Juan de Palafox

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

El Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México, lleva el nombre de uno de los grandes obispos que rigieron aquella diócesis en el siglo XVII. Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659) es uno de los personajes que encarna la complejidad y los vericuetos de la cultura hispana e hispanoamericana de su época. Hijo natural de padres de abolengo, prácticamente expósito pues fue abandonado por su madre pero rescatado por una familia humilde, vio la luz en Fitero (Navarra). A los pocos años su padre lo reconoció y le ofreció excelente formación humanística y religiosa. Se aficionó a los libros, las artes, los idiomas, estudió cánones y se doctoró en la Universidad de Sigüenza después de haber pasado por las Huesca, Alcalá y Salamanca.

Su padre le confió el gobierno del marquesado de Ariza y con el favor del rey Felipe IV ocupó los cargos de fiscal del Consejo de Guerra. Fueron años de vida cortesana pero en 1628 ante la enfermedad de su hermana Lucrecia y la muerte de dos amigos cambió su vida y tuvo una conversión radical que lo llevó a recibir la ordenación sacerdotal en abril de 1629. Sin embargo continuó en su carrera política y como capellán acompañó a María de Austria, hermana de Felipe IV y esposa del rey de Hungría, por Austria, Italia, Alemania y Flandes.

En 1639 fue preconizado obispo de Puebla de los Ángeles, y a la vez, visitador general de los reinos, tribunales y juez de residencia de los virreyes de Nueva España. La labor que desarrolló fue colosal. Visitó el inmenso territorio de su diócesis, reformó el clero, escribió numerosas pastorales, libros catequéticos y relaciones de viajes, artes y otras materias. Erigió colegios para indios y para jóvenes sacerdotes, dotó de cinco mil volúmenes la biblioteca llamada hoy palafoxiana, edificó 44 templos, concluyó la catedral y el trazado del caso histórico de Puebla. Y mantuvo una intensa vida de oración, penitencia y ayuda a los necesitados ¡Todo ello en nueve años!

La buena estrella que lo había acompañado por el favor real se le volteó y fue conminado a abandonar su diócesis y regresar a la Península y a la corte donde pasó cuatro años de ostracismo, hasta que fue nombrado, como una humillación, obispo del Burgo de Osma. Lo aceptó con agrado y en los últimos cinco años de su vida hizo tres visitas pastorales a toda la diócesis, reformó el cabildo, elevó el nivel espiritual de su grey y fue en extremo generoso. Además, escribió pastorales y libros. Falleció santamente el 1 de octubre de 1659.

El 5 de junio de 2011 fue beatificado y tanto en Osma como en Puebla se han celebrado numerosos actos litúrgicos y eventos culturales. Su elevación a los altares es el reconocimiento público a su vida como modelo a imitar tanto en lo espiritual como en su vasto conocimiento, amor y divulgación de los bienes culturales del viejo y el nuevo mundo.