Con fundamento: Emprendimiento y política

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos […] La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo… » (Papa Francisco, Encíclica Laudato Si)

Es interesante el avance y difusión que en tiempos de hoy alcanza lo que podemos llamar “la cultura del emprendimiento”. Contraponiéndose a las grandes empresas, un sinnúmero de iniciativas personales, innovadoras, industriosas, flexibles, y de bajo costo, florecen en un ambiente de interrelación más bien que de competitividad. Cada una de estas iniciativas se ha dado en denominarse emprendimiento. Se trata de un fenómeno mundial que en Venezuela, y específicamente en Mérida, tiene presencia notable, aunque dada la pequeña escala de estas organizaciones su impacto sea discreto.

En situaciones económicas como la que se sobrelleva en nuestro país, caracterizadas por tendencias a estatizar y controlar, ese tipo de respuestas, con su agilidad y sentido social, son menos vulnerables que las grandes corporaciones ante las apetencias del Estado. Van recobrando poco a poco la actividad económica y ofreciendo fuentes de empleo que, tras la emigración de parte importante de fuerza productiva, ayudan a sostener a buen porcentaje de jóvenes recién llegados al mercado laboral. La cultura del emprendimiento está refrescando una dinámica social que se siente ahogada en las circunstancias, propiciando la esperanza y la laboriosidad donde peligrosamente ha venido imponiéndose el conformismo y el parasitismo socialista. Indudablemente se trata de un fenómeno provechoso.

Hace recordar la aparición de las asociaciones vecinales y las ONG en los años ochenta del siglo pasado. Éstas surgieron como respuesta inmediata a la necesidad desatendida de las comunidades. Los vecinos se agruparon y organizaron para defenderse y presionar a los gobiernos, apoyados en toda una concepción ideológico-política no partidista.

Este tipo de propuestas, interesantes y oportunas como pueden resultar, tienen sin embargo su contrapartida en el crecimiento de la anti-política. Pueden generar una miope convicción de autosuficiencia egocéntrica frente a los grandes problemas que surgen en toda sociedad, y pueden desarrollar hipersensibilidades moralistas respecto a las decisiones, no siempre populares ni perfectas, que se toman en lo que llamamos gobierno. La obstinación en negar la validez de cualquier forma de política institucionalizada, y el desconfiado rechazo a quienes asumen la tarea de gobernar, terminan en anarquía e irresponsabilidad. Poco hace que en esta columna se citó el testimonio del técnico admirablemente competente y moralmente solvente quien, por despreciar la dinámica de la dirección gremial en su empresa, dejó el camino libre al que –para su propio horror- ha llegado a convertirse en presidente de la república.

A veces manipuladas por el mismo poder al que profesar contrarrestar, estas iniciativas pueden terminar en deformación y desilusión, con la corrupción de dirigentes que traicionan los principios que les llevaron al liderazgo. Es que yacen, sumergidas en algunos, ansias de poder que, reprimidas y escondidas, revisten sus actos y decisiones con profunda y nefasta hipocresía. Es un mal que podemos prevenir si tomamos conciencia, en lugar de embobarnos por causa de una visión esquemática, ideológica, de cómo se ejecutan los grandes principios que se declaran, en pro de afinar nuestras propias decisiones políticas.

La política es y seguirá siendo necesaria mientras la vida exija la interacción y colaboración con los demás, por diferente que sea su pensamiento y personalidad. Y es nuestro deber defender las instancias locales de poder político para defensa de nuestras comunidades. La presencia de proyectos opuestos a nuestra visión en el alto gobierno, no puede ser pretexto para la inacción resignada, indiferente, pues siempre algo se puede hacer, a nuestra escala,  y alguna presión se puede ejercer.

Ni el surgimiento del emprendimiento como respuesta, ni el comunitarianismo vecinal, pueden sustituir a la política. Debemos, pues, comprenderla, valorarla, y defenderla, independientemente de la situación nacional que se vuelve a veces pretexto para eludir nuestra responsabilidad. Lúcidamente escribe el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Sí: «Mientras el orden mundial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia. Allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra.» La convivencia entre emprendimiento y política local está llamada a una nueva síntesis que permita la colaboración más fructífera para bien de todos.