Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
Pareciera suceder solamente en Venezuela, pero la natural diferencia entre modos de pensar y propuestas políticas hoy ha dado lugar a una mundial trifulca irreconciliable; la conocida afirmación de Clausewitz, «La guerra es la continuación de la política por otros medios», ha sido trastocada en “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.
Presenciamos la tragedia de un mundo de estridentes choques: credos, razas, alineaciones ideológicas, situaciones socioeconómicas -¡hasta diferenciación sexual o hábitos alimenticios!- se convirtieron en motivaciones para odios y confrontación permanentes.
«Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras propias posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás», escribió el gran pensador Emil Cioran. Esa parece ser la fuente de esta civilización de energúmenos incapaces de entender pacíficamente las diferencias. Frustrados por ser quienes somos y no quienes ambicionamos ser, y profundos conocedores de nuestros propios errores y vergüenzas, apuntamos los cañones de esta guerra interior hacia los demás. Odiamos con facilidad.
Así, entramos en la cultura de la venganza regida por el ojo-por-ojo, «la venganza que aprisiona, a quien lastima y a quien lo sufre, en el automatismo implacable del proceso de la acción, que no tiene en sí tendencia alguna a terminar», como señala Hannah Arendt. Una cultura que nos condena a violencia y sufrimiento sin fin, habiendo solamente un modo de escapar a esta infernal dinámica: el perdón, «lo exactamente contrario a la venganza», citando de nuevo a la genial pensadora alemana.
En el mismo sentido exclamaba el Papa Francisco: «Fuera del perdón, en efecto, no hay esperanza; fuera del perdón no hay paz. El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, es el antídoto que cura de los venenos del rencor, es la vía para desactivar la ira y curar tantas enfermedades del corazón que contaminan la sociedad.» Exactamente: odio, venganza, y perdón, son algo más que decisiones personales: “contaminan la sociedad”. Trascienden en todas sus facetas.
Especialmente en la esfera de la política, el odio y la venganza que brotan de la insoportable confrontación con nuestras propias imperfecciones y codicias frustradas, impiden la vida política y hacen de la vida humana inminente y letal conflicto bélico. Imposibilitan el diálogo necesario para salir de obsesiones y miedos irracionales, atreviéndonos a nuevos rumbos, hacer historia, iniciando el progreso que nos urge.
En lo que él describe como catequesis del Ángelus, Francisco parte de las palabras del milenario Evangelio para iluminar directamente la vida actual. En este caso, parte de una parábola, la del deudor de millones que es perdonado y luego no quiere perdonar a su deudor de decenas, para recordarnos que somos seres permanentemente perdonados, Nuestros propios errores, ofensas, y vergüenzas, no nos han impedido seguir viviendo; correlativamente podemos perdonar (que no significa ni olvidar, ni dejar de condenar la maldad con que hayamos sido ofendidos).
Necesitamos, específicamente en Venezuela, perdonar y sabernos perdonados, para liberarnos el automatismo implacable y recobrar en la política la posibilidad de convivencia que aún subsiste en el pueblo sencillo. Sin la conciencia de esta necesidad seguiremos perdidos.
20-9-2023