Al otro lado del puente: La ayuda que no necesitamos

Un espacio olvidado en la diplomacia parece ser el saber cuándo es momento de hacerse a un lado. Quizá sea por la casi obsesiva necesidad postmoderna de siempre incluir y oír a todos muy a pesar de que haya a quienes les importe poco ser oídos, o incluso a quienes les importe poco oír a los demás. La diplomacia aboga por compromisos consensuados, producto de diálogos funcionales en los que las partes involucradas convienen en buscar llegar a un acuerdo. Así, si una negociación decanta en posturas irreconciliables es porque en algún punto esa negociación perdió la dinámica esencial del diálogo, en la que las partes se escuchan mutuamente sabiendo que, aun cuando no están de acuerdo, deberán buscar espacios para acordar salidas en las que cada parte cede algo. Y es necesario decir «deberán» pues quien dialoga funcionalmente busca un bien mayor.

Pero más allá de idealizaciones, si en un diálogo las partes involucradas no se plantean un resultado distinto a salir absolutos vencedores, sin hacer concesiones significativas a su contraparte y sin recibirlas, se tratará de monólogos en tiempo diferenciado o diálogo de sordos, donde cada quien expone su razón sin siquiera considerar lo que el otro ha dicho. Pienso que es acertado decir que en la Venezuela contemporánea sabemos mucho de lo segundo y muy poco o nada de lo primero, en el ámbito de la política nacional. Actores tan polarizados como los que tenemos han participado una y otra vez en sesiones de diálogo de las que salen con las manos tan vacías, que declaran a los cuatro vientos que han sido los ganadores de la jornada, omitiendo olímpicamente que en un diálogo o se benefician todos o no se beneficia nadie.

Nuestras recientes malas experiencias al respecto han demandado de la intervención internacional, de países amigos, hermanos y hasta la intervención del representante de un dios en la tierra. Esfuerzos que han iniciado con intenciones genuinas de ayudarnos y que, ante la imposibilidad de acuerdo o cumplimiento de compromisos, en ocasiones se han transformado casi en obsesiones porque el diálogo mantenido entre las partes dé los frutos esperados, pues de una buena salida depende desde hace mucho, literalmente, la vida de los venezolanos todos, dentro y fuera de las fronteras. Ante tal imposibilidad, un giro importante se dio a principios de 2019, cuando la oposición política venezolana entendió que en esa secuencia de monólogos alternos solo se empleaba tiempo y esfuerzo que alargaba y aletargaba la paciencia del venezolano de a pie, quienes a diario viven y mueren sin que mucho se afecte el ritmo de las negociaciones y los intentos de diálogo. A ese ciudadano de a pie, tal decisión le representó una bocanada de oxígeno en un entorno en el que la atmósfera se hace cada vez más tóxica.

No obstante, y para sorpresa de muchos, esos amigos, esas manos salvadoras que tienen años ayudándonos a buscar soluciones no parecen entender que en un diálogo sordo lo más sensato es no participar de la dinámica, donde todo parece ser, pero nada es, en esencia. Un diálogo que toma una eternidad para no llegar a ninguna parte no es un diálogo, es una tabla de salvación para aquel que lo adormece y revitaliza a conveniencia.

Y es que el alcance del aparato político del socialismo venezolano y su discurso ha tenido la eficiencia de llevar incluso a la comunidad internacional a posiciones irreconciliables respecto al tema Venezuela. Así, la decisión de lo que deba o no deba ocurrir o hacerse en Venezuela ha trascendido los actores locales; en las últimas semanas leemos en titulares declaraciones de funcionarios de alto rango de las potencias globales respecto a la situación venezolana y la necesidad de asumir una u otra postura. Mientras tanto, el grueso de los actores políticos nacionales, no sé si por ingenuidad o por necesidad retórica, aún no reconocen abiertamente la incapacidad de una población diezmada (por la migración, la preocupación constante por suplir las necesidades más básicas y una depresión colectiva) y desarmada para enfrentarse y deponer un aparato de dominación bien articulado con actores armados y entrenados (institucionalizados y no) para sistemáticamente reprimir cualquier intento de protesta civil.

La tabla de salvación que los políticos de oposición dieron por tantos años al cuestionado presidente de Venezuela en funciones a través de mesas de diálogo, unas públicas y otras no tanto, ahora tiene escenario internacional. Nuestros bienintencionados amigos nos golpean la esperanza con esa tabla al plantear ideas tan irrazonables para el contexto venezolano como pedir elecciones generales, sin primero desarticular el sistema electoral hecho a la medida de quien arrasa en elecciones «multitudinarias» aunque no vaya nadie a votar, o pedirle a Cuba que retire su apoyo al gobierno venezolano en funciones y se una al Grupo de Lima para ayudar a una salida negociada de la situación venezolana. Estas buenas intenciones terminan por conceder espacios de esparcimiento y salvedad para quienes detentan el poder y siguen mientras tanto en su tarea de moldear a la sociedad venezolana con discriminación, persecución a los disidentes, opresión, al tiempo que, al mejor estilo de Orwell en su 1984, usan su neo lengua, donde guerra significa paz, mal significa bien y opresión es libertad. Solo bajo esta lógica tendrá sentido decir que “El sufrimiento de un pueblo no puede ser la clave para un cambio de Gobierno”, como lo ha dicho el ya tristemente célebre canciller en funciones.

Dr. Anderzon Medina Roa

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon