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lunes, enero 20, 2025

Con fundamento: ¿Olvidamos la persona?

Por Bernardo Moncada Cárdenas…

«Algunos riesgos y límites de la cultura de hoy. En ella se manifiestan: la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza »

Papa Francisco, Gaudete et exsultate

El drama que vivimos en Venezuela sería menos dañino si no se lo experimentase con el tormento de una gran confusión. El mayor éxito de los asesores pagados por el régimen ha sido diagnosticar nuestra penuria de sensatez como pueblo, diseñando una agenda para explotar el desconcierto, una agenda que provoca, agranda, multiplica, las tendencias más negativas del venezolano de hoy. Se suministra una sucesión de emociones perjudiciales que van del miedo a la agresividad ciega, del activismo sin objetivos claros a la parálisis desconsolada, de la entrega idolátrica a los líderes a la total desconfianza y rechazo. Al mismo tiempo, muchos conciben su vida en absoluta dependencia de lo que decidan los poderosos.

Henos aquí, ante una dictadura detestada y desaprobada por la mayor parte de la nación, cercada en el foro internacional, empobrecida por sus propias malas políticas financieras y los golpes infligidos al aparato productivo, reaccionando como si fuésemos una minoría acorralada, atemorizada, en desbandada, dándose por vencida antes del combate. Con sus bravuconadas, burlas, amenazas y descaro, los jerarcas del gobierno parecen salirse con la suya generando crisis depresivas en millones a la vez. Venezuela entera da la impresión de haber perdido el empuje, tanto a escala familiar, frente a la híper inflación, como a escala de política nacional, frente a las trampas tendidas por el régimen para descolocar las fuerzas democráticas ante sus trampas. Así, como los líderes políticos que parecen aves sin rumbo, el venezolano promedio, sumido en quejas e imprecaciones, parece incapaz de resolver los problemas concretos de subsistencia en la complicada vida cotidiana.

Pongo por ejemplo mi espacio de trabajo, la Universidad. Ciertamente hemos sufrido la emigración de numerosos docentes y, en mayor medida, se ha reducido la masa estudiantil. Pero ello abre la puerta a afinar, ejecutar y evaluar decisiones que lleven a perfeccionar fortalezas, actualizar planes y métodos de enseñanza, organismos de investigación nuevos, así como a captar jóvenes atraídos por una real vocación de enseñar, ansiosos de formarse como profesores e investigadores, que no buscan solamente un sueldo, y a quienes se puede guiar con mayor atención en su proceso formativo para enriquecer el personal profesoral. Es también cierto que el presupuesto universitario, totalmente dependiente de la voluntad de un gobierno que desearía suprimirla, es irrisorio, pero es posible incentivar alianzas estratégicas con entes que puedan aprovechar nuestra capacidad instalada para desarrollar nuevos proyectos de investigación y producción. También es el momento para desarrollar programas educativos a escalas variables, como los diplomados, manteniendo la formación continua, y creando fuentes de financiamiento en divisas, para reponer equipos, reactivos, instrumentos, que resultan imposibles de adquirir si se permanece sujeto a las dantescas restricciones financieras impuestas por el desgobierno. Pero todo ello depende de la iniciativa de personas y grupos, a los cuales unas autoridades universitarias inteligentemente audaces solamente tendrían que apoyar. Nada que ver con grandes programas presupuestarios ni complicadas políticas institucionales. Es hora de regenerar la universidad con lo que tenemos a mano.

Está en boga el verbo emprender, y es necesario ejecutarlo, y ayudar a otros a formarse en el emprendimiento, que no es otra cosa que la capacidad de inventar iniciativas de producción y servicio, de modo que mejoren las condiciones de la propia sobrevivencia.

Es urgente, pues, recobrar el sentido de la dignidad y el potencial de la persona, permitiéndole a la vez ampliar sus posibilidades de supervivencia; eso es perfectamente posible, en favor de una mejor calidad de vida para todos. Y es posible valorar nuevos tipos de relación social, más abierta y solidaria, donde se incrementen nuestras habilidades y buena voluntad, facilitar un creciente sentido de responsabilidad, solidaridad, y amor al trabajo para dejar de ser la masa hambreada y resignada que, de vez en cuando, reacciona espasmódicamente, y ser comunidades de individuos claros y firmes ante la realidad, como el barco a vela que avanza aun con el viento en contra.

Es a partir de un cambio de perspectiva y de actitud como éste, inicio de una verdadera conversión, que se puede potenciar un juicio más adecuado sobre la situación política, y una acción más eficaz para cambiarla. De allí pueden resultar estrategias mejor pensadas, nada emocionales, y menos centradas en ambiciones personales, para unir fuerzas y aprovechar como se debe las debilidades políticas del poder, mientras se fortalece la persona del venezolano de a pie, convencido de su capacidad de incidir en la realidad, sin tanto depender.

Cada uno puede ser un líder, responsable y activo, en su parcela de realidad, muy claros contra la incertidumbre para que podamos con decisión salir de ella. ¿Nos hemos olvidado de la persona? Es la persona quien hace la historia y no la historia la que hace la persona.

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