Con fundamento: Catedral y patrimonio: conquistas difíciles, blancos fáciles

Por Bernardo Moncada Cárdenas…

“La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo”. Simon Leys, crítico y escritor belga.

“…conviene reconocer la existencia de una violencia latente, practicada sobre los espacios, y en nuestras ciudades, sobre los objetos de naturaleza pública o privada que en ellos se asientan, que se convierten en arena política.” Mario Jordi Sánchez, Francisco Aix Gracia

Ya desde la anterior columna quien escribe se propuso saldar deudas con la Catedral Basílica Menor de La Inmaculada dedicándole este escrito. Los recientes actos que han afectado parte de ella y, más que todo, al Rectorado de la Universidad de Los Andes, han hecho de tal deseo una obligación.

Con todo y la modesta capacidad económica que caracterizó no solamente a la Provincia colonial de Venezuela, sino a la naciente república desde su independencia y separación de La Gran Colombia, los siglos de presencia hispana en este suelo dejaron interesante patrimonio arquitectónico, testimonio del devenir histórico que resulta en la realidad moderna. Este legado refleja la vida confortable y digna de una clase criolla menos pudiente que aquella en territorios de riqueza minera o alta productividad agropecuaria. Las edificaciones nos hablan, como testigos aún vivos, de nuestros antecedentes como sociedad. En Mérida, relativamente aislada, entre centros como Maracaibo y Pamplona, se acentuó la economía de ornamentos y lujos en la construcción, salvo en un caso: la sede catedralicia que distingue la ciudad desde el siglo dieciocho. Demolida por sucesivos sismos, la sede de la arquidiócesis de Mérida se ha levantado de nuevo siempre más airosa y bella, culminando en el edificio que hoy admiran y disfrutan merideños y visitantes.

El encanto de la catedral basílica no se limita a sus impresionantes atributos estéticos arquitectónicos; con el programa de puesta en valor que se lleva a cabo a través de las Visitas Guiadas avaladas por la Universidad de Los Andes, se comprueba que el mayor impacto que el templo suscita es el descubrimiento de su significado histórico y su lenguaje religioso; en pocas palabras, su valor cultural para todo el pueblo emeritense.

La catedral habla de un Evangelio materializado a través del transcurrir secular de una colectividad que se identifica con ella; sus formas recalcan valores y fortalezas que hoy son más necesarias que nunca, de modo que pasa a ser nada menos que centro afectivo y simbólico del ser merideño, un acervo vital para la ciudadanía, un bastión de merideñidad a defender con toda nuestra energía.

Al igual que el otro centro espiritual de la ciudad: el Rectorado de la Ilustre Universidad de Los Andes, la catedral sufre frecuentemente las afrentas de la anti-merideñidad, representada en posiciones ideológicas proclives a destruir la base moral que sostiene al pueblo, con el objeto de hacerlo vulnerable y reemplazarlo por la imagen robot de una colectividad empobrecida económica y espiritualmente, idiotizada y servil. Esas afrentas, anteriormente provenientes de actitudes anti-sistema y rebelión contra el poder establecido, provienen ahora del poder central, del proyecto totalitario que hoy se debate para mantenerse ante una nación que en más de un 90% lo rechaza. Cual pataletas irracionales que sólo buscan irritar y contrariar a los merideños, actos vandálicos son perpetrados para insultar y afear los principales conjuntos monumentales de la ciudad.

El reciente fin de semana, pueblo y estudiantado, en gesto conmovedor, se dieron a la tarea de limpiar y restituir la prestancia del pintarrajeado Edificio Central de la ULA. Tocaría al pueblo y a la feligresía de la arquidiócesis hacer lo propio con la fachada lateral de la catedral, cuyo portal principal acaba de ser lustrado como gesto considerado y solidario de la Alcaldía del Libertador.

Los valores urbanos y ciudadanos puestos de manifiesto con la actitud de quienes visitan la catedral, saliendo admirados con su significado, demuestran la importancia de mantenerla y defenderla como obra no solamente de la Iglesia, sino de la laboriosidad rebelde y noble que esta tierra ha hecho valer a través de los siglos. Y tomemos nota, por último, de si bien un perjuicio contra el patrimonio son los actos de vandalismo puntuales que sociopáticamente lo golpean, son aún más dañosos la falta de mantenimiento y el mal uso, como ocurre con el Bulevar de los Obispos, que van deteriorando estas invalorables estructuras. Tanto la fachada del Rectorado como la fachada lateral de la catedral acusan los efectos de una permanente falta de inversión que no es tan difícil de remediar como merecen. No bastan mecanismos de defensa contra el vandalismo; deben sumarse otros de protección y mantenimiento de los valores patrimoniales. “Allí donde tengan su tesoro, allí tendrán su corazón”.