Con fundamento: La cosa con Juan Guaidó

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Estamos acosados por todas partes, pero no derrotados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados.» 2° Corintios 4

Tras semanas de impaciencia nuestra, llegó a Mérida Juan Guaidó, Presidente Interino de esta Venezuela desgobernada. En tres días, peinó el territorio estadal, incansable, acompañado de su señora esposa; la respuesta del pueblo en las diversas zonas –especialmente las consideradas como remanentes chavistas en la entidad federal- ha sido abrumadora. Este sábado 15, finalmente, fue posible ser testigos directos de lo que puede llamarse el Efecto Guaidó.

Justo es reconocer que, tras las fenomenales concentraciones que le escucharon y vitorearon en el interior del estado, la concurrencia en la Avenida Tulio Febres Cordero no fue tan numerosa como cabía esperar, siendo aún más que apreciable. El fervor entusiasta con que se aguardó y escuchó al joven parlamentario puso de manifiesto la instantánea conexión emocional que su presencia logra en el contacto directo con la verdadera Venezuela. Venía de territorios supuestamente hostiles, como Barinas, donde “latió en la cueva” al mismísimo emperador de Sabaneta. En el preámbulo, su presentador relató las violentas dificultades confrontadas y vencidas en Zulia y Falcón, una seguidilla de prodigios que comenzó en aquella brevísima y confusa detención en la Caracas-La Guaira, y que ya parece escoltar al Presidente Interino doquiera que va. Cuando a comienzos de marzo anunció la gira por Venezuela, declarando: “Tenemos que ir a la conquista de los espacios de manera pacífica, debemos unirnos para luego venir todos juntos, para que toda Venezuela venga a Caracas porque los necesitamos a todos unidos”, anunciando “mi recorrido, el de los diputados por toda Venezuela para traerlos a Caracas”, fue natural temer que no finalizara la cruzada, acabando en alguna de las cárceles donde han languidecido tantos presos políticos.

Cuando se leen estas líneas, la gira ha sido cumplida. Amenazas, acoso, agresión directa, obstáculos materiales al adoptar los secuaces del oficialismo la conocida Guarimba. Ha sido una versión interna de la Campaña Admirable, en la cual la invocación del arrojo del depauperado ejército libertador, comandado por Bolívar, no faltó para hacer vibrar a las audiencias.

El perfil de este ingeniero es interesante: surge inesperadamente, sucediendo al veterano y consumido Omar Barboza, en la Presidencia de una Asamblea Nacional desprovista de poder efectivo, irrespetada, despojada y asediada por los cuatro costados. En muy corto tiempo desafía la inercia política que abonaba las hierbas venenosas del escepticismo, el agotamiento, y la división, osando formalizar la denuncia de la suprema irregularidad que significa la presencia de Nicolás Maduro en Miraflores, calificándola sin sutilezas como usurpación y reclamando su inmediato cese. Un mensaje atrayente para un pueblo abandonado a su suerte ante la abusiva hegemonía del madurismo, pero encarnado además en la voz de un venezolano cuya persona vale la pena reseñar.

A su juventud, que es en sí una imagen de esperanzadora promesa, Juan Guaidó aúna la fisonomía característica de la mezcla étnica venezolana identificándole fácilmente con las capas más sencillas (y cuantiosas) de la población. Proviene del golpeado Estado Vargas, de cuya tragedia emergió con la psiquis del luchador y el sobreviviente, además de la modestia resiliente de quien sabe que puede perderlo todo en un instante. Su apariencia de muchacho se enseria con su renuencia a disfrazarse de tal, o de falso populachero: viste sencillamente de chaqueta y corbata, como signo de respeto hacia el cargo que ostenta y de la nación que representa; nada de gorras ni colorines. Mención aparte merece su joven esposa, Fabiana Rosales, serena flor de los andes emeritenses, cuya sonrisa y verbo conquistan persuaden, a la altura de su consorte.

En medio de la dura contienda que llevan a cabo, los Guaidó Rosales proyectan el símbolo de la familia estable y bien llevada que necesita Venezuela.

Se equivocan quienes critican este esfuerzo denodado por recorrer a Venezuela y contactar todo su pueblo, mientras ellos desearían ver a Guaidó empeñado en conformar un contingente armado que, como la invasión de los sesenta de Cipriano Castro y Gómez, cruzara la frontera para conquistar Caracas. La labor que acaba de cumplirse es nada menos que la reunificación de un pueblo, así ladren los cancerberos de las redes: el verdadero y necesario diálogo que reúna –por una parte- grupos y dirigentes partidistas y –por otra- venezolanos de a pie, independientemente de cual haya sido su posición ideológica hasta ahora. Que centre a Venezuela alrededor del mensaje del verdadero y posible Bien Común.