PIDO LA PALABRA

Nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado. Especialmente, en escenarios endosados con argumentos no sólo fétidos, sino infundados como los que resultan de coyunturas políticas denominadas “revolucionarias”. O presumidas como tales.
 
Por: Antonio José Monagas
 
“YO PROMETO”

El ejercicio de la política, a lo largo del tiempo, ha estado plagado de frases más huecas que comunes. Expresiones que sólo han servido para relleno de excusas, justificar arbitrariedades o sencillamente para mentir o engañar prosélitos. De ahí que hay quienes con alguna razón denigran de la praxis política. Particularmente, cuando la política se desenvuelve en medio de circunstancias precarias o dificultades de dudosa condición. Sus realidades se han visto sumidas entre tal nivel de contradicciones, que Nikita Khrushchev, comunista ruso, llegó a manifestar que “los políticos son siempre lo mismo. Prometen construir un puente aunque no haya río”.

Pese a la palabra expuesta, quienes generalmente fungen de políticos en medio de situaciones transitorias, terminan aplicando remedios equivocados luego de hacer un diagnóstico falso con el apoyo de un lenguaje rimbombante. Incluso artificioso, lo cual le permite decir mucho sin que cada expresión alcance a convertirse en fundamento de  gestión pues la idea lleva una dirección que aparta lo dicho del hecho. Por eso se dice que “cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje” (Aldous Huxley).

Si bien así son las realidades donde la política detenta algo de mesura, la situación pinta totalmente convulsiva en el fragor de condiciones en las que la política luce como tentación que aleja al dirigente político de la honestidad. Con suma razón, Louis McHenry Howe, político estadounidense, señalaba que “nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado”. Especialmente, en escenarios endosados con argumentos no sólo fétidos, sino infundados como los que resultan de coyunturas políticas denominadas “revolucionarias”. O presumidas como tales.

La aludida “revolución bolivariana” de la cual se han servido los cuadros políticos que se arrogaron el dominio del gobierno venezolano, en complicidad con miembros del alto mando militar, se ha valido de ignominiosos recursos de un poder ilegítimo. De esta manera, imponen las posturas propias de un régimen oprobioso que en nada podría parecerse al modelo político que encauzó la lucha independentista que aparentemente motiva una parte de sus declaraciones y exposiciones. La otra, refleja la antítesis del un discurso elegante y fino en términos de un lenguaje que destaque pluralismo político y moralidad. Entre tanto, sus acciones son precedidas y presididas por el resentimiento y la obstinación que caracteriza la visión de sus funcionarios.

Para estos revolucionarios, apegados al miltarismo rancio y decimonónico, la política es incomprensible. Apenas la entienden como la forma de traicionar intereses reales, institucionales y legítimos, creando otros imaginarios e injustos a partir de los cuales respaldan toda proposición que apunte a desmedrar la democracia a favor de un populismo que sólo apuesta a redistribuir miseria y asegurar el abandono necesario por el cual abrirle a Venezuela el camino al subdesarrollo más recalcitrante. De ahí que el discurso del régimen apele a frases sin contenido ni sentido alguno pues en ellas está la vía más expedita hacia el retrógrado socialismo del siglo XXI. Por eso su lenguaje termina blasfemando, injuriando, afrentando y empeorando todo lo posible. Y aunque todo termina sin hacerse nada, siempre hay un “Yo prometo”.

VENTANA DE PAPEL

LA CIUDAD SE TAMBALEA

No basta con declaraciones de principios de personajes gubernamentales o promesas esbozadas en papel. Casi siempre suelen esfumarse ante la incidencia de problemas que van surgiendo a medida que la dinámica social, política o económica va arreciando. Es pues insólito ver cómo los compromisos de gobierno pierden su sentido toda vez que al día siguiente aflora un nuevo revés o se destapa alguno pasado de época. Mérida, ciudad universitaria por antonomasia, rodeada de montañas que hacen de su geografía el motivo para enamorarse de todo cuanto la rodea, está a reventar ante la apatía de sus gobernantes. Gobernantes por cuyas promesas, alcanzaron el favor y apoyo político a través del voto popular. Ahora, después de posesionarse en sus cargos sólo se sientan a disfrutar de las mieles del poder. O fue que desconocieron los compromisos asumidos electoralmente. Aunque no vale tanto preguntar ante quién o hacia quién era la lealtad aludida pues era obvia la respuesta. Sin embargo, para la ciudad no ha habido lealtad alguna. Ni siquiera ha sido parte de las cuentas de gobierno. La ciudad luce resquebrajada, golpeada por los desmanes de quienes, indolentemente, siguen aporreándola sin misericordia alguna. A los ojos de los actuales gobernantes, sólo importa el escalafón político-partidista por el cual ascender a niveles de mayor poder. Y lo peor, sin sentimiento, sensibilidad, consideración y conciencia que permita garantizarle a la ciudad un tratamiento conforma a su historia, su naturaleza y su Universidad. Ni por lo que ha representado el hecho de vivir la oportunidad de egresar de su recinto con un título universitario, honor que no todos alcanzan. No obstante, la afición a olvidar engulló a estas personas que deberían velar por la ciudad tal como se cuida el hogar propio. Mientras tanto, Mérida, se ve imbuida por un estado de abandono que aprovecha la inseguridad, el desorden, la basura, la desidia y la violencia para lesionar su humanidad. Por los momentos, no hay forma de disimular que la ciudad se tambalea.

 
SOCIALISMO O FASCISMO

Aunque categorías distintas, en el argot de la Ciencia Política, en la praxis política que emula el régimen criollo, las mismas tienden a confundirse. No tanto por el sentido de sus realidades, como por la tendencia de pretensiones y la analogía de sus orígenes. Sobre todo, cuando tales prácticas tratan de afincarse y de afianzarse en el poder para usufructuar lo mayormente posible en provecho de sus dirigencias. Y ante tan apetitoso manjar, no existen barreras que precisen donde termina uno y comienza el otro pues a la hora de lucrarse del erario a estos encapotados de rojo, les pesa la vista y por eso solapan la corrupción con la moderación. En medio de tales correrías, el régimen busca encubrir sus intenciones con supuestas demostraciones de dignidad para lo cual se hacen de oídos sordos frente a cualquier reclamo. Por ello, utilizan los recursos de la televisión para endulzar realidades con el maquillaje necesario y emitir mensajes tergiversados de las cuestionadas realidades. En medio de dichas circunstancias, se sobreponen hechos que indistintamente pecan de fascistas o de socialistas (entendiendo este remedo de socialismo como el ámbito de realidades donde sacrifican el hambre del pueblo por el derroche de recursos que además acomodan en nombre de Bolívar, Sucre, de Zamora y de todos aquellos precursores y libertadores cuyo verdadero proyecto de vida en nada coincide con el proyecto de quienes hoy se atribuyen ínfulas de líderes). En este enredo de acepciones, el país sigue descalabrado a consecuencia de ideales que sólo tienen respuesta en el léxico disimulado que emplea el régimen para usurpar condiciones que lo zarandean. Por supuesto, apoyándose en un Poder Judicial sometido no más por el influjo de verticalidad propio del manejo político-militarista, que por el atractivo verdor de la divisa norteamericana. Así que no hay diferencia alguna entre estas consideraciones políticas. En el ambiente de esta ruinosa revolución, da lo mismo decir una que la otra: socialismo o fascismo.

“La educación de una sociedad constituye su mayor riqueza. En el conocimiento asegura su bienestar y por tanto, el desarrollo necesario de la nación” AJM