Los venezolanos estamos cayendo en un pozo profundo y pareciera que no hay nadie que pueda rescatarnos de la oscuridad y la opresión que se siente al estar encerrado sin poder ver la luz y menos una salida que nos permita esperar un cambio de rumbo positivo para el país. Una de las características más resaltantes de este proceso continuado de destrucción social es la incapacidad que tiene un 96 por ciento de la población para alimentarse.

La gente, cuando se acerca a una venta de alimentos lleva en el rostro la resignación y en el bolsillo, el equivalente a 1 dólar, que no alcanza ni siquiera para una harina, porque tampoco hemos sentido el respaldo solidario de una empresa como, por ejemplo, Empresas Polar, que prácticamente tiene el monopolio del suministro alimentario en Venezuela y que muy bien hubiera podido idear algún plan estratégico para abaratar los costos de sus productos, que son, por cierto de alta calidad y de alto consumo en el país. Era una oportunidad única para demostrar a sus fieles clientes por muchos años, un respaldo, un apoyo, una solución de marketing, que ellos manejan muy bien.

Mientras tanto, el gobierno nacional a través de los Claps, hace intentos de palear la situación de pobreza alimentaria, a través de soluciones paroxísticas, con nombres muy llamativos como por ejemplo: el combo proteico, el combo de verduras, y los tristemente célebres combos en los cuales los carbohidratos son las estrellas de los paquetes; arroz, arroz, y más arroz, algo de pasta, 2 latas de sardinas, y harinas con marcas desconocidas que son -según las amas de casa- muy difíciles de amasar y con un sabor extraño.

La buena gastronomía y la exquisita cocina venezolana son hoy, un recuerdo conservado en los libros como el de Rafael Cartay, La Mesa de la Meseta, donde dice: “en las mesas andinas, pobres o ricas, se comía copiosamente. La calidad variaba entre las mesas, pero la abundancia se mantenía. Algunos investigadores señalan que eran cuatro las comidas reglamentarias: el desayuno (pisca, arepas, verduras, carne, café negro); el almuerzo (queso, carne y café claro o agua miel: puntal (queso, arepa y café); cena o comida (ajiaco y aguapanela)… El escenario en este 2021 es totalmente distinto y desafía la comprensión de lo que está ocurriendo: el pueblo venezolano tiene hambre  y la miseria extiende sus tentáculos hacia las familias que no tienen de dónde sacar los dólares para sobrevivir.

Mortadela la salvadora.

La mortadela es un embutido de origen italiano. Es la salchicha más famosa de la tradición culinaria de los boloñeses, pero en Venezuela ya resulta incomprable porque los productos de charcutería solamente pueden ser adquiridos por personas con un alto poder adquisitivo. Sin embargo, en las últimas semanas el oficialismo decidió vender mortadela, un cilindro por persona y un precio realmente atractivo: 100 mil bolívares, menos de un dólar. La gente se volcó a comprar la mortadela y las colas que se formaron, los pleitos entre vecinos, y muchas otras humillaciones más, no se hicieron esperar. Pero ahora, gracias a la iniciativa del gobierno nacional,   la mortadela se ha convertido en  la gran aliada de la miseria gastronómica venezolana, al menos mientras le dure a quienes la consiguieron. En cualquier país en condiciones de vida normales, cada habitante tiene el derecho de “hacer su mercado” y escoger los productos que requiera según su presupuesto.

Lo de la mortadela es solamente una referencia más, que se suma a los muchos padecimientos de la población. En este sentido,  conversamos con una señora que tiene una carnicería y charcutería y comentó que ahora, la gente compra: caparazones de pollo, corazón, víseras, asadura,  bofe, y no es para las mascotas, es para el consumo humano. Esta crisis es realmente alarmante, expresó la dueña del pequeño negocio.

Actualmente, observamos un contraste profundo en la dinámica económica y social que nos rodea. Por una parte, los millones de venezolanos que deben conformarse con comprar un carapacho de pollo para ponerle a la sopa o tienen que madrugar en una cola para que le den una mortadela subsidiada, y por otro lado, el crecimiento inusitado de bodegones que han proliferado a lo largo y ancho del país donde puedes encontrar artículos importados en gran variedad y cantidad, pero cuyos precios dolarizados no están al alcance del ciudadano común.  Esto refleja claramente que algo está muy mal en la conducción de las políticas económicas, si es que las hay, porque las diferencias entre coterráneos son muy marcadas, abrumadoras e injustas. 

Cada día surgen en nuestro panorama más cuestiones que nos hacen decir al unísono ¿cuándo se acabará esta pesadilla, cuándo volveremos a vivir en un país de oportunidades para crecer y tener calidad de vida? Un cambio de rumbo es imperativo, son demasiadas calamidades para este pueblo manso y aguantador.

Redacción. C.C.-19-03-2021