Auméntanos la fe

(Lucas 17, 5-10)

Esta petición de los apóstoles a Jesús, leída en el paso del evangelio de este XXVII domingo del tiempo ordinario, nos subraya esta orientación: aquí y ahora somos forasteros y huéspedes, y mientras tanto ni nos avergoncemos ni temamos elevar a Cristo la urgencia de dicha súplica: auméntanos la fe.

Ahora bien, tal exhortación reverente asimismo nos recuerda que la fe no es un cálculo en proporción a la cantidad; ella exige la autenticidad y por eso su referente en ella busca el pleno vigor, pues una fe verdadera, aunque pequeña, tiene poder transformador.

Por ejemplo, la primera lectura, escrita en el contexto histórico de la invasión babilónica al pueblo hebreo (587 a.C.), parecieran unos fragmentos rotulados por el profeta Habacuc como muestra de su enfrentamiento con Dios en vez de escucharlo. En efecto, observemos el tenor de estas preguntas:

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?

¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?

¿Por qué pones ante mí opresión y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas?

Sin embargo, la enseñanza del profeta es esperanzadora, porque, como partidario del realismo espiritual de la cultura semítica, la autenticidad de la fe, aunque esta sea pequeña, debe poseer un vigor profundo, ya que por éste su testigo hace de ella una ofrenda preciosa al Altísimo.

Cierto, en relación a la fe no buscamos calcularle un precio como si se tratara de alguno de nuestros recursos materiales.

Habacuc subraya que ella ha de mantener de Dios, a pesar de la rudeza de algunas situaciones, (la desolación de las invasiones, o del exilio), una íntegra valoración.

El Señor no nos impone añadirle una quinta parte a la fe, sino hacerla vida en coherencia por la que de ÉL no obtenemos de ella una valoración inferior.

Así, a través de la experiencia de Habacuc comprendemos que Dios no está sordo en los momentos de injusticia, o en el de los silencios que nos parecen omisiones; al contrario, está-con-nosotros obsequiándonos un respaldo que debe ser intuido con paciencia; de hecho, el justo vivirá por su fe.

En “el ser justos” en la vivencia de la fe no podemos reemplazarnos uno por otro.

En este sentido, la imagen provocadora, la fe como semilla de mostaza, la más pequeña, ya nos enfatiza que por la fe somos capaces de mover lo imposible.

Jesús esclarece con fidelidad que una fe, profesada individual y testimoniada públicamente, no tiene límites ante Dios: es una prueba fehaciente no de cantidad, sino de calidad de confianza.

Por ende, apliquémonos en la profesión y práctica de nuestra fe las palabras dirigidas por Pablo a su estimado discípulo Timoteo, repasadas en la segunda lectura de este domingo XXVII del tiempo ordinario:

Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza.

05-10-25

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com