La complejidad de la inteligencia humana y la artificial

Éste constituye el cuarto artículo de la parte II sobre la IA, titulada: en las máquinas no hay estímulos, siquiera molestos o dañinos. Así, estos renglones seguirán las acotaciones ofrecidas en los dos escritos anteriores, o sea, lo tecnológico es finitamente bueno, y, la hermenéutica generosa sobre la tecnología. Tales apuntes han sido publicados gracias a la colaboración del periodista Leo León y su página comunicacioncontinua.com.

Por ende, en lo correspondiente al asunto en cuestión, estudiar con cautela esta complejidad es prevenir la postura propia de un caprichoso progresista. La máquina ha tenido éxito en multitud de aspectos, pero por eso no es más compleja que la mente humana. El estudioso que observa con cautela esto, neurocientífico, psicólogo, investigador de la conciencia, científico de la conciencia, ingeniero robótico, impide este otorgamiento: darle a la IA una reciprocidad que no puede ser enfrentada.

En realidad, exclusivamente a la humana le permiten portar inteligencia exclusivamente humana. Ésta se aflige o la afligen, lo artificial imita ello por un mapa de controles algorítmicos, y, de hecho, auxilia, –ojo, no suplanta–, a aquella en la aflicción.

Ahora, a la IA no le incumbe el bienestar de la humanidad, indistintamente de los ricos o los pobres que la instituyen, pues la función de muchos de éstos, especialmente de los pobres, consiste en añorar el beneficio de aquella, y algunos garantes de la IA seguirán cuestionándose si los pobres poseen al menos una sola chispa de inteligencia (Cf. Popper, 2021, 62); mas, de otro lado, el rico que coloca en la IA una complejidad mayor que la humana, está siendo empleado y obediente a solas razones de propaganda (Cf. Iden).

Pueden decir que no tratan al otro con crueldad –entre comillas– pero en el fondo sí disimuladamente con desprecio; es eso una fingida abstinencia de humanidad. Entonces, mantenerse a salvo de tal desprecio es saber manejar, controlar, todo lo relativo a computación, web, robótica, IA, etc. Cierto, con esto no surge la afirmación de eliminar la prosperidad al mismo tiempo que la pobreza (Cf. Ibid, 63); pero la pobreza no tiene un acceso tan fácil a aquel manejo y control como algunos pretenden.

Las grandes invenciones en tecnología garantizan intereses económicos, empleos, pero, cobran esto ofreciendo y vendiendo la idea de que los robots, la IA, es preferente a la biológicamente humana, justificando a la vez no una formación, sino un adiestramiento en forma de formación, el cual muestra la superioridad de una complejidad copiada en relación a la original.

Por supuesto, quien engendra responsabilidades morales, superiores, en situaciones complejas es el ser humano. Por ejemplo, ¿puede demostrarse el mucho éxito que en un robot tiene la educación, lo intelectual, lo moral, lo espiritual? Sin duda, tiene una aptitud estable, un equilibrio computarizado, mientras que con el niño conviene saber lidiar el equilibrio entre lo arisco y lo generoso (Cf. Ibid, 66-67). En realidad, la complejidad del robot se mantiene intacta finitamente; y ante tanta exactitud la inteligencia humana queda perpleja, entra en un espejismo o momentáneo o duradero, y se pregunta si dicho objetivo, exactitud en el remedo de lo humano, emisión de sonidos, sonrisas, etc., lo halla dentro de los alcances humanos.

A tal espejismo tan exacto no le alcanzan entender desde una supersticiosa intolerancia (Cf. Ibid, 68), sería rebatir el desarrollo de un modo casi irracional, sino desde la descripción de una uniformidad estricta e invariable por la que la máquina no es una excepción de lo humano, estímulos y respuestas, sino algo que de momento (por el avanzado sistema) está más allá del control de un gran número de hombres y mujeres. He aquí la formación del espejismo, y, esquivando la malinterpretación de las buenas invenciones de los hombres, también confirma que ellas no llegan a ser contrarias a su naturaleza.

Los estímulos y sensaciones sentidas primeramente no son impuestos por elementos externos, porque si la raíz está fuera del cuerpo humano serían tan solo una “posibilidad abstracta” nunca alcanzada en realidad (Cf. Ibid, 74-75). El robot no cría estímulos y sensaciones, ni siquiera cuando con el control se le ordenen modificaciones en ciertas circunstancias excepcionales; más bien, esto lo vive el hombre, pues, por ejemplo, describe Popper, «las experiencias desagradables son los maestros que enseñan al hombre a adaptarse al medio que lo circunda» (Ibid, 75). Esta adaptación está respaldada con emociones, sentimientos, y una osadía de la voluntad preferiblemente antropológica.

Desde luego, esta determinación tiene vigencia, no en la sociedad, en las computadoras, sino en el ser hombre, y cuando está torcida él hace algo para rectificarla. Ineludiblemente, una voluntad defectuosa la mejora el hombre no el aparato, aunque éste contribuya. Ningún ser humano reemplaza a cualquier otro en esta tarea. ¿Pueden darle a un robot cualidades morales o inmorales? No, porque el robot compone una suma de chips, algoritmos, fibras especiales, etc.; al robot no le exigen responsabilidades, puesto que, «la naturaleza nos ha dado la facultad de alterar el mundo, de prever y planear el futuro y de tomar decisiones de largo alcance, de las cuales somos moralmente responsables» (Ibid, 77). De hecho, las responsabilidades entran en lo cibernético, en la web, en la IA, en lo robótico, únicamente con el advenimiento del concurso del hombre.

