Por Bernardo Moncada Cárdenas…
«.. La nueva política, labrada en un compromiso que es pacto efímero, en constante mudanza, está tupida por el burdo utilitarismo del actor principal, legitimado solo por los segundones que desesperan por la menor oportunidad que la escena ofrece.» Luis Barragán
«Pues, con las naciones, los Estados y las civilizaciones nos hallamos en el orden de la naturaleza, en el que la mortalidad es natural y la vida y la muerte dependen tanto de causas físicas como morales. Digo, con todo, que la justicia labora, con su causalidad propia, en la dirección de la prosperidad y del éxito en el porvenir, como labora una buena savia hacia el fruto perfecto, y que el maquiavelismo, con su causalidad propia, labora en pro de la ruina y de la quiebra, como el veneno labora en la savia en pro de la enfermedad y de la muerte del árbol.» Jacques Maritain
«En política son los medios los que deben justificar el fin». Albert Camus
De escándalo en escándalo, desastres se suceden eclipsándose sucesivamente. Nuestro devenir nacional, particularmente, se muestra especialmente propenso a esa cadena de desalentadoras sorpresas. Pareciera que una voluntad tan perversa como astuta se ocupa de distraernos de los prioritarios asuntos personales y nacionales, obsesionándonos con el vaivén de pésimas noticias que marca un continuo empeoramiento de como percibimos la situación.
Uno de los más recientes es el rocambolesco salto de talanquera escenificado por el grupo de parlamentarios que –sin aviso y sin protesto- aparecieron alineados con la bufonada montada por el madurismo-cabellismo para truncar el legítimo proceso de renovación de la directiva en la Asamblea Nacional.
Se debe a Aristóteles la calificación del ser humano como animal político (“zoon politikon”), y así denominaba al ciudadano, quien practicaba el arte de vivir en la polis, en la democracia griega. Aún pasados milenios, los hombres seguimos por naturaleza dados a la relación política. La cultura misma, ese conjunto de conductas y medios adoptados para facilitar y regular la convivencia, resulta, en esencia, política; muchos optan por evitar alinearse con los grupos partidistas, a los cuales trivialmente asociamos la vida política, pero escoger o no formar familia, decidir por el Facebook en lugar del twitter, reunirse con un determinado grupo de amistades, o ir a tal o cual equipo deportivo, por ejemplo, son decisiones que nos afilian a colectivos con sus respectivos aparatos de formas de comportarnos, sus sectores con determinados intereses o afinidades, sus indicaciones y motivaciones, que juzgamos coincidentes con una imagen de nuestro bien y el de los demás. En resumen, nadie que viva en comunidad escapa a vivir la política.
En la esfera del llamado Poder Político, esa tendencia se engrandece por el reconocido propósito que se le asigna: el logro del bien común. Para participar en el poder político, el individuo busca el apoyo de suficiente número de conciudadanos, para quienes debe aparecer sobre todo confiable, además de eficiente e inteligente. En él es depositada la confianza de asociaciones que le otorgan representatividad y se la otorgan en base a cierta certeza moral. Agotada esa certeza, esa confianza, el político no tiene vida, va a su liquidación como tal.
Solamente en una época como la presente, de máxima relativización de principios morales, cuando las más elementales evidencias están cuestionadas o manipuladas, puede un político con cierta trayectoria despilfarrar la confianza lograda a través de décadas de servicio y pruebas de confiabilidad acumuladas, puede decidir morir a la vida política en pro de beneficios inmediatos, en “desesperación de segundones”. Para sus seguidores, sus compañeros, hasta para su familia, equivale a verlo descomponerse antes de la muerte física, a caer en la muerte moral. Para colmo, su nuevo estado es inducido y utilizado por el mismo poder que lo ha aniquilado, para ponerlo a su más bajo servicio, el trabajo sucio, inaceptable para políticos de envergadura. Es, en pocas palabras, un “zombi político”, para todos los efectos, un muerto liquidado y revivido por el maquiavelismo de un maligno poder.
¡Cuán triste es ver caer antiguos conocidos que nos merecieron esa confianza, a quienes vimos actuar con cierta dignidad, en ese estado de muertos “vivos”! Para colmo de males, no conformes con hundirse se prestan, como los monstruos de esos filmes de moda, a contaminar otros políticos con su pestilente mordedura, a tentar y pervertir, además de sembrar la decepción y la desconfianza como veneno que «labora en la savia en pro de la enfermedad y de la muerte del árbol.» ¡Cuán esperanzador resulta cada político que resiste la oferta y evade el contagio