Por: Valentin Alejandro Ladra…
Prometeo, según la mitología griega, era un Titán amigo de los mortales. Honor para él al cumplir la promesa a los humanos “empobrecidos” dándoles el gran regalo, robando a los dioses celestiales del Olimpo sagrado: el fuego.
Para ello el dios supremo, Zeus, lo castigó someramente. Lo encadenó en las montañas del Cáucaso y que un águila le royera el hígado para toda la eternidad.
Pero el gran Hércules lo liberó del águila. Aunque Prometeo tuvo que llevar en un dedo de su mano un anillo con una gran roca donde fue encadenado, durante toda su celestial existencia. Misericordia y castigo al mismo tiempo.
Prometeo, por su honradez y sacrificio, es considerado protector de la raza humana. Nadie lo superaba por su astucia y engaños sutilmente positivos contra argucias malignas. En Atenas se le erigió un templo, un altar en la Academia de Platón, y se organizaba una carrera de antorchas, donde el ganador era premiado con todos los honores. En la Biblioteca Mitológica existe una extraña versión donde Prometeo fue el creador de los hombres al modelarlos con barro -¿Biblia ancestral?-.
Pero Zeus prohibió a los hombres el fuego, es decir, los encadenó a sus designios, les privó la libertad de la inteligencia y el pensamiento. Es decir, los inutilizó. Prometeo, con su sacrificio, los liberó, y desde allí los caminos mitológicos se rebelaron y abrieron nuevos horizontes.
En nuestro país y el mundo presente existe un asombroso paralelo. La televisión y la radio nos ofrecen múltiples “prometeos” de todos los colores, que ofrecen darnos los regalos del fuego en todas sus variantes y así liberarnos de la oscuridad, la escasez y las cadenas.
Reparo en las últimas 50 décadas, y salvadas las distancias, los incontables personajes, colores y sabores, los miles de “prometeos” florecidos que tratan con astucias de darnos “el fuego en palabras, imágenes, gestos, sonrisas y sonidos”.
Si se suman todas las escenas podemos asombrarnos de que “todos los fuegos prometidos por los modernos prometeos son idénticos”.
Palabras más palabras menos, con corbatas y vestidos elegantes, en camisas o franelas coloreadas, besando niños y abrazando viejitas, muchos prometeos modernos desean alcanzar el Olimpo. Es como si hubiera total amnesia –o alzhéimer- en millones de cabezas sostenidas por hombros esperanzados de verdaderos milagros que los llevaran a un bienestar eternamente prometido e infinitamente negado.
Zeus se encuentra con vida. Su Olimpo es el planeta Tierra. Se multiplica en muchos países terrestres. No ama a los mortales. Le gusta que ellos lo adoren, aunque tiene luchas internas con otros dioses y diosas. Así es el Olimpo. Así es este mundo.
Mientras tanto proliferan los “prometeos” por doquier. Hablan muchos idiomas diferentes, pero sus palabras, gestos y sonrisas son casi idénticas en el tiempo y el espacio. Pero estoy seguro que ninguno fue encadenado a las montañas del Cáucaso. Ni que lleven una pesada roca en el anillo. Todo lo contrario.
Pero el Prometeo real, el que robó el fuego a Zeus y los dioses del Olimpo griego, quien obsequió a los seres humanos que carecían de una vida de bienestar y justa, honró su palabra a sabiendas que sería fuertemente castigado, existe. La misericordia lo premió con la libertad a pesar que no fue fácil.
Por ello, Prometeo, el verdadero, no es sólo un mito. Sólo hay que reconocerlo. Así todos seremos Hércules, semi-dioses y diosas del Bien. Porque el fuego celestial es de y para todos. Para la justicia y la paz del bienestar, más allá de cualquier sombrío Olimpo mitológico o verdadero.
Prometeo está en el corazón y espíritu de cada uno de nosotros.