 

  1. La inteligencia artificial, ¿libera o esclaviza?

Liberar, quitar cadenas; no dejárselas imponer. Esclavizar, poner cadenas; dejárselas imponer.

No es la IA la que decide la esclavitud. En lugar de alterar la libertad la IA la protege absteniéndose de intervenir en las decisiones libres. Esto suena a acuerdo, pero, en el fondo, es un reposado y profundo reclamo.

Las decisiones en relación a la vida, a los hechos, en la IA tienen un significado cuando proceden del hombre. En él adquieren evidencia o certeza psicológica. La personalidad la labran los vivientes humanos en libertad, y esta realización adopta un modelo no artificial sino humano.

La mayoría ajusta la conducta a tal modelo de carne y hueso; la IA no se opone a tal adopción, tampoco desalienta, mas puede recrear tan exactamente un modelo pasado o reciente que podría desilusionar a quien lo ha elegido. Esto aclara, pero también complica y condiciona; sin embargo, «siempre es posible adoptar decisiones diversas y aun contrarias con respecto a un hecho determinado» (Iden, 77).

El hecho determinado biológicamente es el modelo humano, vigente en la realización de una personalidad; la desilusión radica en que la IA recrea perfectamente cada mínimo detalle de la persona modelo, (quien la sigue sabe ello), arrojando el resultado de una posible arbitrariedad; no obstante, en el hombre suena la voz de la conciencia preferible al mero remedo formal u observancia ilusionada de modelos exageradamente perfectos (Cf. Ibid, 80-81); de hecho, «la artificialidad no supone, en modo alguno, una arbitrariedad completa» (Ibid, 80).

Ahora, es inadmisible la concepción de que la IA hecha por el hombre es del todo incompatible. Todo lo artificial comienza con el hombre. Pero, si se acepta la IA exclusivamente por la presunción de estar respaldada en la autoridad humana, entonces se construye sobre una base débil. Desde luego, si se acepta, no porque obliguen a hacerlo con la lisonja y con una idea de paraíso terrestre artificial aquí, entonces es el hombre el que toma la decisión y soporta todo el peso de la responsabilidad.

La frase, si se acepta la IA sólo por la presunción de estar respaldada en la autoridad humana, indica que a lo humano le es imprescindible el medio natural y social. Lo artificial depende de éste, porque en él han encontrado planos y diseños.

El funcionamiento fisicoquímico, anatomofisiológico del cuerpo humano, más que suministrar informaciones, gracias a la cooperación de aparatos avanzados, ha aportado su finalidad esencial para que éstos mejoren. Sin embargo, esto no debe llevar a la falsa idea de que si algo es artificial, deberá ser totalmente arbitrario; de ser así difícilmente aclararían la distinción entre el culto al poder y los derechos de los débiles (Ibid, 83-84).

A una sociedad engolosinada con la IA, exclusivamente percibiéndose en el delirio del paraíso artificial en la tierra, tal distinción la pasa inadvertida o, estando tan ilusionada en las invenciones, es indiferente ante ella aun en ella misma gestándose, porque, «hay realidades detrás de las apariencias» (Ibid, 84), y, escribía el poeta Píndaro, «el más fuerte puede hacer con el más débil lo que se le antoje» (Iden).

En relación a eso, artificialmente –aparentemente– alguno impone normas siendo el primero en transgredirlas, pero, como la mayoría está ilusionada con el espejismo de ciertas producciones, no se dan cuenta y presionan el botón de la máquina de votar irreflexivamente; por supuesto, otros dejan un justo y humanitario reclamo, muy bien especificado por Antifonte, es decir, algunas cosas, incluso artificiales, «entrañan mayor sufrimiento allí donde debiera haber menos» (Ibid, 85).

Así que, la tecnología no fuerce al viviente humano a proceder contra la sociedad y la naturaleza, puesto que, en realidad, en las máquinas no hay estímulos siquiera molestos o dañinos; entonces, a modo de conclusión dejamos este planteamiento:

«Las operaciones de un sistema psíquico, los pensamientos, se reproducen incesantemente a partir de otros pensamientos, y no reflexionan directamente ni los procesos orgánicos ni los comunicativos: sólo una conciencia puede pensar (pero no puede transferir sus pensamientos dentro de otra conciencia—debe pasar a través de la comunicación)» (Baraldi, C., 1995, 54).

Bibliografía

Baraldi, C. – Corsi, G. – Esposito E.,  Luhmann in Glossario. I concetti fondamentali della teoria dei sistemi sociali, FrancoAngeli, Milano, 2007, 259.

Popper, K.R., La sociedad abierta y sus enemigos, ed. Eduardo Loedel, PAIDOS, Barcelona, 2021, 809.

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

25-02-2024