Por: Fernando Luis Egaña
Además de tribal, habilidosa y radicalmente corrupta, la satrapía imperante se está volviendo un tanto farandulera y de un modo apelotonado; porque antes había un protagonista central que ya no está y ahora su sucesor se hace acompañar de figuras conocidas de la farándula, no sólo para ajustar su imagen sino para darles proyección política y tratar de compensar la erosión creciente de los numeritos electorales.
En la campaña electoral oficialista del 2012 ya se manifestó la constante presencia de personajes de la animación, la telenovela y el video-clip en el despliegue publicitario y sobre todo tarimero. En la del 2013, esa presencia adquirió una dimensión de mayor activismo político, y con ocasión de los próximos comicios municipales, varios de los referidos personajes han pasado a ser los candidatos del Psuv.
Y bueno, la relación entre política y farándula no es precisamente novedosa en nuestro país. Pero sí resulta al menos curiosa la identificación de una supuesta revolución socialista y anti-capitalista con algunas celebridades del mundo de la farándula que son, en sí mismas, marcas comerciales de onerosa cotización. Los comentarios interesados al respecto siempre abundan, pero no se debe prejuzgar sino esperar a que los hechos confirmen o no.
En ese sentido, no lucen muy auténticas las proclamas de compromiso ideológico anti-imperialista de quienes, por ejemplo, han buscado y a veces logrado una cierta posición profesional en los mercados latinos del «imperio». La cosa parece una «disonancia cognoscitiva» como le gusta decir al candidato Ernesto Villegas, oponente de Antonio Ledezma. Villegas, quien no viene de la farándula, le tocará una campaña capitalina de seguro que muy marcada por dicha temática.
En general, cuando se utiliza la expresión «revolución bolivariana» se piensa menos en la parte revolucionaria que en el componente bolivarista o metálico. Eso ha sido así para la notoria boliburguesía o más bien bolioligarquía, que desde luego incluye a muchos de los jerarcas del régimen, porten cachucha roja o verdeoliva. Y no debe ser muy distinto para el caso de la ascendente boli-farándula.
Fenómeno político-mediático con diversas aristas, desde las conexiones personales con la familia del recién fallecido mandatario, hasta los avispados oportunistas de todas las horas, pasando por algunos que exhiben su bautismo colorado como un pase de factura contra antiguos empleadores o colegas. Hay de todo y casi no falta nada en esta nueva categoría del abajamiento nacional.
La eficacia de la «estrategia farandulera» está por verse, pero no debe subestimarse su potencial y menos en los tiempos de la llamada «civilización del espectáculo», tan agudamente descrita y denunciada por Vargas Llosa entre muchos otros. Vamos a ver cómo va la «alfombra roja» del oficialismo en esta campaña municipal. Sea lo que fuere, no hay duda que bastante dará que hablar. O que entretener. Y mientras tanto, el país continúa su caída abismal.