclavizó al pueblo. Castro y Gómez ofrecieron restaurar el país y padecimos la más cruel de las dictaduras. Pérez Jiménez hizo algo parecido y buscó perpetuarse mediante un plebiscito amañado. Las esperanzas se abrieron con Chávez y el populismo y la ideología se ha llevado por delante el equilibrio de los poderes públicos, todos al servicio de una parcialidad. Ahora, se criminaliza toda manifestación pensando que acallando las voces, desaparece la angustia diaria. El resultado es que los derechos humanos se estrechan y el margen de ciudadanía es mínimo.
Nuestro país está en «grave dificultad», como lo dijo el papa Francisco en su mensaje y oración dominical. Y el sabio Einstein nos dejó esta perla: “Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar para superarla”.
No debemos olvidar que el país no comienza hoy con los cantos de sirena de un mundo mejor que nunca llega. Con violencia, represión y abuso no se construye nada bueno. Como ciudadanos y como creyentes tenemos la obligación de recordar que sólo lo que se hace mancomunadamente, sin exclusión es lo que deja fruto abundante.