Nueva normalidad

Por Anderzon Medina Roa…

Desde hace un tiempo ya, hemos visto cambios en las decisiones de las autoridades nacionales respecto a los otrora férreos controles sobre productos de consumo diario y la prohibición del uso de moneda extranjera como referente para calcular tales precios. Al punto de haber pasado de no poder hablar del dólar como medida para la economía nacional, a escuchar al mandatario nacional hablar en un programa de opinión de las ventajas, como “válvula de escape”, de la dolarización espontánea que vive el país, o escucharlo en una alocución nacional calcular en dólares el precio de los productos que conforman las cajas de alimentos que se distribuyen a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción.

Así, en razón de tres años, digamos, pasamos de controles y fiscalizaciones estrictas que obligaban a productores y vendedores a distribuir sus mercancías a precios que desconocían la realidad del mercado, en una economía cada vez más empobrecida, a una suerte de liberación de precios, solapada, en la que existen pequeños márgenes de acción, sobre todo para la economía familiar, para ofrecer algún producto o servicio en moneda extranjera, preferiblemente.Esto pareciera estar dando un respiro a ciertos grupos sociales, aunque generando presión mayor en aquellos que no tienen los medios para participar de esos intercambios en moneda extranjera.

En este período de tiempo, hemos visto los embates de la crisis humanitaria compleja en muchos de nuestros conciudadanos: los rostros de la desnutrición, los cuerpos que más que caminar deambulaban por la ciudad, de alguna manera significando la crisis y el padecer que esta implica. Pero luego de la disminución en los controles estatales, con la aparición de esa otra faceta económica, se ha visto un transitar hacia la normalidad, donde reaparecen productos de consumo masivo, algunos como exquisiteces en unos abastos que buscando sonar más sofisticados llaman bodegones, con lo que se lee que ha reaparecido el ánimo hacia la creatividad también. Más allá de alimentos, vuelven a conseguirse medicinas, repuestos para carros, insumos de limpieza, de cuidado personal y así la lista de rubros y productos que hacía años no veíamos va modestamente creciendo.

En la misma medida se va forjando la idea de que estamos volviendo a la normalidad; lo que nos mantiene anclados en la realidad de la crisis sigue siendo el carácter simbólico del sueldo y los problemas en calidad y suministro de servicios como agua, electricidad, internet, telefonía celular, por nombrar los más inmediatos. Pero, más allá de estos últimos, la normalidad a la que algunos creen estamos regresando, carece de un punto de referencia estable. Entrar a un bodegón a comprar margarina y algún postre importado, ir a una cadena de supermercados y ver los anaqueles llenos, sí, de una limitada lista de productos, conseguir las medicinas para afecciones cotidianas o encontrar lo necesario para hacerle servicio al carro difícilmente podrá calificar como regreso a la normalidad perdida.

No obstante, comparar la burbuja de los controles pausados con la normalidad perdida se entiende como acto de supervivencia, luego de las grandes presiones y carencias a las que ya nos habíamos resignado y habituado. Así, ante tal carencia, cualquier respiro será bienvenido, apreciado y quizá sobre dimensionado. Por años hemos sido entrenados para la crisis, para normalizarla y negarnos a ella con la vehemencia que hemos demostrado haberlo hecho como sociedad (2014, 2017) puede que haga que terminemos por habituarnos a una normalidad que no es normal. Así, una de las tareas permanentes será no olvidar los viejos hábitos, no darlos por perdidos, fomentar lo que podamos para procurar hábitos de una normalidad normal del mundo contemporáneo, al que habíamos llegado antes que nuestros vecinos de la región, por cierto.

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon