Por: Fernando Luis Egaña
En Venezuela, lo económico asfixia, lo social agobia y lo político sofoca. Así no merece vivir un país petrolero con el barril en más de 100 dólares.
El régimen que supuestamente encabeza Maduro luce cada vez más decadente, y cada vez más acosado por el legado del predecesor y por las gríngolas ideológicas y también mafiosas de los sucesores.
Cualquiera que vaya al mercado puede constatar la asfixia económica. Carestía, escasez, racionamiento, largas colas. Resultado del delirio económico del bolivarismo, o la “pirámide fraudulenta” que se consiguió montar con la depredación patrimonial, que ahora se desmorona sin remedio.
Y el colmo de los colmos, es que ni siquiera haya dólares en medio de la gran bonanza de los petrodólares. Sólo una combinación de mega-corrupción, con regaladera internacional y con reiterada caída de la producción petrolera, alcanzaría a explicar ese trágico fenómeno.
Y desde el poder establecido no se percibe ninguna señal sustancial de cambio. Hay reuniones entre ministros y empresarios en las que se ofrecen divisas y otras promesas, pero los hechos son tercos, como decía el camarada Lenin, y la situación empeora día a día. ¿Por dónde anda el dólar paralelo?
La realidad social agobia tanto como la económica, porque no son dos dimensiones alejadas sino inseparables. La explosión continuada de violencia criminal sigue apoderándose del país, y el sonado “Plan Patria Segura” ni mella le hace al hampa soberana.
No hay región, ciudad, localidad, barrio, urbanización o vecindario de Venezuela que no esté asolado por la extrema inseguridad. La vida diaria se ha convertido en una ruleta rusa. Y cada familia venezolana sobrevive en la angustia de cuándo nos tocará a nosotros.
Y la política aclara menos de lo que oscurece. El oficialismo en una guerra interna sin cuartel, que tan sólo parece atenuarse cuando les caen encima a figuras de la oposición democrática.
Y el conjunto de ésta celebra el anuncio de convocatoria de elecciones municipales, mientras el CNE y el TSJ hacen y deshacen con las peticiones de auditorias e impugnaciones.
Un panorama densamente confuso que ni siquiera se puede cortar con la hojilla de las afirmaciones que confirman el degredo de la satrapía. En ese sentido, queremos confiar que ni la Mud ni Capriles bajarán la guardia.
Porque lo que cabe es lo contrario. Subirla. Darle esperanza y fuerza a esta nación que tiene la soga al cuello y apretando. Fuerza para liberarse y esperanza para reconstruir un país democrático y moderno, que sea propio del siglo XXI.
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