Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
« Y veinte manos arrancaban
la cosecha de curación
que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios. »
“El limonero del Señor”, Andrés Eloy Blanco
¿Por qué nuestras culturas hispanas viven la Semana Santa obsesionadas con la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret, restando en cambio su importancia capital a su Resurrección? Con sentido trágico, seguimos llorando el supremo sacrificio, lo cual es muy humano, para luego ir a la Vigilia de Pascua a recoger agua bendita y consagrar el velón.
Que Dios Hijo se someta por nosotros a la muerte es sobrecogedor, pero la muerte es un hecho normal en nuestra existencia. Lo indeciblemente prodigioso es que la vida vuelva, y vuelva para la eternidad, aún más asombrosa es la victoria sobre la muerte. La Semana Santa no tiene como único fin contemplar la Pasión y Muerte. El fin de la Pasión es la Resurrección, es la Pascua la celebración más importante del año litúrgico. No conocemos bien bien la Vigilia de Pascua, cuando la cristiandad se reúne en la oscuridad para esperar el regreso de la Luz de Cristo,, vivo ya para siempre.
Hoy, Miércoles Santo, cristianos del mundo entero vamos en procesión tras la imagen del Nazareno, conmovidos por Su rostro sangrante y agobiado por el peso de la cruz sobre sus hombros. Los venezolanos, tras el vertiginoso agravamiento de nuestra situación, nos identificamos con esa doliente figura revestida de morado, dirigiéndole millares de invocaciones de Su socorro, como un coro multitudinario.
Pero es la resurrección lo que deberíamos pedir, implorar la gracia de un profundo cambio de nuestra mentalidad, un cambio, el inicio de una conversión, que sacuda a Venezuela de polo a polo. Suficiente ya de auto-compasión.
Porque no basta una fe que se base en creer piadosamente lo increíble, ni basta una religiosidad que siga a Cristo por una insólita combinación de lástima y necesidad. Es necesaria una fe que cambie al hombre e incida en el mundo, como Cristo exige.
Pidamos a la presencia del Nazareno la consciencia de ser corresponsables de los males que aquejan a Venezuela, y por tanto seguros copartícipes, con nuestro protagonismo, de su rescate, pidamos un verdadero interés por el bien de los demás. Si vestimos de morado, como tantos, para imitar el manto de Jesús, revistámonos como Él de caridad y esperanza, con la certeza de que todo pasa por la cruz, pero nada acaba allí, siendo camino más bien hacia el mayor de los buenos resultados.
Y no más especulación aprovechando el caos económico, no más ganancia de pescadores en río revuelto, no más pseudo-política basada en la ambición personal, el resentimiento y la envidia, no más oportunismo y rapacidad en los cargos públicos, no más carencia de espíritu cívico en los ciudadanos. Sobre todo, no más pesimismo escéptico, ni individualismo egoísta. Cristo no vino a morir en vano como un fracasado; vino a enseñarnos cómo lograr la mayor de las victorias, y el color Nazareno se torna en radiante y cálida blancura cuando unidos recorremos conscientemente todo el camino hasta destrozar la tumba y salir a hacer arder los corazones. Él ha prevalecido sobre la historia y sus desastres, construyendo siempre nueva civilización.
Que hoy el morado Nazareno nos inspire a mirar la realidad sin miedos y dispuestos a afrontarla constructivamente, bañados de luz para una nueva Venezuela que no vista ya de ese color, como eventualmente dejó de hacerlo Jesús, no lo olvidemos, para iluminar al mundo. En semana Santa no debe haber coartadas ni excusas para intentar de corazón apuntarnos a una mejor vida.
16-04-2025
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