Pareciera que hablar de felicidad en estos tiempos tan inciertos resultará trivial, irreverente o abstracto. Alzar la voz por ser felices podría ser la consigna de una gran protesta mundial. Dentro o fuera de este contexto pandémico no se escuchan las teclas en las redes sociales, no aparecen en ningunas políticas públicas y mucho menos bajo el cielo de ningún país del planeta. Tal vez en algún momento, este aislamiento nos condujo en algunos instantes a contemplar el silencio; la paz del amanecer; el alegría al preparar un pan; la sonrisa del que recibe, y sentir esa sensación de tranquilidad que bien podría ser de felicidad entre tanta incertidumbre y angustia. Otros como los niños son felices pues es su estado permanente. La alegría lleva de la mano a la felicidad. La risa, despierta la formula de esa alegría y esa felicidad.
A pesar de que los antiguos filósofos hayan dejado tantas reflexiones sobre esta condición humana y de que nuestros contemporáneos se abstienen de escribir sobre el tema, hemos descubierto nuestro deseo permanente de querer ser felices y buscamos incesantemente la manera de ser lo más felices posible. Nos sentamos a esperar por la felicidad sin saber que podemos construirla cada día.
Civilizaciones como la griega, egipcia e hindú median la felicidad de sus mortales y procuraban siempre la alegría de vivir como parte de la vida familiar y a la longevidad de sus habitantes. En Bután, Asia del Sur, actualmente la felicidad de sus habitantes es tan importante que crearon el Ministerio de la Felicidad. Todo pasa a un segundo plano si su fuente de bienestar está cubierta. El gobierno venezolano, inspirado en Bolívar creó en 1913, el Vice ministerio de la Suprema Felicidad. Sin haber acercado a sus ciudadanos a algún nivel de la mencionada felicidad hasta los actuales momentos.
Pascal enfatizaba “Todos los hombres y mujeres para ser políticamente correctos buscan la manera de ser felices” y desde allí parte nuestra necesidad de serlo. Inclusive quien va a suicidarse estaba buscando huir de la infelicidad. Sentimos esa necesidad. Y ya desde ese momento al ser una necesidad es posible que no seamos felices. La felicidad se nos escapa. Más aún cuando vivimos en el pasado y en el futuro. Centrarnos en el aquí y el ahora nos garantiza esa posibilidad.
Hoy frente al COVID -19 estamos paralizados por la angustia que nos produce este virus a nuestra capacidad de actuar, de conectarse con lo que puedo y debo hacer. La indicación es aprendernos a conocer dentro de las crisis, saber cómo nos comportamos cuando estamos frente al stress, evitando agotarnos. La felicidad está en nosotros. Así que el viaje es a nuestro interior. Autoevaluarnos para replantearnos lo que realmente podría ser un sentido de bienestar.
La felicidad no solo significa estar en un emocionar positivo, sino que se ancla en el sentido, en la posibilidad de ayudar, es así como está en la esencia del ser humano trascender de sí mismo y encontrar bienestar en la entrega a los demás. Este bienestar se refleja en la vitalidad que tenemos cuando estamos centrados en aquello que nos hace sentido. Es las ganas y perseverancia con que hacemos las cosas. Esta energía es la que favorece nuestra salud física y mental. Desde esta mirada y desde este sentir, es que nos necesitamos para salir fortalecidos de este momento que nos ha tocado como humanidad. Sabemos que somos más felices dando que recibiendo. Y es que cuando damos felizmente estamos creciendo como personas y como ciudadanos así también estamos ofreciendo esperanza y alivio al otro. Atrevámonos a consumir altas dosis de esta fórmula y volveremos a ser un país en libertad y con todas las posibilidades.
La ciencia señala que tiene distintas fuentes para lograr energía, dos de las principales es la calidad de las nuestras relaciones interpersonales y el propósito que le encontramos a nuestra vida. Así, en momentos difíciles a pesar de los temores y ansiedades, el ponernos a disposición de los demás nos entrega una satisfacción que fortalece nuestro sentido y la pertenencia a la común humanidad. Esta felicidad va más allá de cualquier emoción y permite tener la esperanza de una sociedad más cohesionada y colaborativa.
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