Pido la Palabra: Ni tontos, ni pendejos

Por Antonio José Monagas…

¿Quién dijo que la política es impoluta? O sea, ¿impecable o perfecta? Ni lo uno ni lo otro. La política es tan impredecible que por su misma esencia y de tan característica condición, es imperfecta en términos de sus inferencias. Sobre todo, al momento de determinar una respuesta que arroje con exactitud la razón del fenómeno político observado o estudiado.

De ahí que mucha gente la aborrece como práctica. Pues en su ejercicio, casi siempre, termina reventando hipótesis. O poniendo en duda, argumentos que, en principio, pudieron demostrar los yerros que sus realidades consintieron. O que por alcahuetería, dejaron pasar por encima de lo que la tolerancia podía determinar.

El hecho de no comprender la política en su dimensión teórica, produce el desánimo que invita a desatenderla como condición de vida. Además, condición ésta: sine qua non. Así que no entenderla desde el enfoque sociológico que su ejercicio acuerda, provoca casi todos los problemas que viene padeciendo el hombre -particularmente- en lo social. Aunque igualmente, en el ámbito político.

He ahí la razón por la cual innumerables sociedades, no alcanzan el desarrollo que sus necesidades y carencias requieren a los fines de superar tales inconveniencias. Incluso, que proponen como parte de sus planes y programas de gobierno. Todo es tamizado por el cedazo de las mezquindades, las envidias, los recelos y las apetencias lo que deviene en groseras rivalidades que a su vez finalizan en conflictos de todo género. Por supuesto, dado el grado de confusiones que sus realidades incitan. Además, con el mayor apresuramiento posible.

Es el problema que mantiene a Venezuela apegada a prácticas ortodoxas y retrógradas. Según las mismas, desatinadas aunque solapadamente invocadas entre los principios fundamentales que refiere la Constitución de la República, pues el crecimiento y el progreso colisionan con un concepto amplio y claro de desarrollo económico y social. Ciertamente, así se infiere toda vez que su prolegómeno exalta derechos inducidos por un modelo arrugado por el tiempo, al margen de derechos construidos con base en lo que pivota la vigorización de una nación. Y que en efecto, es la economía que debe emprender su sociedad motivada por políticas públicas consecuentes y alineadas con las capacidades y potencialidades que residen en sus esferas funcionales.

Lejos de haberse erigido construcciones fundamentales de las cuales se depare el afianzamiento institucional en el cual debe anclarse la concepción de un sistema político democrático, el régimen se empeñó en enquistarse a manera de perpetuarse en el poder. Como si por esa vía, podía indultarse -a sí mismo- los errores cometidos de cara a una fracasada conciliación entre los problemas económicos terminales del sistema social y los problemas intermedios o inmediatos que trastornaron a Venezuela desde el mismo momento que el susodicho régimen arribó al poder en 1999.

Para lograr su cometido de naturaleza groseramente populista y demagógico, el régimen dirigió sus esfuerzos a darle cabida a urgencias que no supo discriminar. Ni siquiera logró distinguirlas de las prioridades. Y esa situación, hizo que la crisis política que venía cabalgando desde la década de los setenta correspondiente al siglo XX, se profundizara a honduras que ni siquiera fueron estimadas sus consecuencias.

Fue entonces cuando de las entrañas del régimen, emergieron tantas caracterizaciones de la política que alcanzaba a ejercer, que resultaron ser patéticas expresiones de la inmoralidad, la perversidad, la impudicia, la intolerancia y el resentimiento que horadaba la actitud de militaristas disfrazados de demócratas. Eran personajes con imagen de demócratas. Pero que escondían en sus bolsillos, el autoritarismo y el totalitarismo que luego dejaron ver sin vergüenza alguna.

El país, se enlodó al caer en el tremedal que el régimen venía preparando para desde tan nauseabundo espacio, hacer de las suyas urdiendo al país en la incertidumbre, el conflicto, la división, la fractura, la ruina y la dispersión. Así justificó la concreción del llamado “socialismo del siglo XXI”, el cual asociado al fenómeno que denominó “revolución bolivariana”, desarreglaron y arruinaron al país convirtiéndolo en una “mísera y acabada Venezuela”.

Pero con todo lo que -hasta ahora- ha logrado el régimen (a paso de vencedores) e intenta proseguir escarbando en su “charco” de ruinas, basura y excrementos, no dará con la fórmula cuyos ingredientes podrían seguir descomponiendo la estructura social, emocional, espiritual y cultural del país.

La resistencia democrática que se fraguó debajo de los ribetes que sus ansias de lucro y poder desataron, es imponente, sólida e indestructible. Porque el pueblo consciente y librepensador, no es tonto. Tampoco estúpido, como para dejar que la usurpación le arrebate sus derechos y libertades. Ya están preparadas las barricadas y las trincheras desde donde va a darse la lucha contra la opresión y la represión del régimen. Y es que hay una sola razón. Es que los venezolanos no son ni tontos, ni pendejos.

“La actitud en política, es más importante que lo que puede guardarse en los oscuros talegos donde reposan los planes prometidos como presuntas acciones de urgente cometido”