Con fundamento: Cristo bajo fuego, flamas de Jesús

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

 “Si lo habitual es que aquello que es impuro contagie y contamine con el contacto lo que es puro, aquí tenemos lo contrario: allí donde el mundo, con toda su injusticia y con sus crueldades que lo contaminan, entra en contacto con el inmensamente Puro, Él, el Puro, se revela al mismo tiempo como el más fuerte. En este contacto, la suciedad del mundo es realmente absorbida, anulada, transformada mediante el dolor del amor infinito…; el bien es siempre infinitamente más grande que toda la masa del mal, por más que ésta sea terrible” (Joseph Ratzinger, en su libro Jesús de Nazaret)

“Volvería a brotar el canto de nuestro pueblo si el horizonte de la actividad de la ONU fuera la educación del corazón de la gente, en lugar del enfrentamiento mortal –como favorecen los que deberían aplacarlo– entre musulmanes y herederos de los antiguos pueblos, ya sean hebreos o latinos. ¡Y esto constituiría la verdadera riqueza de la vida de un pueblo! Si se diera una educación del pueblo, todos vivirían mejor.” (Mons. Luigi Giussani, para los funerales de las víctimas de Nassiriya  En 2003)

En medio de la avalancha de pesares que destilan medios y redes en Venezuela, dos noticias han logrado llamarnos la atención más allá de nuestras fronteras: el incendio de la techumbre de Notre Dame, Nuestra Señora de París, y los atentados que ya suman más de trescientas víctimas fatales, contra iglesias en plena liturgia pascual y un hotel lleno de temporadistas, en Sri Lanka.

El desastre en uno de los monumentos más admirados y visitados de Europa, definitivamente atribuido a un accidente en trabajos de mantenimiento, suscitó inicialmente la sospecha de un terrible atentado del extremismo islámico. Ello no carecía de base, ya que utilizando el terror, como arma más contundente, el llamado yihadismo amenazó con atacar un resonante blanco de la cristiandad en Semana Santa. El segundo, en cambio, tuvo lugar en Asia, lejos de los centros conocidos del cristianismo mundial, aprovechando cruelmente la festividad celebrando la vida y la luz, el día de Pascua. Fueron ataques suicidas con explosivos de alta potencia. La reacción policíaca desmanteló e impidió nuevos ataques contra la población cristiana del antiguo reino de Ceilán. No solamente líderes religiosos han lamentado y repudiado los hechos. Esta vez las organizaciones mundiales se han visto precisadas a reaccionar terminantemente, frente a un fenómeno que hasta ahora había sido contemplado con tibieza casi cómplice.

Acosada internamente por escándalos que engolosinan a la prensa mundial (precisamente cuando se los está combatiendo con necesaria fuerza), la Iglesia de Cristo, la Iglesia católica, sufre en este siglo la peor persecución de su historia. Organizaciones como Puertas Abiertas, o Ayuda a la Iglesia Necesitada, en análisis objetivo hablan de persecución extrema contra más de 245 millones de cristianos en varios países.

En 2019, más de 4.600 cristianos han sido asesinados, más de 2.000 iglesias destruidas, más de 4.000 son prisioneros por expresar su fe, además de los que sufren represión abierta o embozada, y los que han tenido que emigrar forzosamente para no perder la vida. Continuamente llegan noticias de religiosas o sacerdotes asesinados o secuestrados; en México, 26 sacerdotes han sido ultimados en los últimos seis años. Si el siglo XX fue un tiempo de martirio, el siglo XXI está mostrando que puede rebasar las cifras de sangre que nos escandalizaron hace dos lustros. Aun en países aparentemente democráticos y respetuosos de la libertad, la presencia de Cristo sigue siendo piedra de escándalo, odiada y acosada por motivos ideológicos, además que por oponerse justamente a propuestas y acciones que atentan contra la vida y la dignidad humana, no solamente con impunidad sino con beneplácito del poder.

Frente a este drama histórico, desde un país donde las autoridades eclesiásticas denuncian continuamente pecados sociales cometidos por el gobierno, cobran importancia los llamados a la paz emitidos por el Papa Francisco, confirmando juicios como el de Monseñor Giussani: organismos internacionales como la ONU deberían favorecer “la educación del corazón de la gente, en lugar del enfrentamiento mortal … entre musulmanes y herederos de los antiguos pueblos, ya sean hebreos o latinos”, una perspectiva donde intereses geopolíticos y financieros subalternos no alienten ideologías de confrontación. Allí donde la confrontación existe, que “la suciedad del mundo sea realmente absorbida, anulada, transformada mediante el dolor del amor infinito” del Resucitado, a través de un cambio de mentalidad y actitud de sus fieles. Que el profetismo que repudia y combate el mal y la violencia no impida el llamado a la paz y el reencuentro. Que el Cristo resucitado cuya imagen quedó salpicada en sangre de las víctimas en Katana, Sri Lanka, transmute una vez más esa sangre en riego fructuoso y generoso venciendo las perversiones del poder.