Con fundamento: La pequeña esperanza

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Dice Dios: Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril. […] Parece proceder del árbol, hurtar el alimento del árbol. Pero es allí de donde todo procede. Sin un brote que apareció una vez, el árbol no existiría.» Charles Péguy. El pórtico del misterio de la segunda virtud

Al noble pueblo zuliano en la Fiesta de la Virgen de Chiquinquirá, la Chinita de Maracaibo: única esperanza de la que parece manar su alegría en el más terrible asedio sufrido durante su ya prolongada historia.

Para este fin de año, el mejor regalo que se puede dar al mundo de hoy, y a los venezolanos, es la esperanza. No optimismo ni ilusión; es insensato ser optimistas cuando no vemos signos de que algo se haga en pro de mejorar la situación en un futuro próximo, e ilusionarse, como la palabra misma lo indica (illudere, que significa “burlarse”), conduce a la desilusión. “El que vive de ilusiones se muere de desengaños”, decían los abuelos. Para vivir, sobrellevando y venciendo la adversidad, es necesaria la esperanza. Claro que, ante el oscuro panorama que se alza como invencible ante nosotros, quienes hablen de ella deben estar, como escribió San Pedro, «dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza». (1,3:15)

Hasta ahora es fácil constatar que se ha víctimas de quienes venden ilusiones e inspiran un mal fundado optimismo. En el momento, los dos sectores que se presentan como escogencias para el futuro de Venezuela son percibidos como las pinzas de una gran tenaza: uno opuesto al otro, para embaucar y exprimir la nación situada en medio de ellas: una blandiendo el poder que le da disponer de las riquezas naturales del país además de detentar las armas; la otra prometiendo fantasiosos futuros de prosperidad y democracia, sin vía clara ni creíble y haciendo oscilar a nuestros compatriotas entre el fervor y la decepción.

En su reciente y lastimosamente ignorada Encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco advierte: «La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar.» Quien haya observado la reciente pseudo-política venezolana puede constatar como esa desesperanza ha sido sembrada ya por tres décadas, con las acciones del poder, ejercido en varios ámbitos. Estando de acuerdo con Francisco, uno de nuestros males de mayor peso a combatir es ese estado colectivo de desesperanza, sembrando, como nos sea posible, la esperanza. La historia no se detiene y el cambio es posible.

Para comenzar, hay que variar el general concepto de esperanza. Recordemos al líder de la resistencia, primer presidente democrático de Checoslovaquia, Vaclav Havel, en su discurso El futuro de la esperanza, pronunciado en ese signo de derrota y muerte que había sido Hiroshima: «…la esperanza es, ante todo, un estado de ánimo y, como tal, o la tenemos o no, independientemente de las circunstancias a nuestro alrededor. La esperanza es, sencillamente, un fenómeno existencial que no tiene nada que ver con predecir el futuro.» Para él, como para Nelson Mandela, fue ese “estado de ánimo”, esa condición, la que permitió buscar sin pausa las grietas de una realidad que parecía inquebrantable, para cambiar sorprendentemente a sus respectivas patrias. Continúa Havel: «este tipo de esperanza guarda relación con el mismo sentimiento de que la vida tiene un significado y de que mientras creamos que lo tiene, tenemos una razón para vivir. Si perdemos ese sentimiento, solo nos quedan dos alternativas: o nos quitamos la vida, o elegimos el camino más habitual, el de simplemente sobrevivir, vegetar, permanecer en este mundo solo porque ya estamos aquí.»

La esperanza está unida al sentido de la vida y a la libertad. Ésta no es resultado de libertadores, es ya un rasgo innato de nuestra humanidad, podemos estar hoy resignados a la esclavitud y, sin explicación, decidirnos a salir de ella. La libertad crea potenciales liderazgos, nuevos proyectos de país. La colaboración entre libertad y esperanza no necesita decisiones en las “altas esferas”.

En un contexto de desazón, caminando en círculos y preguntándonos uno a otro “¿qué crees que va a pasar?”, con la opinión amarga de que pasará más de lo mismo, necesitamos experimentar la esperanza para empezar a vivir, en lugar de resignarnos a sobrevivir, y participar en el cambio total que comienza en cada uno.