Calamidad reducida

Por: Ramsés Uribe…

Adversidad en puertas. Las calamidades son moneda corriente en la historia natural y social. La inconciencia generalizada con una dosis de alienación extendida y el parasitismo o irresponsabilidad social, la vida banal colectiva aunada al anhelo y creencia ingenua desmedida de progreso absoluto de la humanidad, ha cegado la mirada cruda de la realidad que agobia al mundo. La existencia misma es tremendamente inestable y la incertidumbre que la acompaña cual sombra indeseable, es fulminantemente trágica. La vida siempre ha sido sufrida y dura. La pandemia, los terremotos o las conmociones sociales, regresan análogamente como lo hace el cometa Halley cada 75 años aproximadamente, para echar un vistazo a la Tierra convulsionada.

En el artículo del Eterno retorno viral, entre otros, ya indicamos lo que la filosofía sabía de antemano y que la ciencia y las gentes comprobaron y padecen: la vida es hondamente trágica. Sí, ya todos lo saben; experimentaron en caliente. Es la noticia constante que sigue y recorre el planeta de cabo a rabo. Se enteraron no tanto porque lo leyeron o percibieron en las noticias radiales, televisivas, internet o en las redes sociales tan de moda. Algunos no cayeron por inocentes ni desprevenidos, pues antes habían sufrido penurias inevitables e inesperadas o quizás estudiaron a los grandes maestros de la literatura universal como Dostoievski con sus desgarradores dramas humanos como su libro, “Recuerdos de la casa de los muertos” o Albert Camus con su obra “La peste” o la famosa novela del “Gabo”, Gabriel García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”. La literatura y la filosofía siempre han retratado y recordado las penurias globales o locales.

En Venezuela, la catástrofe actual, denominada por los entendidos como crisis humanitaria compleja, nombre o título que hay que revisar constantemente por su creciente aumento, precede a la llegada de la peste viral. Según diversas investigaciones hechas por instituciones reconocidas, representadas por universidades nacionales y organizaciones no gubernamentales del país y extranjeras, como la Observatorio de Derechos Humanos de la ULA, Trasparencia Venezuela, Human Right Whatch Americas, Organización de las Naciones Unidas (ONU), y muchas más, la situación es altamente preocupante por el estado de deterioro material y espiritual del país: pobreza extrema entre profesionales y otrora clase media, migraciones o huidas masivas por el orden de 5 millones de venezolanos, hogares y familias fragmentadas, retorno de enfermedades ya desaparecidas, corrupción desmedida, deterioro de las instituciones educativas, deserción educativa desmedida, renuncia masiva de médicos, enfermeros, educadores y otros profesionales indispensables en los organismos públicos y privados, violación de derechos humanos, criminalidad y violencia desbocada, constantes y graves fallas de servicios públicos, protestas y conflictividad social, hiperinflación desenfrenada, desempleo general, destrucción de las empresas del Estado, baja productividad de la población, daño ecológico al arco minero, y paremos de contar… Ciertamente en el pasado también ha habido miseria, analfabetismo, atraso económico y social, pero nunca hubo tanto daño en la magnitud incalculable y gigantesca que se presenta en este año 2020.

Salidas a lo fatal: Uno de los antídotos más potentes para contrarrestar las adversidades están revelados en la Biblia. El Salmo 46 (A1-2-3), “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.”

Es clara la respuesta a la crisis que ofrece la divinidad. La cuestión estriba en el grado de creencia o fe de la gente en esta propuesta para mitigar el mal tiempo del aguacero torrencial destructivo. Cuando se acerca la adversidad es necesario pedir y orar al Dios todopoderoso. La costumbre o facilismo y en ciertas oportunidades la conducta esnobista de muchos en confiar y esperar únicamente el auxilio de los gobiernos, al presentarse los desastres puede ser inconveniente, un error. Cuando funcionan las instituciones públicas quizás no hay tanto inconveniente porque ellos hacen lo suyo. Sin embargo, cuando ocurre la misma situación calamitosa o se solicita un servicio público y hasta privado, en nuestro apaleado país, la cosa cambia drásticamente. No hay organismo que responda oportunamente, no porque no quieran trabajar y quieran mostrar rebeldía o insubordinación institucional, sino que no tienen gasolina barata o preferencial, las unidades de transporte oficial están dañadas, carecen de uniformes o implementos técnicos necesarios, entre otras carencias de insumos y equipos. No obstante, entre las ruinas del país sigue brillando gente valiosa que triunfa contra las adversidades, por ejemplo, los emprendedores.

Para mantener a raya la dificilísima e incomparable situación de calamidad que vive el país, hay que contar con dos tremendas fuerzas espirituales: Dios y la gente. Se impone como diría el gran escritor merideño, Mariano Picón Salas, la voluntad de todos en seguir luchando con seriedad, dedicación e incansablemente día a día, en la posición que a cada quien le corresponda. Voluntad para salir adelante; reconstruir al país, reinstitucionalizarlo y enrumbarlo hacia una vida nacional verdadera. Es decir, hay que echarle pichón al país. Otras naciones han salido del foso de la calamidad con su propio esfuerzo. ¿Por qué nuestro país sería la excepción?. Japón en 2011 luego del terrible terremoto y tsunami pudo reconstruirse en un alto porcentaje rápidamente en cuestión de poco tiempo con el apoyo decidido de sus propios habitantes y sus valores ancestrales. Seamos modeladores picón-salasianos. Con la ayuda poderosa de Dios se completa el binomio del éxito para Venezuela.

Profesor de la ULA

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