Con fundamento: Reyes tuertos

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

El Nazoa sarcástico y displicente, mi admirado Aníbal Nazoa, publicaba dentro de su torrencial obra dos columnas que formaron parte de mi autodidáctica educación de imberbe. Una era “Reloj de tiempo”, titulada burlonamente con el pleonasmo que se le escapó a don Rómulo Betancourt al describir el atentado de que fue víctima, en su presidencia; se dedicaba Aníbal a rastrear prolijamente los errores gramaticales u ortográficos que aparecían en la prensa, dedicando a cada uno comentarios de tal mordacidad que mucho hacían reír y, siempre, aprender; la otra se titulaba “El país de los ciegos”, e iba más hacia la sátira política, aunque también se cebaba en el lenguaje de los líderes, que dejaba traslucir niveles culturales a veces indigentes. Puedo decir que buena parte de mi juvenil perspectiva ideológica frente a aquellos personajes se debía más a flaquezas como las que desnudaba Aníbal Nazoa, con su pseudónimo de Matías Carrasco, que a sus ideologías propiamente dichas.

Mi posición política ha cambiado a lo largo de los años, con mucha observación e investigación histórica, pero no me abandona esa admiración de antaño, y no dejo de imaginar cuánto encontraría Aníbal como tema para sus sabrosas impertinencias, contemplando los dirigentes de este oscuro periodo. Hoy, más que durante su vida, éste se ha convertido en “El país de los ciegos”.

«En política, son los medios los que deben justificar el fin», nos dejó dicho Albert Camus. Perdone mi eventual y fiel lector si lo cito a menudo, pero sigo deslumbrado por este aparente absurdo. Para mí, los actos de un líder político en su carrera al poder son indicios claros que retratan su futura conducta. La rectitud y el empuje deben verse complementados con realismo y astucia inteligente (no solamente ser capaz de salirse con la suya aprovechando el momento, sino entender el contexto y las posibles secuelas de sus actos, hasta el grado de ser capaz de concluir en que no es momento de “salirse con la suya”, y conceder circunstancial claudicación). Además, debe lucir una sencilla grandeza humana, una sensibilidad, que despida calidez a su rededor.

La ausencia casi absoluta de dirigentes que asomen, en su conducta de aspirantes, la justificación de su posible triunfo, el imperante inmediatismo que mira el corto plazo como meta, trae como consecuencia este desierto de liderazgo, este arenal de cabecitas donde escasean la magnanimidad y la claridad política. Pareciera que el fenómeno temido de la desertificación en el planeta ocurriese también en el ambiente de la política profesional, advirtiéndose la aridez de un pragmatismo malentendido y exagerado.

Y pareciera que la interminable desdicha de los venezolanos viene de tener reyes tuertos e, ilusoriamente, seguirlos hasta con fanatismos, que impiden ver los inminentes despeñaderos.

Volviendo a Aníbal, hay una afirmación suya que debería tomar en serio el liderazgo político de esta generación: «Nada seduce tanto como la sencillez, el buen gusto y la limpieza de las intenciones». Intenten, dirigentes, ese criterio como basamento de todo su marketing. Y háganlo con sinceridad. Puede que les vaya mejor y le irá mejor a Venezuela. Basta de reyes tuertos.

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28.01.21