Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
«Antes bien, examínenlo todo cuidadosamente, retengan lo bueno. Absténganse de toda forma de mal.» Pablo a los tesalonicenses.
«Aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo». Friedrich Nietzsche
«Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.» José Ortega y Gasset
Las frases con que usualmente se inicia esta columna –epígrafes, para ser más precisos- orientan el sentido del escrito y lo ubican en una perspectiva más amplia; como decir: “estamos en buena compañía”. En esta ocasión encabezan dos personajes que, según algunos, se encuentran en polos opuestos. Un poco terciando, el filósofo español ayuda a encaminar esta columna.
En el llamado alto nivel, los problemas que tratan los dirigentes que (sinceramente) luchan por un cambio definitivo hacia la democracia en Venezuela tienen que ver con estrategias y tácticas, apoyo mundial e interno, muy relacionados con su imagen y sus acciones. En la alta responsabilidad que el pueblo, a través del voto y de la opinión pública, les confiere, hay poca oportunidad de compartir nuestros avatares, lo que sufrimos los de a pie.
Hundidos en el deterioro de los servicios públicos, en manos de quienes incumplen el compromiso de mantenerlos y administrarlos, la estratosférica hiper-inflación, las dificultades para el libre tránsito y la provisión de combustible, y la insuficiencia de los salarios en un país de asalariados, se vive en un general y exasperante sofocamiento, una lucha del día a día que apenas permite levantar un poco la mirada para preguntar “¿Cuándo saldremos de esto?”.
Pregunta cuya respuesta por el momento no parece estar en nuestras manos. Entonces, ¿Qué podemos hacer? Y la palabra impotencia aparece a menudo en nuestro pensamiento y nuestras expresiones.
Individualmente es evidente nuestra minusvalía, pero es cierto que no estaríamos tan mal, si uno por uno no se hubiera manifestado una gran mayoría a favor del cambio que nos ha traído a esta catástrofe. De nuestra actitud depende el rumbo de nuestra vida, y en gran parte el rumbo del país. Por ello la cuantiosa inversión en medios de manipulación psicológica. El arma más formidable con que cuenta un régimen como el que está en el poder, es su control sobre nuestras actitudes y estados de ánimo.
Tener a menos la astucia del régimen, o dejarse llevar por esa desesperanza y fluctuación bipolar del apoyo a dirigentes que persiguen un retorno a la democracia, son reflejos condicionados que fortalecen la permanencia de la hegemonía roja en el palacio presidencial.
Pero además se nos debilita como personas y como ciudadanos, desmoralizándonos y haciéndonos vulnerables a los tentáculos con que somos agredidos segundo a segundo, primeramente al renunciar a nuestra responsabilidad personal. Al escribir Nietzsche «Aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo», nos recalca lo que permite a la gran mayoría de cabezas de familia enfrentar valerosamente la miseria en que se nos hace vivir, o a los maestros que quedan en su puesto continuar en pésimas condiciones. No hay que menospreciar un trabajo porque no dirijamos una gran empresa o tengamos altos cargos políticos; todo reviste importancia si recordamos para qué lo hacemos. Triunfa el totalitarismo dominando multitudes masificadas, donde la persona ha entregado a líderes máximos y aparatos burocráticos su propio propósito.
San Pablo nos recuerda que la realidad no es totalmente mala ni totalmente buena, y que debemos discernir su impacto en nuestra vida. Su «examínenlo todo cuidadosamente, retengan lo bueno. Absténganse de toda forma de mal», no quiere decir suspender nuestro juicio moral; al contrario, afinarlo, evitando caer en extremismos frente al ambiente y circunstancias que nos toca vivir, no rindiéndonos, sino aprovechando conscientemente incluso la adversidad, para continuar avanzando hacia la realización que el Creador quiere para cada ser humano. Visiones extremas deforman lo real, haciéndonos presas fáciles del poder.
La voluntad de salvar la circunstancia, nuestro espacio, es clave para la propia salvación. «Si no la salvo no me salvo yo», significa dejar de mirarnos el ombligo u obsesionarnos por lo que hacen los magnates y los jefes, para mirar la relación con el entorno. «Nadie se salva solo», dijo el Papa Francisco pidiendo solidaridad en la pandemia este marzo, llamando a la conciencia comunitaria y ciudadana, valorar el efecto que tenemos en ambiente y prójimo.
La mejor colaboración que, a nuestro modesto nivel, podemos prestar para que este aprieto se supere es adaptarnos y jugar el papel que verdaderamente nos toca; seguir creciendo, lo que no quiere decir resignarnos ni mucho menos caer en el conformismo.