Con fundamento: Humanidad, el problema de la universidad

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Para plantear el tema, debo precisar que no vivo en Babia, ni tengo ingresos de enchufado, ni vivo de mis rentas. Sufro con mis compatriotas que hemos decidido permanecer en Venezuela todos los riesgos, las incomodidades, los disgustos, las carencias, las frustraciones. Soy profesor universitario –no voy a usar algún eufemismo desviante como “docente”, “facilitador”, etcétera- en una universidad pública (tampoco la voy a llamar autónoma, pues entregamos la autonomía hace ya mucho, introduciendo política oportunista y transformando la autoridad en carrera por el poder, lo cual tuvo su precio).

Tengo en la universidad muchísimo más de media vida. Estoy en este asunto de la educación desde mis 21 años. Y así como me ha tocado mirar con sufrimiento el venir a menos de la venezolanidad, me ha tocado dolerme del venir a menos de la universidad. No es nuevo; en 1985 tuve la oportunidad de dirigirme a un Aula Magna repleta, llena del natural optimismo que reina donde se gradúan unos doscientos muchachos. Y hablé de “mi pobre Venezuela”, pues nadie que mirase con verdadero interés no el estado, sino el rumbo, en que nos encontrábamos, podía dejar de avizorar un futuro –quizá no tan malo, pero tampoco bueno- como el que vivimos en este presente.

Mucho ha sucedido desde entonces, en mi fuero personal también, pero, alumbradas por una fe que entonces no vivía, han crecido en mí dos certezas que considero realistas: primera, que no es ésta la primera ni la última grave crisis que afronten mi país ni mi universidad, (y dudo que sean las peores); segunda, que, parafraseando a ese gran líder e intelectual que fue Vaclav Havel, la esperanza no depende de las circunstancias externas ni mucho menos de un frío balance de oportunidades, ”fortalezas y debilidades”, como se dice hoy, sino de un estado de ánimo interno, imbatible, que sólo un momento psicótico, natural o inducido, puede confinar (confinar, nunca vencer). La esperanza, por débil y frágil que que se vea ante las circunstancias, es modo de vida, la gran rebeldía. No hay pasado que impida el futuro; no hay obstáculo que la vida no pueda superar o rodear.

La universidad venezolana, esa que según la Ley «es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre» (Artículo 1 de uno de los instrumentos legales más bellos escritos en esta nación), y que está provista de la autonomía necesaria para esas tareas, independientemente de estrategias y políticas del poder, ha renunciado calladamente a esos ideales prioritarios. En una cultura que heredó el relativismo de la modernidad para acentuarlo mucho más, una sociedad donde los valores trascendentales se ven como estorbosas fábulas, y el “vale todo” es el verdadero valor que se esgrime en lucha sorda por la riqueza y la fama, la noble declaración de ese primer artículo suena risible. Como Pilato, el poder hace una mueca y pregunta: “¿La verdad?, ¿Qué es la verdad?”. Y los universitarios parecemos hacernos eco de esa escéptica pregunta, ¡hasta gozarnos de ella!

Hoy trabajar en una universidad pública es, lejos del orgullo y la seguridad material discreta, pero suficiente, que fue, motivo de una constante lamentación y de la pavorosa sensación de sobrevivir en serio peligro de ruina y de muerte. El lobo del cuento nos llegó, y nosotros parecemos reaccionar como un cervatillo amarrado en el bosque, paralizados, temblando y pidiendo auxilio. Vaciados de aquellos paradigmas que pregonan los respectivos himnos, hemos perdido el músculo para romper la cuerda y ¡lo que pareciera imposible, para dar la pelea con recursos e inteligencia, y hacer huir al lobo!

Pero la peor amenaza es la progresiva indiferencia hacia las personas en esa “comunidad de intereses espirituales”. Va avanzando sin prisa pero sin pausa, con la resistencia de los verdaderos universitarios que quedan. Poco importa, para un sentido de autoridad adormecido y auto-referencial, el gran patrimonio moral, intelectual y material, que se nos ha consignado y por el que somos responsables, poco importa cada estudiante, ese que es el máximo tesoro que tenemos. En un momento que reclama entereza, intrepidez, realismo y, sobre todo, derroche de humanidad, lo mejor de ésta se nos socava impunemente.

La historia exige un gran salto adelante, tenemos grandes obstáculos, pero tenemos enormes recursos espirituales y tecnológicos, no obstante la situación política en que hayamos desembocado. La crisis es acicate y oportunidad; empero, si no hacemos acopio de intensidad humana para salir de nuestra perplejidad light, estaremos perdidos, y habremos perdido lo que se nos puso en las manos.

14.04.21 bmcard@hotmail.com