Con fundamento: Verdadera política, por caridad

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

La base de la vida ciudadana es la convivencia, la que hace la ciudad “bella, sana y acogedora, cruce de caminos de iniciativas y motor de un desarrollo sostenible e integral”, como dijo el Papa Francisco en la Plaza del Pueblo de Cesena en octubre de 2017. No en vano toda gran civilización ha sido eso: “civilización”, de civis, ciudad. Vivir en ciudades es como vivir en familia: con-vivir con las diferencias.

Hay quienes propugnan el estilo de vida de comunidades aisladas, hay ermitaños, y hay quienes, como Rousseau –gran civilizado, él mismo- culpan la civilización de corromper la benévola esencia humana. Es cierto que no siempre nos hacemos el bien, pero algo de bien logramos, en esta “armonización de deseos propios con los de la comunidad [que] hace el bien común”, como agregó Francisco en su discurso. Por eso seguimos en la ciudad.

Mucho podemos aprender sobre nuestra propia psicología observándonos vivir con los otros. Es un desafío convivir; cuando las diferencias pasan a ser divergencias surgen las disputas, tornándose violentas cuando en lugar de abrirnos a considerar la raíz del otro punto de vista, queremos imponer a priori el nuestro. Ojalá llevásemos con nosotros quien filmara nuestras pataletas y arrebatos; en mucho cambiaría la percepción de nosotros mismos y buscaríamos remediar la ridiculez en que caemos pensando que el mundo entero debería razonar como nosotros. Así piensa el totalitarismo, lo contrario se llama política.

El mundo parece estarse des-politizando, como soñaría el John Lennon en su famoso “Imagine”, pero en lugar del paraíso que el Beatle creyó promover con el final de religiones y partidos, vemos proliferar infinidad de volubles focos de violencia, y poderes oscuros, indefinidos, disimulados, sin control. Citando de nuevo el oportuno discurso del Papa en Cesena: “En los últimos años, la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática”, y el pregonado fin de las ideologías, que pareció lograrse con la caída del muro de Berlín, fue como la decapitación de la hidra, de cuyo pescuezo cortado surgían nuevas cabezas multiplicadas.

Naufragan la solidaridad, y la curiosidad de comprender al que es diferente, por  individualismo y testarudez disfrazados de moral. Este individualismo caprichosamente testarudo no solamente se ve en el debate de sordos del liderazgo político, sino en cómo maltratamos e irrespetamos la convivencia urbana.

Está en boga la expresión “bien común”; la usa, como leímos arriba, el Papa y aparece en todos los discursos, incluyendo los de los capitostes del régimen que domina a Venezuela. Sin embargo, pocos se dan cuenta de que esta expresión –surgida en la doctrina social de la Iglesia- debe significar bien de todos, incluyendo los que detestamos o antagonizamos, o no es común.

Si política volviese a ser arte de armonizar los diversos en pro del beneficio de todos (sin distingo de opinión o nivel socio-económico), política y bien común se identificarían. La política sustentaría el deseo que individuos y colectividades tienen, de alcanzar el bienestar de todos, en libertad y mutua tolerancia.

El presente se llama desafío, y no saldremos adelante sin una actitud que promueva la armonización de esfuerzos, propuestas, y capacidades.

“¡Conciudadanos!”, exclamaba Rómulo Betancourt comenzando sus cadenas de tv; en eso acertaba. Política, ciudadanía y bien común están unidos en la verdadera concepción democrática de la vida con-ciudadana, materializada en lo que llamamos ciudad y país. Aprendamos y difundamos el buen manejo político de la convivencia, y los deberes y derechos que comporta. Cada uno de nosotros es el político más necesario en la construcción de un porvenir para Venezuela.

bmcard7@gmail.com

16-11-2022