Por: Germán Rodríguez Bustamante…
Las revoluciones se asocian a un cambio social esencial en la estructura de poder o en la organización que lo detenta. La revolución bolivariana fue vendida como el proceso para construir el hombre nuevo, sobre un conjunto de principios y valores renovados. Simón Bolívar y Simón Rodríguez fueron utilizados en esta oferta embaucadora, para justificar las acciones ejecutadas por esta cínica unión cívico militar. La lucha contra la pobreza y la corrupción fueron unas de sus principales banderas, sin embargo, estos fenómenos han adquirido dimensiones colosales ocupando lugares destacados en la triste gestión que muestra esta revolución.
Nadie jamás pudo haber pensado que nuestro país pudiera llegar a los niveles de deterioro descomunal que experimentamos en lo económico, social y político. Posiblemente el hecho de no vivir una experiencia traumática como la actual en el pasado reciente nos tiene en una total apatía, desorientados, sin entender y comprender la gravedad de la situación que afrontamos. Desconocemos nuestro propio entorno y la canalla mediática del gobierno construye escenarios imaginarios que contradicen las realidades cotidianas que los ciudadanos vivimos: desde colas interminables para comprar alimento y medicinas, pasando por el autosecuestro impuesto por la delincuencia desatada y la destrucción total de los servicios que hacen la vida insoportable.
En este marco de gestión revolucionaria y ante los cambios experimentados en el entorno, muchas de las situaciones ocurridas tomaron por sorpresa al régimen, no obstante son 20 años en los cuales la improvisación ha pasado a ser la regla en la planificación gubernamental. Ya lo señaló Ansoff en el año 1998: “cuando un administrador entiende el ambiente y reconoce que está en constante cambio, entonces puede tomar decisiones correctas liderando las organizaciones hacia el futuro”. Pareciera que esta afirmación es totalmente desconocida por los gestores de las políticas públicas en estos 20 años.
De acuerdo con el Foro Económico Mundial, Venezuela alcanzó el lugar 130 entre los 138 países medidos en el índice de competitividad global 2016-2017, ubicándonos en el último lugar en América Latina y el Caribe. Percepción influenciada por factores como: el control de cambio; la hiperinflación; la inestabilidad política; la inseguridad; la burocracia; la corrupción y la inamovilidad laboral. En algunas de estas variables presentamos cifras de récord mundial, por ejemplo en: hiperinflación, inseguridad y corrupción.
Por otro lado, en el índice de percepción de corrupción para el año 2017 elaborado por Transparencia Internacional apareceremos en el último lugar en América, lo que significa que es el país más corrupto del continente, obteniendo 15 puntos de 100. En estos años de revolución la percepción de corrupción ha tendido a elevarse, llegando al ranking poco atractivo de los últimos tres años que nos ubica en los peores escaños a nivel mundial. El país está invadido de instituciones y empresas públicas poco transparentes, adicional de contar con un Poder Judicial que alimenta la impunidad y para colmo subordinado al Poder Ejecutivo.
La reciente encuesta sobre condiciones de vida en Venezuela (Encovi), realizada por las universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar, reveló que 82 % de los hogares venezolanos vive en pobreza, lo que nos convierte en el país “más pobre de América Latina”. Este estudio corrobora la profundidad del daño generado por la revolución. La disminución de la frecuencia diaria para alimentarse y la ausencia de proteínas en las comidas, deriva en la pérdida de peso no controlada. Los niveles de escasez y desabastecimiento en alimentos y medicinas, amén de la hiperinflación, presionan la existencia de esos niveles de pobreza que se traducen en un indicador que reconoce la “crisis humanitaria”. En el Índice de Miseria 2017 encabezamos la lista, siendo su cuarto año consecutivo como el país más miserable. En el caso de Venezuela, la alta hiperinflación es la causa fundamental para tener la economía más arruinada a nivel mundial.
Ante esta realidad, observamos con estupor la fiesta de cotillones electorales en la cual un candidato silbón y bailarín derrocha los recursos públicos de forma grosera. El despilfarro es grotesco, hecho que maltrata al pueblo y el CNE actúa como cortesana complaciente, que fomenta la desigualdades electorales. La cantidad de vallas, pendones, grafitis y mensajes digitales que invadieron todo el ciberespacio, contradicen la crisis humanitaria que la nación padece. La revolución convertida en Dictadura férrea, destruyo 50 años de avances experimentados por el país con las mejores condiciones para superar la brecha del subdesarrollo en los años 70.
Es doloroso observar el grado de carencias gestado por esta Dictadura revolucionaria, no hay nada que rescatar, la destrucción se evidencia en todos los espacios. Jamás actuaron en favor del pueblo, por el contario su objetivo fundamental es el control social de la población, para convertirnos en mendigos receptores de limosnas. El resultado electoral está cantado y también está determinado nuestro retroceso. Los esfuerzos del régimen para mantenerse en el poder pueden llegar a un exterminio selectivo de una parte de la población. La lucha política después del 20 de mayo debemos mantenerla, independiente del resultado.
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