Con fundamento: María de Coromoto madre de amor, justicia y paz

Por: Bernardo Moncada Cárdenas

«Virgen y Madre nuestra de Coromoto,

Que siempre has preservado la fe del pueblo venezolano,

En tus manos pongo sus alegrías y sus esperanzas,

Las tristezas y los sufrimientos de todos tus hijos»

De la oración de San Juan Pablo II en la inauguración del santuario en Aparición de Guanare, 1996

Fecha abrumadoramente mariana, la de hoy 8 de septiembre reúne en la Iglesia mundial la milenaria celebración de la Natividad de Nuestra Señora, la presentación, en 1706, de la advocación de la Divina Pastora por parte de San Isidoro de Sevilla, con las venezolanas fiestas de la Virgen de Regla, en nuestro golpeado Valle del Mocotíes, la muy popular advocación neoespartana de la Virgen del Valle, y la segunda aparición de Nuestra Señora de Coromoto, en 1652 (su fiesta tiene lugar el 11 de septiembre, fecha de la coronación en 1952).

La imponencia histórica de esta advocación le ha valido reconocimiento y veneración como Patrona de Venezuela. Los eventos están minuciosamente relatados y confirmados, distinguiéndose de la totalidad de manifestaciones marianas por la permanente hostilidad del vidente, el cacique Coromoto de los cospes del actual estado Portuguesa, un indígena esquivo y enfrentado al cristianismo y apartado de la cultura de los colonos españoles. El hecho de haber recibido de manos de la Virgen la pequeña imagen que se custodia desde entonces, eleva a esta advocación a la misma categoría de Santa María de Guadalupe, compartiendo el pergamino misteriosas características con la tilma de Juan Diego.

Habiendo llegado a ser tan habitual el cuadro sedente que, detalles más o detalles menos, se elaboró a partir de el original, y tan normal el culto a la misma, muchos venezolanos han perdido el asombro ante la fascinante historia de los encuentros y conversión de Coromoto, paciente y maternalmente solicitado por la bella aparición, quien muere bautizado y resultando apóstol misionero de la conversión de sus hermanos indígenas. Del mismo modo que la del beato José Gregorio Hernández, la devoción a la patrona de Venezuela es  reducida a ruegos y peticiones de favores y gracias personales. Impresiona la cantidad de exvotos en la pequeña capilla erigida donde ocurrió la primera aparición. El relato mismo, sin embargo, llama a otro tipo de expectativa, una esperanza aún mayor que se pone en marcha a raíz del cambio de actitud de Coromoto.

La patrona de Venezuela ha protegido una nación que se ha visto sometida a avatares capaces de sumergirla en el peor estado, circunstancias que ha terminado venciendo para renacer más radiante, de modo que, en un lapso de historia relativamente breve, avanza sin ufanarse hacia lo que Nuestra Señora realmente concedió al cacique. Desde su milagrosa figura, no pintada por mano de hombre, esta Madre de todas las madres, mensajera predilecta de su hijo, nos habla de su deseo de guiarnos hacia un destino donde finalmente reine el bien común y la fraternidad de la que somos capaces como venezolanos. Hoy nuestra plegaria a esta madre de amor, justicia y paz, no solamente debe pedir nuestra curación de males físicos, sino la de cualquier mal que subyugue el espíritu de nuestro pueblo, una conversión para por fin trabajar, como indicó Juan Pablo en su homilía ante el santuario, «por la justicia y la paz; y comprometerse en la edificación de una sociedad más fraterna y solidaria».

08 septiembre 2021 bmcard7@gmail.com