Hoy despedimos al año 2020, muchos nos sentimos aliviados porque esperamos que el 2021 nos aleje, definitivamente, de los 12 meses vividos con la pandemia causada por un organismo microscópico, pero letal, que cubrió al planeta con una carga inmensa de angustia, incertidumbre y miedo. Un virus con corona que como todo un monarca ha hecho de la tierra su reino y contagia a pobres y a ricos, a buenos y a malos, a inocentes, y a pecadores, a todos por igual, sin distinción de ninguna especie, sin consideración. Un virus sumamente peligroso que ha puesto a los gobiernos de todos los países a buscar soluciones para proteger a sus poblaciones: un coronavirus cuyo origen aun es una incógnita, no sabemos cómo vino ni hacia dónde va. Los terrícolas nos creíamos invencibles, invulnerables y jamás pensamos tener que separarnos personalmente de los seres queridos, encerrarnos en nuestras casas, tapar nuestros rostros, perder nuestros empleos y, lo peor, tener que llorar a nuestros muertos porque el coronavirus se los fue llevando. Así, a grandes pinceladas,  ha sido la triste realidad sufrida en este año 2020, trágico para muchos, difícil, doloroso. No podemos ser ingenuos, en esta guerra contra el coronavirus faltan todavía muchas batallas y las armas con las que combatiremos serán principalmente, la conciencia de los ciudadanos, el respeto a los protocolos de protección, las vacunas que ya son una promesa hecha realidad. Y sobre todo poner en práctica la enseñanza que la pandemia nos ha dejado, especialmente: el mundo necesita más unión, solidaridad y amor para luchar contra el enemigo común.

Venezuela se creció ante las dificultades

Nuestro país, hermoso, querido, maltratado, empobrecido, ha visto pasar este año en medio de tantas dificultades, que los que aun permanecemos en esta tierra somos héroes en resistencia, en convicciones, en fe.

El honor, la responsabilidad y el amor al prójimo, que ha demostrado el personal de salud, es incomparable, aplaudible, y no hay palabras que le hagan justicia a su inquebrantable labor llevada en ocasiones hasta el último suspiro de quienes dieron todo por salvar a sus pacientes, hasta su propia vida.

Aparecieron también almas generosas dispuestas a solventar en lo posible las carencias de quienes nada tienen. Esos venezolanos con valores cristianos que comparten un alimento para calmar el hambre, una cobija para quitar el frío, una medicina para apaciguar un dolor, una sonrisa para aliviar las penas.

No nos hemos dejado vencer por las miles de vicisitudes que a diario vivimos: retrocedimos en el tiempo y ante la falta de gas, encendimos con leña las fogatas para preparar una comida. Caminamos largos trechos porque no había transporte. Soportamos estoicamente las interminables horas sin energía eléctrica, y aun así, en estas Navidades no faltó, hasta en el hogar más humilde, el pesebre, símbolo de todo lo bueno que está por venir.

Este año, los pastores de la iglesia, cumplieron una misión encomiable, y fue el acompañamiento a la feligresía, para darnos ánimo y traernos la palabra de Dios, que siempre nos reconforta. Porque “su amor todos lo puede”. Las puertas de las iglesias por mucho meses estuvieron cerradas, pero el mensaje de los sacerdotes llegó, de eso no hay ninguna duda.

Este año aprendimos que la distancia no es sinónimo de olvido. Nos hicimos conscientes de nuestra capacidad para enfrentar retos. Fuimos más solidarios y apreciamos el inestimable regalo de la vida que hay que aprovecharla en esos momentos únicos que nos ofrece como el calor del hogar, la compañía de los amigos sinceros, la lectura de un buen libro. La dulce voz de esa amiga que canta canciones, de su propia inspiración para contar nostalgias, amores imposibles, sueños, ilusiones y alejar la soledad.  Abrazamos a nuestra mascota y en el reflejo de sus ojitos cariñosos, sentimos paz. En fin, son tantas vivencias atesoradas, tanta incertidumbre, tanto desconsuelo, pero tanta fuerza de voluntad.

Tal vez hemos llorado por los que ya no están. Hemos visto como los días se vestían del mismo color, pero sobre todo nos refugiamos en la oración sincera y profunda que es un bálsamo, ante el padecimiento que esta pandemia ha causado.

Creemos que la mayoría de nosotros ha renovado su fe en Dios, porque pensar que él no nos abandona, nos da coraje para mantenernos firmes ante  los vientos huracanados que azotan al país. Esta frase: “La fuerza del amor de Dios que todo lo puede”, es muy cierta, porque si tenemos fe en él, si rezamos y nos protegemos en su presencia, entonces podremos sobrellevar con más entereza las terribles condiciones de vida que estamos sufriendo y que atentan contra nuestro bienestar, tanto, material como espiritual.

Despedimos este año, con la convicción de que tiempos mejores vendrán tanto para el mundo como para nuestra Venezuela. La historia de la humanidad está llena de trágicos momentos, de extremos sufrimientos, pero que a la larga pasaron como las nubes de la tormenta cuando un viento fuerte, benévolo, se las lleva. Nosotros, los venezolanos seremos ese viento que al soplar y soplar despejará todas las nubes de nuestro horizonte y hará que vuelva a salir ese sol bonito que nos alumbra y nos reconforta.

El equipo de profesionales que conforman nuestros medios, Comunicación Continua y La Ciudad en la Radio de Leo León,  estamos dispuestos a seguir el camino trazado, Dios mediante, y al igual que lo hicimos este año, en el cual fuimos venciendo muchos obstáculos que a veces parecían infranqueables, estaremos juntos, ustedes y nosotros en el 2021, con el ánimo encendido y nuestro lema ¡Arriba Corazones!

Redacción: Arinda Engelke. Leo León. C.C.

31-1-2020