Miércoles de Ceniza: Todavía es tiempo

El pasado 14 de febrero celebramos el miércoles de ceniza. Un preámbulo al Tiempo de Cuaresma. A un período de cuarenta días de preparación a la Pascua, el cual solicita una disposición espiritual seria e intensa, para apreciar la verdadera experiencia de Cristo Resucitado. Las lecturas de ese día, (Joel 2, 12-18; Salmo 50; 2 Corintios 5, 20—6, 2; Mateo 6, 1-6.16-18), exhortan a reconocer la aspereza del pecado, la deformidad causada por el mismo en el corazón, para liberarlo y acondicionarlo a la misericordiosa epifanía del Señor.

El hombre, indudablemente, añora la armonía. Para ello se le requiere sinceridad en la práctica de las obras de piedad y de índole caritativa. Jesús en el evangelio no limita el ardor de la piedad, de las buenas obras; sí lo hace en relación a lo aparatoso o a lo banal agregado por quienes así las realizan. De la piedad advierte, «“no practicarla delante de los hombres para que los vean”», y el profeta Joel, comunica estas palabras del Señor, «“todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón”». Corazón y piedad, dos aspectos en realidad inseparables del preciso carácter y sentido de lo sagrado.

Y este carácter y sentido de lo sagrado queda incompleto en el hombre, cuando él lo plantea como algo exclusivo, y da pie a lo injusto menospreciando la contribución para el otro. No divulgues tu obsequio, pues al donarlo, «“que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha […] que tu limosna quede en secreto”», recalca Jesús.

Dios, a través del profeta Joel, ofrece de sí mismo esta descripción, «“lento a la ira, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia”». Este conmoverse de Dios, apuntado en el texto sagrado del Antiguo Testamento, clama en el auxilio promovido en el hombre para el hombre. El fondo de Dios es inaccesible, pero forja una senda hacia ÉL por el bien efectuado al prójimo. Por eso, lo instado por Jesús en el evangelio, no instituye una obra de suma complejidad, sino el talante humano, cristiano, de depurar la limosna, la oración, con el fin de que la riqueza de las mismas no se reduzca a su más simple expresión, o a meros elementos inánimes. Tal labor, limosna, oración, si no quiere volverse totalmente ilusoria, debe hallar en el hombre el mejor método para su aplicación, y Jesús otorga la clave, al «“orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto”». Esta clave no es incierta ni variable; y se dirige a aquel con el que se mantiene proximidad secreta, y del cual declara el salmista, «no me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu».

No podemos percibir la sensata honra del ayuno poniendo cara triste. Ésta es evidente manifestación de ausencia de circunspección espiritual. Y en este aspecto aconseja Jesús, «“perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando”». Quien realmente ayuna no espera colmarse de halagos, mucho menos de comprensiones lastimeras, (escasez de dinero, de alimento, etc.). En verdad, la eficacia del mismo tiene la peculiaridad de crecer con quien lo ejerce. Y a él no lo condicionan, en su incremento genuinamente humano-espiritual, los juicios de preferencia o de repudio; más bien lo motiva la personal oración del salmista, «crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos».

No es la visión de quien observa esas acciones, (limosna, oración, ayuno), quien establece la honestidad y el valor de las mismas; su forma pura la remunera limpia y perfectamente Dios. Es lo que Jesús exterioriza, por tres veces en el evangelio de hoy, de su Padre y Padre Nuestro, «“y [ÉL] que ve lo secreto te recompensará”».

En conclusión, hay dos consejos dados por Pablo a los fieles de la comunidad de Corinto, que, sustentados en las tareas contemplativas espléndidamente esclarecidas por el Maestro, contribuirán a vivir este Tiempo de Cuaresma, antecedido por el miércoles de Ceniza, con toda la honradez en el arrepentimiento, en la reconciliación, que el mismo exige; uno, «en nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios»; y, dos, «al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos». Desde luego, cuando Pablo señala, «Dios lo hizo “pecado”», acentúa la inmensidad del corazón generoso del Padre, por quien, a través del Espíritu Santo, el Hijo de sus entrañas asumió la frágil condición humana, para educarla, no sólo a comportarse bien, sino en todo a cumplir la voluntad del Padre; por consiguiente, la precisa invocación del Salmo, «mantén en mí un alma generosa».

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

18-02-24