Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
«Para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»
Benedictus (Cántico de Zacarías)
No es fácil pronunciarse sobre el tema, se teme empeorar las cosas. Pero, ante un fenómeno que habla de una humanidad que pareciera en guerra consigo misma, experimentamos la obligación de hacerlo, esperando sea para bien.
Para 2019, la Organización Mundial de la Salud contabilizaba 730.000 muertes por suicidio. Muy probablemente, la cantidad haya aumentado en los últimos seis años, se sabe, además, que cantidad apreciable de ellos no quedan en evidencia, ocultados por familiares que lo ven como un estigma bochornoso, o aparentes accidentes.
Algo más del 1% de la cantidad anual de decesos registrados por la misma fuente fueron decisiones de quitarse la vida, y 58% de éstas ocurrió en menores de 50 años. A nivel mundial, la cuarta principal causa de muerte entre los 15 y 29 años es el suicidio. Si bien la mayoría de las muertes por suicidio ocurren en países de ingresos bajos y medios, la tasa de suicidio estandarizada por edad más alta (10,9 por 100.000) se encuentra en los países de ingresos altos.
Según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), la tasa de suicidios en Venezuela había subido a 8,2 por cada 100.000 habitantes en 2023, lo que representó un aumento del 6,5% con respecto a 2022. A partir de 2015 se evidenció un incremento notable, duplicándose la tasa entre 2015 y 2018. Esto acercó la cifra al promedio mundial.
Entre enero y septiembre de 2025, los medios locales han reportado al menos 11 presuntos suicidios en Mérida; personas, seres humanos, como tú y yo, decidieron inmolarse en nuestro hermosísimo estado andino.
Las desilusiones amorosas, el desesperanzador horizonte que describen artículos y noticias en la variedad de medios, y la impresión de impotencia que acentúan, la sensación de hallarnos en un callejón sin salida, el fracaso de planes personales, o el sentimiento de solitaria anonimidad y minusvalía humana son cada vez más frecuentemente acentuados.
En su desolación, «el suicida -escribió el médico y filósofo español Pedro Laín Entralgo, en La espera y la esperanza– espera en el “ser” y desespera de la “vida”; esperando un posible “ser” inédito y dispensador de reposo, destruye el “vivir” que le amarga y deshace». Es decir, más que quien desprecia la propia vida como inútil, se la quita quien llega a pensar en un más allá de luminosa liberación.
Ignorando a fondo la fe cristiana, puede acusarse al cristianismo de sostener esa ilusoria concepción. Para el cristiano, en cambio, la esperanza es el presente, y su conducta, implican -desde ya- vivir “la vida eterna”, “el reino”, vivir en la paz las agitaciones del mundo; mientras que el paso a la otra vida no necesariamente implica la beatitud y la tranquilidad. La desesperanza, desconfiando del amor de Dios, es por ello un pecado para el cristiano.
Es la mentalidad anticristiana del mundo moderno la que, como antítesis, pregona la muerte como solución, en una real cultura de la muerte. Por ello se defiende el aborto, la eutanasia, y la condena a muerte, como éxitos contra la adversidad. Pero “no se muere con dignidad; se vive con dignidad”, escribió brillante, y polémicamente, David Shore, guionista de la serie Doctor House. Y Winston Churchill, vencedor de mil adversidades, escribió “Si estás pasando por el infierno, sigue adelante”.
Los sembradores de desesperanza e impotencia, y de las ilusiones de la muerte como liberación (bien sea del suicida, la madre que aborta, o del enfermo que anhela la eutanasia como “bien morir”), son o somos en gran parte responsables de la pandemia silenciosa, y haríamos bien en estar más conscientes de ello cuando presentamos visiones negras de la realidad, y representamos al ciudadano común como un ser incapaz, indigno de un destino mejor.
Una de las muchas frases de Víctor Frankl, sobreviviente a cuatro años de horror en campo de concentración nazi, nos dice: «Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio tenemos el poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestro crecimiento y nuestra libertad”. Está en manos de quienes enseñamos, comunicamos, o simplemente buscamos curar esta humanidad de corazón herido, transmitir el valor de ese instante de decisión vital, ese espacio de libertad.
08-10-2025
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