Con fundamento: Pasmosas aventuras en el indomable Iahula

Por Bernardo Moncada Cárdenas…

A la esforzada hueste hospitalaria del principal centro de salud de Mérida, especialmente al personal médico y de enfermería, y a mis compañeros de andanza y testimonio, don Adonay Márquez, don Carlos Gutiérrez, don Eduardo Saavedra y don José Medina.

Desde 1972, Mérida contó entre sus monumentos uno de los más avanzados centros de salud de América del Sur. Se puso en funcionamiento el Hospital Universitario de Los Andes, H.U.L.A., hoy manejado por el Instituto Autónomo Iahula. Un monumento a la preocupación del Estado democrático por la salud y el bienestar del pueblo; a la calidad de la atención médica de vocación futurista y servicial, como también a la arquitectura moderna, difícilmente igualable en todo el país.

No fue fácil poner en funcionamiento el gigantesco conjunto de organismos, servicios, personal, pacientes que inundaron sus espacios, provenientes hasta del territorio colombiano. Repentinamente, el occidente venezolano se vio dotado de un nuevo gigante al servicio de sus ciudadanos, así como un centro formativo de excelencia para generaciones de nuevos galenos. Y así se comportó para orgullo de Mérida y de su universidad.

¿Cómo entonces quien escribe sentía tal aprehensión ante la perspectiva de ser tratado e intervenido en tal maravilla? Se explica por la Leyenda Negra que nubla tenebrosamente la airosa torre de hospitalización, debido al progresivo y criminal descuido en que sucesivos entes del Ejecutivo regional y nacional habían sometido al gallardo conjunto hospitalario. Los quirófanos en mengua, temidos por su dudosa asepsia que se extendió hasta todas las áreas. Visitar el HULA era dolerse de la acumulación de detritos y la sensación de indolencia. El área de emergencia, aun contando con el denuedo de facultativos,  pasantes y enfermeras, parecía la segura antesala de la descuidada morgue. Fuera, las aves carroñeras tenían un merendero. Las ambulancias quedaron inútiles y, peor aún, durante las revueltas en protesta que se vieron en 2014 y 2017, manifestantes heridos no podían ser admitidos, so pena de inmediata privación de libertad. Difícil, entonces, no sentir encogerse el corazón ante la sugerencia del Hospital como posibilidad de tratamiento, a pesar de las noticias sobre el esfuerzo del nuevo Ejecutivo Regional por superar totalmente ese cuadro apocalíptico.

Pero “la necesidad tiene cara de hereje”, y los profesores universitarios difícilmente pueden cubrir con previsión social los costos de cualquier cirugía, con todo y los esfuerzos que los gremios realizan. Así surgió el atrevimiento de acudir al Servicio de Urología del HULA, coordinado por el Doctor José E Machado.

Trasponer el vestíbulo del hospital fue una sorpresa. El aliento de una nueva vida se va sintiendo. La torre ya no se ve en ruina y los desperdicios no se acumulan en los pasillos ni escaleras; los ascensores funcionan y el Servicio, acosado por numerosos enfermos, atiende con orden y respeto a quienes acuden allí. Una vez llamado a la cita, el paciente accede a un área pulcra, iluminada y conmovedoramente engalanada con plantitas en improvisados tiestos, donde el personal médico se afana sin pausas para atender el flujo de necesitados. Todos impecables, joviales, seguros de su actuar, y sobre todo sensibles a la humanidad de la persona, despiertan una confianza que da por tierra con todos los prejuicios justificados por décadas de deterioro.

La otra aprensión, sobre las áreas de hospitalización que las habladurías representan como tierra de nadie, expuestas al contagio infecto y a la acción del hampa, fue superada con el ingreso pre-operatorio. Aposentos sin aglomeración, aseados dos veces al día, con servicios sanitarios que, si bien esperan ser mejorados, distan de las cámaras de horror que llegaron a ser. Buenas amistades surgen naturalmente en la solidaridad que promueve el estar reducidos por la enfermedad y el dolor. La proverbial humanidad de la medicina y la enfermería venezolanas, ahora reconocidas por los países donde la diáspora les ha conducido, se manifiestan continuamente. Sabiendo las terribles estrecheces presupuestarias, las insultantes remuneraciones, y las dificultades que comparten con todos nosotros, es increíble la mística, el decoro y la sed de superación profesional de que el paciente se beneficia con cada una de las jóvenes doctoras y los jóvenes internos. Su trato, de por sí, es curativo.

Entre pacientes y personal, han puesto en marcha la multitudinaria ciudad dentro de la ciudad que es el HULA, con el apoyo del gobernador que nos dimos atreviéndonos a votar. La aventura del HULA demuestra la posibilidad de sobrepasar las desgracias nacionales que son del dominio público, cuando una institución se organiza eficientemente con la dirección adecuada, y cuando los venezolanos no nos dejamos vencer por la atmósfera de iracunda resignación que paraliza otros ámbitos de la universidad y de toda Venezuela.

Si el pueblo valiente del Iahula refleja el potencial de Venezuela, Venezuela es indomable.