Por. Bernardo Moncada Cárdenas…
«…Si no queremos que el crimen termine devorando al país, todos tenemos que levantar- como nos lo manda la Constitución en el artículo 333- con una voz unida que clama ¡basta ya!, y actuar de modo eficaz para frenar la muerte en todas sus formas y restablecer el orden constitucional.
Con ello estaremos honrando la memoria y el sacrificio de la vida de Fernando Albán y de muchos más, perseguidos, asesinados y maltratados» Luis Ugalde, “¿El crimen nos devorará?”
El cuerpo del edil Fernando Albán aún conserva trazas de la energía que lo llevó a ser un político modelo hasta su último aliento, y ya medios y redes parecen haber consumido su memoria. Es el fatal desenlace cuando las noticias devienen negocio y entretenimiento: son publicitadas, utilizadas y, consumidas, volviendo al sombrío mar de la desmemoria. Retorna pues Albán al anonimato, donde la opinión pública venezolana lo mantenía relegado por el simple hecho de no generar escándalos de corrupción ni malas noticias.
Nativo del Cauca colombiano, se venezolanizó hasta el grado de comprometerse con los asuntos del país, acaso más y mejor que algunos compatriotas. Poco antes de comparecer en ensangrentados titulares de prensa, había llegado a los 56 años. Había sido elegido concejal del Municipio Libertador, donde se desempeñaba discretamente en representación de su querido municipio y de Primero Justicia.
Empero no debía ser tan inocuo, ya que fue elegido para la comisión que viajó a llevar el informe sobre violaciones a los derechos Humanos a la ONU. La desaparición de Albán suscitó, como la más importante, una fuerte reacción de la Iglesia venezolana, la cual manifestó su “profundo pesar” y se solidarizó “con el dolor de la familia Albán en… momentos de incertidumbre y consternación”. Cercano a la Arquidiócesis, en el comunicado la misma afirma que se trata de un “hombre de sólidos valores cristianos y compromiso con los pobres” y estaba a cargo de la ‘Comisión de Culto, Fomento e Impulso del Buen Vivir’ por las parroquias Santa Rosalía, San Pedro, El Recreo y San Agustín. La Conferencia Episcopal Venezolana destacó en su comunicado la serenidad de un hombre de paz, incompatible con supuestos suicidios, y calificó su detención, apenas regresando de haber cumplido la misión oficialmente encomendada, como arbitraria. Cercano al cardenal Urosa, éste declaró que “era un hombre pacífico, de sólidos principios y de fe católica”.
De este caso debería llamar la atención, además del abominable papel que ha jugado el presente gobierno a través de sus cuerpos policiales, ese empeño de obsesionarnos por el mal ignorando todo bien que se pueda encontrar en nuestro país, cuando opinamos. Encontramos infundios y acusaciones temerarias contra toda persona que se destaque, particularmente en el ambiente político. Nadie pareciera merecer un mínimos de confianza y sonreímos con cinismo cuando difundimos acusaciones y denuestos. No sólo tendemos fácilmente a la injusticia que demerita y desanima a quien asume liderazgos, sino así ayudamos torpemente al régimen en sus designios, desanimándonos a nosotros mismos y consolidando su poder y su influencia.
El sacrificio de Fernando Albán no solamente acusa a quienes lo detuvieron ilegal e injustamente, acabando con su vida, sino a quienes hacemos oídos sordos al buen desempeño de la mayoría de nuestros políticos que, especialmente en un contexto tan adverso, actúan como él lo hacía. La franca sonrisa que exhiben sus fotografías es una humilde lección que exige no olvidar su martirio y observar con mayor confianza lo que muchísimos funcionarios, técnicos, y dirigentes, realizan en contravención del maligno proceder de las altas esferas. Desintoxiquémonos de la adicción a las malas noticias por el bien personal y el bien futuro de nuestro querido país.