Con fundamento: La repartición de los partidos

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no sólo puede ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras pragmáticas, sino incluso también el arte de lo imposible, el arte de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo.» (Vaclav Havel, disidente -y luego presidente- checo, 1995)

En un calvario que no parece tener fin ni confín, los venezolanos contemplamos decepcionados la tragicomedia de los líderes y agrupaciones partidistas en esta etapa de nuestra historia. Tras haber remontado la crecida ola de antipolítica que trajo al poder al proyecto chavista, lográndose amalgamar los dispersos focos de opinión que surgieron como respuesta a las alarmantes situaciones planteadas por el nuevo gobierno, y la articulación de la llamada “Oposición” en la alianza que prometedoramente se denominó Mesa de la Unidad, vemos la dispersión de sus factores, para beneplácito del régimen tiránico en que ha devenido el proyecto del finado militar golpista.

Los partidos que intentan conformar nuevas constelaciones en la galaxia de la actual política venezolana presentan una dinámica y un origen atípicos. No han nacido propiamente de la vida parlamentaria ni del impulso de las masas populares, y la presencia de principios ideológicos es menor que la de mecanismos proselitistas que no buscan tanto el crecimiento de la organización, como la conquista de votantes ante cada proceso electoral. Por otra parte, la condición de organizaciones integrantes del Estado, normalmente reconocida con el hecho de que su financiamiento debe provenir mayoritariamente del mismo, previniendo así la influencia indeseada de intereses particulares a través del financiamiento vía capital privado, se les ha ido restringiendo justamente a medida que alcanzan logros electorales significativos. El gobierno les ha quitado todo apoyo, hasta el grado de no entregar el presupuesto debido al parlamento dominado por la oposición, mientras fragua artimañas procedimentales para desconocerles como instituciones. Para colmo, forzados a establecerse fuera del territorio nacional, muchos dirigentes parecen cada vez más aislados de la problemática cotidiana del pueblo e incapacitados para conectarse con el mismo. Contribuye esta situación al creciente distanciamiento entre ellos y a un individualismo no exento de arrogancia, caldo de cultivo para oportunistas y demagogos. Los líderes no han exhibido astucia suficiente para contrarrestar esta andanada de obstáculos y la opinión pública se ha dejado dominar por la desconfianza y el cinismo contra ellos.

De esta forma, los partidos han quedado repartidos. En estas circunstancias es un prodigio que subsistan dirigentes y agrupaciones, aunque reducidos a una mínima influencia, y que se reanuden esfuerzos para construir una nueva unión.

La subsistencia de partidos pro-demócratas en un contexto plagado de tanta adversidad es un mérito que les debe ser reconocido; hay más de bien que de error y deformación en ellos. Y siguen siendo imprescindibles para reconstruir la democracia, aunque no sean tan importantes como lo es la reserva moral del pueblo. La célebre condición fijada por Bolívar en su última proclama -“que cesen los partidos y se consolide la unión”- no creo haya significado exigir el fin de las agrupaciones políticas, sino de la belicosa rebatiña del poder en que se veía sumergida la recién creada república en 1930, cuando El Libertador exhalaba el último aliento. Los partidos no han de cesar.

Aunque sí corregir el rumbo, evitando caer en la rapacidad y la intolerancia fratricida que mortificaban al prócer expatriado y agonizante. Creo que fue en “Hombres y Villanos”, que exclamaba Rómulo Betancourt: «Los padres de la patria no se propusieron signar en los mapas parcelamientos partidistas cerrados, lotes para el regodeo de caudillos y de castas. Quisieron, ante todo, forjar una conciencia republicana, un sentimiento democrático, fórmulas de convivencia que hicieran posibles las contradicciones que encierra la lucha política». La política, según frase atribuida a varios posibles autores, es “el arte de lo posible”. En el presente momento y el panorama de nuestro país, es imperativo que sea “incluso también el arte de lo imposible, el arte –como propone Havel en el epígrafe de hoy- de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo”.