Al otro lado del puente: Una tarea para tiempos de encierro

Por: Anderson Medina Roa…

Ya en la quinta semana de cuarentena, algunos nos vamos dando cuenta de que esto del encierro no es tan novedoso. El deterioro de las posibilidades para nutrir los lazos sociales en Venezuela ya había forzado a millones a privarse de ciertas costumbres otrora cotidianas, afectadas por limitaciones derivadas de la falta de dinero, de combustible, de seguridad; en un esfuerzo para convertirnos en una sociedad conforme, de sobrevivientes. Al punto de que alrededor del 15% de la población, negada a ese destino, decidió aventurarse a buscar nuevos rumbos por el mundo. Esos millones de venezolanos han llegado sin ese tejido social que tenían en casa, por lo que tampoco han tenido mucho espacio para establecer y nutrir lazos sociales, y quedan reducidos a una nueva forma de confinamiento, de puertas abiertas. Tanto así, que para un pequeño número de estos migrantes su imposibilidad de entrelazarse e instalarse en los países destino ha hecho que tengan que regresar a casa.

Así, me atrevo a decir que los venezolanos nos hemos convertido en una suerte de personajes forzados a acomodarnos a diversas formas de confinamiento, algo que podría ser paradójicamente ventajoso en esta pandemia por COVID-19. Pero acomodarnos no ha significado acostumbrarnos. Celebramos cada mínimo espacio de libertad; solo hará falta ver redes sociales para ver millones de venezolanos tácitamente manifestando su escape a través de cosas simples donde quiera que estén (posts sobre comidas, lugares, reuniones, etc.). Una suerte de rebelión individual en contra de esas formas diversas de encierro.

Es cierto que entre esas formas de encierro siempre hemos tenido la posibilidad (guiada por necesidad) de estar en la calle para generar los ingresos que nos permitan comer y mantener un techo sobre nuestras cabezas (tanto dentro como fuera de Venezuela). En contraste, el confinamiento estos días ha sido a puertas cerradas, lo que ha puesto en peligro la generación de esos ingresos necesarios y nos equipara (salvando distancias) con la situación de millones en la mayoría de los países afectados por la pandemia. En EEUU, por ejemplo, se espera que haya 25 millones de solicitudes de auxilio por desempleo como consecuencias de la crisis; un auxilio al que en principio no pueden acceder los cerca de 11 millones de indocumentados que hacen vida en ese país. En un cálculo poco riguroso, solo en ese país estaríamos hablando de alrededor de 36 millones de personas que no podrán generar ingresos y que no saben si en efecto recibirán el dinero necesario para sobrevivir. Los efectos en la economía global se esperan sean catastróficos, con lo que ningún país se librará de verse afectado.

Aunque mal de muchos sea consuelo de tontos, no estamos solos en nuestra desventura, y quizá tengamos, insisto, un punto a favor en entrenamiento de supervivencia. Quiero pensar que la austeridad de nuestra realidad venezolana de las últimas cuatro décadas (desde el declive debido al viernes negro) nos reforma el carácter para comprender una situación crítica y asumirla. Ciertamente esto dependerá del nivel de conciencia, conocimiento, saber, comprensión de una situación como crítica, de la austeridad como causa y consecuencia a la vez, de nuestro rol como individuos parte de un todo que se encuentra en situación similar, y de la necesidad de cambiar esa situación. Ahora bien, pensando en la naturaleza humana adaptada a estos nuestros tiempos, no sé si en los venezolanos como el todo heterogéneo que somos podremos ver ese nivel de conciencia como regla o excepción. Nada nuevo bajo el sol. Tampoco sabría cómo verlo en los colombianos como el todo heterogéneo que son, por ejemplo.

Un tema recurrente en la sociología es el que apunta a la construcción social de la realidad, uno que se ocupa de preguntar cómo es que algo llega a ser considerado como real, al punto de que lo internalizamos, lo tomamos como natural, no lo cuestionamos. Así, se me ocurre pensar en el casi imperceptible esfuerzo por distraernos con dádivas que alimentó la falacia de que somos un país rico. Esta versión de realidad logró instalarse en la construcción que como sociedad hemos hecho de Venezuela desde mediados del siglo pasado, tanto que aún hoy día, siendo uno de los países más pobres del continente creemos fervientemente que lo que necesitamos es cambiar unos personajes en el poder para que esa riqueza fluya y el país prospere.

No será llover sobre mojado decir que eso no es así y es hoy una verdad compartida por millones. Sumando a esto la negativa a conformarnos con la supervivencia (migrar ha sido la salida que han escogido unos, quedarse ha sido la de otros, la resiliencia, el trabajo constante y la adaptación a las circunstancias ha sido la de todos), me parece que estos días de confinamiento a puerta cerrada pueden ser útiles para llevar a cabo la tarea de mantenernos despiertos, cuestionando eso que tomamos como natural en nuestra realidad. Quizá podamos seguir desmontando el mito de que somos un país rico y en ese ejercicio seguramente logremos ver mejor una realidad a construir como sociedad.

Dr. Anderzon Medina Roa

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon

21-04-2020 (día 36 de cuarentena)