Por: Eleazar Ontiveros Paolini…
La respuesta que el pueblo venezolano dio a la convocatoria que la dirigencia opositora hizo para que se manifestara cívicamente fue contundente. Las marchas y concentraciones el 19 de abril en todo el país, nos dijeron con objetividad que se ha llegado al límite de la paciencia. Esto implica seguir ejerciendo con determinación y sin tregua la máxima presión. Hay que lograr por medio de las vías que permiten la Constitución, se concrete el cambio de gobierno, lo que va mucho más allá de salir del presidente, que en definitiva es solo una de las piezas de un entramado antidemocrático y ambicioso que bracea para que su poder no se ahogue en las aguas de la corrupción, el sectarismo, el despotismo, la militarización y el menosprecio a quienes por derecho político discrepan de sus forma de actuar y de pensar.
Resulta del todo estimulante que con la protesta del pasado miércoles, Venezuela le haya dado al mundo una lección de civismo, tal como también fue un acto eminentemente cívico lo que la historia nos enseña sucedió el 19 de abril de 1810, fecha en que se inicio la lucha por la independencia del dominio español y se constituyó la Junta Suprema de Caracas, primera forma de gobierno autónomo.
Entre ambos actos cívicos, separados por 207 años, hay una diferencia significativa. La manifestación de repudio generalizado al gobierno del pasado 19 de abril, no requirió de un José Cortés de Madariaga, que le hiciera señas al pueblo para que dijeran no, como sucedió en el balcón del ayuntamiento cuando el Capitán General, Vicente Emparan, le solicitó a los caraqueños que le manifestaran si querían o no que continuara en el mando. El pasado miércoles ya el ¡No! estaba profundamente impreso en el corazón de los manifestantes y de muchos otros que no lo hicieron, esculpido desde hace 17 años, paso a paso, primero con el cincel del padre del desastre, Hugo Chávez, y luego por su delfín, Nicolás Maduro, y sus cofrades.
Pero el cinismo y la terquedad siguen reinado en la mayoría de los que ofrecieron transformar a Venezuela, con base a un supuesto impoluto socialismo, en la nueva tierra prometida en que llovería el maná sin posibilidades de amainar. No ceden ante una verdad a todas luces irreversible: La mayoría de los venezolanos quieren que dejen el gobierno, pues no pueden seguir permitiendo la espoliación de su dignidad. Acepten de una vez por todas que se equivocaron, que erraron el camino, permitiendo el acatamiento de la sacra voz electoral; recompóngase como partido cambiando los principios doctrinarios que los han obcecado y que les ha costado al tratar de imponerlos, el menosprecio colectivo. Dejen de poner en práctica los mecanismos fascistas de la mentira; de inculpar a los otros del pecado que se comete; de tratar de inyectar un colectivismo simbólico machacón y burdo; de martillear falsas promesas tratando de esculpirlas en la cabeza de todos los venezolanos para que sigan esperando sin protestar; de tratar de héroes a los militares, cuando solo han sido, con las excepciones de siempre, protagonistas de una gesta de hambre, miseria y despojo. San Agustín decía que “Errar es humano, pero persistir en el error es diabólico”.