La Cronica Menor
SENSATEZ Y CORDURA
Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Hace algo más de medio siglo Mariano Picón Salas, el merideño errante que soñó siempre con volver a su terruño, escribió: «En 150 años de vida independiente no hemos podido aprender todavía el buen juego de la política como se puede practicar en Inglaterra o en los países escandinavos. Hay que continuar civilizando la política como todas las actividades humanas, como el deporte, el amor o la cortesía. Hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizaron en un solo slogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema. Hay que sacar a muchas gentes de las pobres fórmulas abstractas que mascullan con odio y sin análisis, para que por un proceso fenomenológico definan el hecho y la circunstancia concreta».
Escribo esta crónica bajo el efecto de la visita que hice a las instalaciones destrozadas de CAMIULA y a los permanentes mensajes incendiarios que a diario exaltan los ánimos en la plaza Bolívar. Pienso en los fanáticos de uno u otro signo que gastan toda su energía en ignorar al otro y en destruir lo que se ha construido con tanto sudor y esfuerzo: la relación armónica y cordial, característica ¿perdida? del venezolano.
«Las elecciones del pasado domingo 14 de Abril han sido una contundente manifestación de la voluntad de nuestro pueblo de mantener la vigencia del sistema democrático tanto en la escogencia de sus autoridades como en la forma de dirimir sus diferencias políticas. Los resultados publicados por el Consejo Nacional Electoral muestran un margen muy estrecho de diferencia de votos entre las dos grandes parcialidades políticas». Este porcentaje no tiene porqué extrañarnos, en los países bipartidistas; lo preocupante es que no queremos reconocer que la otra parte, existe y tiene los mismos derechos que considero propios de mi sector. Es una grave enfermedad cuando se convierte en «aguda polarización política que afecta a la sociedad venezolana».
«La paz social y política del país reclama el recíproco reconocimiento de estos dos sectores mayoritarios del pueblo venezolano, pues el desconocimiento mutuo hará inviable tanto los planes del Gobierno como los aportes alternativos de la otra parte». O es que los merideños, o los de cualquier ciudad del país, nos sentiremos mejor si matamos a quien no nos cae bien o destruimos bienes y servicios, que, en definitiva están al servicio de todos sin distinción.
Sin diálogo, sin respeto del otro, sin la alegría de sentirnos constructores de un destino común, caminamos ciegos hacia el precipicio de la anarquía y el caos. ¿Será cierto que preferimos vivir en continua zozobra, en inseguridad galopante, en un continuo enfrentamiento que sólo deja cansancio, dolor, agotamiento y muerte? ¿Nos sentimos más cómodos y felices, culpando «al otro» de todos los males que nos aquejan? Estoy seguro de que no es así. La inmensa mayoría queremos y luchamos por vivir en paz, por disfrutar de la familia, de la amistad, del trabajo, del paisaje, de las posibilidades de los más jóvenes. «Como pastores y servidores de todos los católicos venezolanos, reiteramos nuestro vivo llamado a la convivencia pacífica y a la reconciliación. Esta supone que nos reconozcamos unos a otros como conciudadanos en igualdad de derechos, y recuperemos la capacidad de diálogo y encuentro, superando lo que nos divide».
Que la sensatez vuelva a nuestra mente y a nuestro corazón. Como pueblo muchas veces hemos estado por encima del buen o mal ejemplo de la dirigencia. «Todos los cristianos estamos obligados a ponernos de parte de los más débiles, a perdonar sin reservas y a luchar para que prevalezca la unión sobre la división, el amor sobre el odio, la paz sobre la violencia y la vida sobre la muerte. La protesta justa y pacífica es un derecho civil que no puede ser conculcado ni reprimido. Rechazamos absolutamente cualquier tipo de violencia».
De nuevo Picón Salas: «el país es hermoso y promisorio, y vale la pena que los venezolanos lo atendamos más, que asociemos a su nombre y a su esperanza nuestra inmediata utopía de concordia y felicidad». Que así sea.