Crónica desde el Ávila: ¡Hace cuarenta años!

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Desde comienzos de 1984, el episcopado y el gobierno habían cursado invitación al Papa Juan Pablo II para que visitara Venezuela. Se comenzó con la preparación espiritual a través de la “misión nacional” en la que tuvo un papel preponderante el P. Jacinto Ayerra, sj. En el mes de agosto el episcopado se dirigió a Roma para la Visita ad limina que tuvo lugar en Castel Gandolfo por ser tiempo estivo. Se ratificó la visita. Al regreso, la presidencia de la CEV y el Arzobispo de Caracas se encontraron con la noticia de que la organización de la visita estaba en pañales sin cabeza visible que manejara la situación.

De común acuerdo, Mons. Domingo Roa Pérez, presidente de la CEV, el Cardenal José Alí Lebrún, arzobispo de Caracas y Mons. Miguel Antonio Salas, arzobispo de Mérida, me confiaron la responsabilidad de ponerme al frente de la Comisión Organizadora de la Visita Papal. En tiempo record logramos conformar un equipo de primera con el Arq. Vicente Irazabal, el Dr. Manuel Silva Guillén y el Dr. José Domínguez Ortega, que nos dimos a la tarea de trabajar a tiempo completo. El agradecimiento más sincero al P. Cesareo Gil Atrio y al Dr. Miguel Torres Ellul, quienes tras bastidores fueron asesores e impulsores de los mejores pasos a seguir. De parte del gobierno, la figura del Dr. Alejandro Izaguirre, a la sazón senador de la República y hombre creyente, practicante y con amplia experiencia y autoridad ante las instancias del poder. Y de parte de las Fuerzas Armadas, el General de Brigada Simón Tagliaferro. Logramos trabajar conjuntamente superando los muchos escollos que suelen presentarse. De parte nuestra, se conformó un equipo asesor de primer orden, con ingenieros, arquitectos, abogados, publicistas, comunicadores, todos ad honorem pero con una mística envidiable.

Para la visita de inspección del Vaticano, vinieron el P. Tucci, sj, y el laico Alberto Gasbarri, ambos duchos en el manejo de los viajes papales al exterior. Logramos pasar el “examen” de rigor, a finales del mes de octubre de 1984. Se quedó en que los lugares a visitar en los tres días de la visita eran Caracas, Maracaibo, Mérida y Ciudad Guayana. El equipo de trabajo que funcionó en las instalaciones de la Conferencia Episcopal en Montalbán, lo hizo con una entrega y competencia increíbles.

La preparación espiritual y logística fue el mejor ejemplo de un auténtico trabajo sinodal. Todos metieron el hombro sin protagonismos, como un sólido equipo que lo único que buscó fue el bien integral para el pueblo venezolano. La visita fue todo un éxito y el buen sabor que quedó en el Papa y en sus colaboradores permaneció en el tiempo, pues me llamó la atención que cada vez que tuve ocasión de viajar a Roma o de participar en alguno de los otros viajes del Santo Padre por América Latina la referencia a Venezuela fue constante. Así me lo manifestaron el Cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado, Mons. Eduardo Martínez Somalo, Sustituto de la Secretaría de Estado, y el P. Roberto Tucci, hombre de carácter difícil como buen napolitano.

Los frutos de aquella visita están a la vista. No fue un acontecimiento que pasó desapercibido. Se dinamizaron los trabajos pastorales en la misión permanente y el aumento de vocaciones tanto eclesiásticas como laicales son palpables. Entre tantos recuerdos quedan la intervención de la canción improvisada en Ciudad Guayana que se repite en muchas ocasiones. Y el carácter de atención a la gente sencilla. Por ejemplo, no fue fácil para algunos entender que las cien comuniones que dio el Papa en cada eucarístía, fueron asignadas a personas que no tenían la oportunidad de hacer un viaje a Roma para estar cerca del Papa. Un campesino de Mérida a quien se le concedió el privilegio de comulgar con el Papa en La Hechicera, hizo voto de irse a pie desde su aldea hasta Mérida, sin probar bocado como signo de comunión y agradecimiento por el privilegio inmerecido de recibir el cuerpo de Cristo de manos del sucesor de Pedro.

A cuarenta años de distancia, es un ejemplo a seguir. Solo lo que es producto de la colaboración desinteresada de todos, sin distingos ni exigencias indebidas es lo que produce el bien de la solidaridad y la fraternidad que da frutos abundantes de progreso material y espiritual. Buena falta nos hace hoy día, hacer memoria viva de un pasado que nos reclama ponerlo al día en esta Venezuela necesitada de verdad y trasparencia, de respeto y colaboración de todos.

1.25.- (4509)