La lección de la pandemia

Por: Rosalba Castillo…

Despertar agradeciendo nos centra en el aquí y el ahora. Nos conecta de inmediato con nuestro interior, más que con el mundo exterior. A pesar de que muchos de los motivos de nuestra gratitud estén en el entorno. Desde el corazón, la vida se hace más liviana. Agradezco a la pandemia llevarme por este camino. Esa fuerza se afianza cada vez más. Es la única manera de sobrevivir a tanta incertidumbre. Es regar la esperanza de que todo pasara. Saldremos lo mejor posible de esta crisis. Los actos de amor van apareciendo por la gran autopista de la tecnología, ese mundo paralelo que ahora nos conecta con el mundo globalizado. Con gran dolor vimos cómo se fue esa guerrera mujer del mundo artístico en medio de tanta gratitud por la vida y la gente que le rodeaba. Hemos visto cómo el ritual de la muerte también ha cambiado en tiempos de pandemia y es que, realmente, vivimos para   hacer lo mejor posible, para transcender dejando lo mejor de nosotros a los demás.

No importa que no seamos personas públicas, solo tratemos de dejar señales en la vida de los otros. Y es que poder ver de tan cerquita, romper paradigmas ancestrales sobe la muerte, nos hace cada vez más finitos y nos lleva a   percibir que hoy solo seremos una historia de redes sociales. Estos días nos han mostrado cuán efímeros terminamos siendo. Solo polvo de estrellas somos y en ese polvo nos convertiremos como la gran tormenta de arena que cubrió una parte de China. Morir en esta pandemia está más cerca que nunca en tiempos del coronavirus. Hoy sabemos que la vida   está allí. Y es, lo que hacemos y sentimos con nosotros y por los otros.   Para hacer esa realidad, hay que vivir, reír, cantar, bailar y amar como nos dice Marc Anthony. Así, se hace necesario que de una buena vez despertemos y saltemos de la cama agradeciendo por la existencia.

Vinimos configurados para ser, pero disfrutamos solo el placer de tener. Y hoy sobre todo de ese ser, del otro. Abrazar   la alegría o la tristeza   de los demás. Sin importar lo lejanos o cercanos que estemos. Vivimos a pesar de las distancias. Disfrutamos de las medallas de los Olímpicos del extraño 2021. Saltamos con Yulimar o Daniel por la gratitud de sus logros, que son nuestros también. La neurociencia no se equivocó al demostrarnos que tan cerca estamos de la felicidad, al estar en modo gratitud. Agradecemos y necesitamos menos. En medio de tanta turbulencia, la vida nos regala espacios de reflexión. Solo debemos estar alerta para reconocerlos. La alegría no solo está en el medallero. Está en el reconocimiento al otro por su pasión y entrega para llegar a esa meta, atravesando mares de dificultades, inclusive. Podemos reconocer al otro como nos enseñan la cultura oriental, celebrando sus esfuerzos y logros o sus caídas y retiros

Nada es casual y todo nos llega por algún motivo, en esta cadena de favores de la vida. Logramos entender que la salud mental, vale más que el oro, la plata o cualquier reconocimiento. Poder escuchar a un Olavarrieta estar en paz luego de haber luchado en su piel una batalla que no fue suya, nos hace conocer lo inconmensurable que es la capacidad de dar. Esos actos de amor son los verdaderos “influenceers”. Esos que salen a la calle llevando un plato de sopa al que lo necesita. Esos que tiene corazones especiales para poder ayudar a los más pequeños y desvalidos. Aquellos que despiertan más temprano para abrir su negocio y vender el café a un precio más bajo, solo para enseñarnos a ser más educados. La pandemia nos ha dicho cuánto vale un osito de lana para un niño o y una fotografía de una flor en cada despertar, parar otros.

Estamos logrando dar la vuelta a la página y leer lo que dice en la parte de atrás. No teníamos verdades absolutas. Tenemos muchas realmente. Y es allí donde está la magia, en saber aceptar al otro. A pesar del color, del credo o de las posturas políticas. Se nos ha demostrado que todos somos uno. No importa si no logramos ganar. Perdiendo, siempre se gana. La sociedad nos ha instalado en la filosofía del tener, a través del consumismo. Centrarnos en poseer cosas materiales, personas, cuerpos, olvidándonos del ser. Nos hemos dejado envolver en esa máquina devoradora de hombres, hasta que el planeta mismo nos forzó a detenernos   para que tengamos otra perspectiva de vida. Nos mandó a todos a casa, pero no solo a nuestros cincuenta, noventa o hasta mil metros de ese hogar material, sino a ese habitad interior que no tiene espacio ni tiempo, pero que es el motor de este pequeñito mundo, a nuestro ser.

Se nos había olvidado que la vida es un ratico. No somos lo que creemos ser. Solo somos una ilusión. Nada de lo que existe allí afuera es tan importante. El secreto de la vida está en fallecer cuantas veces sea necesario, antes de morir y descubrir que no hay muerte.

Rosalba Castillo

rosaltillo@yahoo.com                                                                                                                                              

07-08-2021