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domingo, febrero 9, 2025

Padre Luigi Superga

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

El llamado que hizo el Papa Pío XII en los años cincuenta, pidiendo a las iglesias de Europa ser generosas en el envío de misioneros a América Latina, encontró acogida favorable en numerosos sacerdotes. Uno de ellos, del clero diocesano de Italia, fue el Padre Luis Superga. De su Romaña natal vino a Calabozo como capellán de la entonces numerosa colonia italiana, desempeñándose a la vez como párroco y consejero cercano a los Obispos Domingo Roa Pérez, primero, y luego a Miguel Antonio Salas.

Su carácter afable, servidor incansable de todos, en particular de los más pobres, desprendido como el que más, siempre sonriente y de buen talante, vivió su sacerdocio con alegría contagiante y testimonio ejemplar. Nació en Tredozio (10-9-1916), cursó el Seminario en Forlí, recibiendo la ordenación sacerdotal en Modigliana el 12 de abril de 1941. A punto estuvo de ser deportado por los alemanes al final de la cruenta guerra. Fue párroco en San Martín in Avello (1945-1956) y en San Miguel in Calboli (1956-1960). Trabajó en Calabozo (1960-1975), llegando a tener dominio del castellano, excelente predicador y mano derecha de Mons. Salas.

Afectado por la tuberculosis, buscó curarse para permanecer entre nosotros, pero su resentida saludo lo hizo regresar a su tierra natal con la añoranza por las ardientes tierras guariqueñas a las que se entregó con pasión. Estuvo de párroco en Casole (1975-1984) y en Provezza (1984-1995) donde recibió la visita del Cardenal Lebrún, de Mons. Salas y en varias ocasiones de quien suscribe este artículo. Secretario del Obispo de Forlí (1995) y canónigo honorario (2003) fueron sus últimos destinos. Cargado de años vivió en el Seminario bajo las atenciones de la diócesis y el cariño de sus familiares más cercanos.

Antonio Fantucci le dedició en una de sus obras un pequeño capítulo al párroco de su adolescencia. Recuerda al dinámico joven sacerdote que en aquellos duros años de la postguerra reedificaba iglesia y casa, con su propio trabajo y con los escasos recursos que podía contar. Quién paga le preguntaba el joven, y Don Luigi respondía: pago yo!

En noviembre del 2011 entregó su alma al creador con noventa y cinco años a cuestas. Sus restos reposan en el cementerio de Dovadola, junto a sus padres y hermanos. Hasta allá fuimos en compañía de su sobrino Fabio, el P. Aldo Fonti y un servidor, a rezar en su tumba. Agradezco a la Virgen haber trabajado a su lado en mis primeros años sacerdotales y haber aprendido mucho de él. Calabozo lo recuerda y aprecia. La Iglesia del Carmen debería poner una placa para perpetua memoria de quien la reconstruyó física y espiritualmente. ¡Descanse en paz!

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