Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…
El 27 de septiembre se celebra el día internacional del turismo. Este año con el lema “año internacional del turismo sustentable para el desarrollo”, tanto la Organización Mundial del Turismo -OMT- como el nuevo Dicasterio vaticano para el Servicio del Desarrollo Humano Integral han lanzado sendos mensajes y organizado diversos eventos que ponen en alto el sentido y el valor de una actividad que hoy día es capital desde muchos puntos de vista. El turismo sostenible “es aquel que tiene plenamente en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales para satisfacer las necesidades de los visitantes, de la industria, del entorno y de las comunidades anfitrionas”, según la ONU.
El mensaje pontificio por su parte nos recuerda que “cuando hablamos de turismo, nos referimos a un fenómeno de gran importancia, tanto por el número de personas implicadas (viajeros y trabajadores), como por los numerosos beneficios que puede ofrecer (tanto económicos como culturales y sociales), pero también por los riesgos y peligros que en diversos ámbitos puede suponer. Esto significa que debe ser responsable, no destructivo ni perjudicial para el ambiente ni para el contexto socio-cultural sobre el que incide, particularmente respetuoso con la poblaciones y su patrimonio, orientado a la salvaguardia de la dignidad personal y de los derechos laborales, al tiempo que atento a las personas más desfavorecidas y vulnerables. El tiempo de vacaciones no puede ser, de hecho, pretexto ni para la irresponsabilidad ni para la explotación: es más, éste es un tiempo noble, en el que cada uno puede enriquecer su propia vida y la de los demás. El turismo sostenible es un instrumento de desarrollo también para las economías en dificultad si se convierte en vehículo de nuevas oportunidades, y no en fuente de problemas”.
“En la resolución de 2017, las Naciones Unidas reconocen que el turismo sostenible es “instrumento positivo para erradicar la pobreza, proteger el medio ambiente, mejorar la calidad de vida y empoderar económicamente a las mujeres y los jóvenes, así como su contribución a las tres dimensiones del desarrollo sostenible, especialmente en los países en desarrollo”.
En esta línea, se debe promover la sostenibilidad “ecológica”, que procura no modificar los ecosistemas; la sostenibilidad “social”, que se desarrolla en armonía con la comunidad que acoge; la sostenibilidad “económica”, que impulsa un crecimiento inclusivo. En el contexto de la Agenda 2030, el presente Año internacional se presenta como una oportunidad para favorecer políticas adecuadas por parte de los gobiernos así como buenas prácticas por parte de las empresas del sector, y para sensibilizar a los consumidores y a las poblaciones locales, poniendo de manifiesto cómo una concepción integral del turismo puede contribuir a un auténtico desarrollo sostenible”.
“Conscientes de que “en todo su ser y obrar, la Iglesia está llamada a promover el desarrollo integral del hombre a la luz del Evangelio”, los cristianos queremos ofrecer nuestra contribución para que el turismo pueda ayudar al desarrollo de los pueblos, especialmente de los más desfavorecidos”. Dada la situación del país Venezuela aparece virtualmente desaparecida del mapa turístico mundial, y vemos que ante una conducción política errada se pierden oportunidades de darle cabida al auténtico desarrollo humano que pasa, inevitablemente, por generar las condiciones de convivencia, seguridad, bienestar y participación del talento humano no ligado a la estrecha ideología de un socialismo del siglo XXI que nos retrotrae a la edad de piedra.
La Iglesia está ofreciendo su propia contribución, promoviendo iniciativas que ponen realmente el turismo al servicio del desarrollo integral de la persona. Por esto se habla de “turismo con rostro humano”, que se concreta en proyectos de “turismo de comunidad”, “de cooperación”, “de solidaridad”, así como en la valoración de su importante patrimonio artístico, que es un auténtico “camino de la belleza”. Oportunidades hay muchas, pero se requiere un cambio de timón y no podemos dejar pasar la ocasión. En las próximas elecciones regionales se abre una ventana que no debemos echar por la borda. Es una exigencia ciudadana y cristiana.