Por: Rosalba Castillo…
Desde el otro lado del planeta y en la seudo libertad en que vivimos, no podemos dejar de sentirnos muy cerca de Afganistán y sobre todo de sus mujeres, frente a la incertidumbre del retroceso que enfrentan como país y como género. Empiezan nuevamente a ser silenciadas, borradas del hacer social, de sus sueños y posibilidades de volar, de acuerdo interpretación de la Shiria, la ley islámica, basada en el libro sagrado del islam, el Corán, aplicada radicalmente por el talibán.
En la memoria de la humanidad existe el registro de la fotografía de la niña afgana, que recorrió el mundo entero, en la portada de una reconocida revista. Hoy, nuevamente, esas mujeres son tendencia en nuestros corazones, sumidas en el terror, implorando desde el aeropuerto de Kabul, pidiendo se las deje salir del país. Hay un silencio que recorre las calles. Pocos vehículos circulan. Algunos establecimientos abrieron sus puertas. Todos tienen miedo de estar dentro y fuera de sus casas. No hay música, solo algunos programas islámicos en televisión, tampoco conversaciones en las aceras. A las mujeres se les impuso el burka para ocultar sus cuerpos con la vestimenta, así como ser acompañadas por un hombre. La vida no será igual. Muchos derechos se acabaron de pronto.
Afganistán, es uno de los países más bellos del Asia. En Kabul, la gente era feliz y lo sabía. En los años 60, en pleno movimiento hippie, cuando el feminismo se debatía, aunque las mujeres afganas ya lo eran sin saberlo, aunque deberían casarse para estudiar, aparecieron también las confrontaciones entre izquierda y derecha, terminando por imponerse el socialismo. Kabul preocupaba al clero por su vida occidental. El comunismo llega al poder en 1973 instalando un régimen represivo donde se les exige a las mujeres cubrirse el cuerpo y esconderse del mundo, a guardar silencio, mientras dejaban de existir. Un apartheid de género. Las mujeres fueron borradas del espacio público.
Para el 2001 con los atentados del 11 de septiembre, los talibanes cayeron y el país fue invadido. Estalló una ola de optimismo, donde las mujeres fueron las grandes protagonistas. Determinando un gran desarrollo. Asistían a clase, se licenciaban en universidades, se formaban para cirujanos, se preparaban para políticos, periodistas, policías, traductoras o presentadoras de televisión, o simplemente daban a luz. Se les permitió votar y ser votadas, logrando altos cargos en la política y sobre todo ayudaron a levantar la nación. Esa generación de afganas se aproximó a la libertad como nunca.
Luego de dos décadas los talibanes retoman el control, imponiendo nuevamente el régimen de oprobio, tras una serie de errores de gobiernos extranjeros. Ahora, temen haber perdido todo lo logrado en estos últimos 20 años. Desconfían de las promesas de los milicianos, aunque no han ofrecido detalles de cómo serán tratadas por el gobierno. Temen ser objeto de venganzas por haber vivido en autonomía durante este tiempo y ser sometidas a la mendicidad. Muchos ciudadanos afganos salieron del país en vuelos. Muchos no lograron hacerlo y esas imágenes se hicieron virales al verlos caer desde el firmamento. Otros se quedaron en la nación, aterrados pero cargados de esperanzas.
Los Talibanes, no pueden quitarles a los afganos sus últimos 20 años, su educación, sus ganas de trabajar y su pasión por la libertad. Hay una generación de mujeres que no conocen lo que es vivir sometidas y están llenas de energía, esperanza, pero por sobre todo, de muchos sueños. El mundo, en medio de la inmediatez de la información, está en la obligación de no abandonarlas nuevamente. Ellas no son como las mujeres de antes. Se comunican con el mundo, pero requiere de una nueva mirada sobre ellas. Los Talibanes pueden conquistar territorios, pero no los corazones de las personas.
Las están censando casa por casa, al igual que a los niños. Se destruyen sus imágenes en espacios urbanos. Se busca a las activistas sociales y políticas. Las mujeres son los puntos más vulnerables. Desde la toma de Kabul, retumba el temor acerca del tema de la esclavitud sexual de los niños, bajo el termino de Bacha bazi, una cuestionada práctica de los militares, políticos y personas influyentes. Los pequeños son vestidos como mujeres, y los utilizan como bailarines y esclavos sexuales. Los infiltra en las fuerzas de seguridad para obtener información y organizar ataques. En el régimen fundamentalista los hombres son actores de la opresión de las mujeres. Una ciudad llena de violencia y miseria, donde viven ahogados por el yugo de la sharía aplicada de manera brutal. Una sociedad con ideales rotos, pero creyendo en el futuro. No se sabe cómo serán los días venideros. Desconocemos si estamos ante una versión diferente de este régimen.
Sigue en pie la fuerza y la resiliencia de los afganos. Que el burka sea rechazado por todos los países para proteger a estas heroínas.
rosaltillo@yahoo.com
21-08-2021