Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…
“Como el agua es el espejo del rostro, así el corazón es el espejo del ser humano” (Proverbios, 27,17). En medio de tanto mensaje absurdo incitando al odio y declarando enemigo a todo el que piensa distinto, sirve de solaz redescubrir el valor transformador de la auténtica amistad. El que consigue un amigo tiene un tesoro nos dice la Escritura y es una gran verdad. Me ha servido de meditación y solaz el rememorar los buenos amigos que he tenido en mi vida, varios de ellos se nos han ido recientemente. Permítanme hacer memoria de ellos para bien de quienes los conocieron y para testimonio eficaz de los que no tuvieron la dicha de topárselos en el transcurso de sus vidas.
Hago memoria, en primer lugar de Roberto Lückert León, mezcla tripartita de prusiano con andina nacido en el corazón de Maracaibo y regado con la fuerza de la fe que lo llevó a ser sacerdote y obispo ejemplar. Fuimos compañeros del mismo curso en las aulas del Seminario Interdiocesano de Caracas y desde entonces, en la distancia que se acortaba permanentemente con los esporádicos encuentros y las cartas, único medio entonces para compartir noticias y cuitas. En el ejercicio del episcopado fueron más numerosos los encuentros personales y mediáticos para acrecentar el tesoro de la amistad en el análisis de puntos de vista distintos que nos llevaban a la búsqueda del consenso. Su espíritu fogoso y alegre lo fue apagando los males que lo condujeron a la tumba. En el dolor de su minusvalía pude visitarlo en sus últimos días y orar por el siervo bueno y fiel.
Alejandro Suárez, sacerdote misionero venido de Colombia junto al P. Mario, mexicano, concluyeron sus estudios eclesiásticos ya ordenados para servir en la diócesis de Barcelona. La vida casi de clausura del seminario de nuestro tiempo favorecía el intercambio y el escuchar diversas maneras de ver la vida sacerdotal en aquellos años previos al concilio Vaticano II en el que bullían en nuestras aulas los aires de cambio en la Iglesia y en el mundo. Alejandro se sembró en la tierra oriental y algo más de medio siglo como párroco en Anaco, en los años florecientes de la industria petrolera y en la merma de este último cuarto de siglo. Alejandro siempre estuvo pendiente de mis quehaceres pastorales y en más de una ocasión me invitó como sacerdote, obispo y cardenal a acompañarlo en sus éxitos pastorales. La celebración de sus bodas de oro sacerdotales fue motivo para compartir varios días en medio de su feligresía. He admirado siempre el aporte de quienes venidos de otros países quisieron quedarse y enterrar sus cenizas entre sus feligreses. Su amistad sin tapujos fue oasis para compartir cuitas y amasar las ilusiones de una iglesia en salida. Sus restos reposan en la parroquia a la que sirvió con la manifestación sincera de la gente que valoró su testimonio de vida sacerdotal. Descanse en paz.
Tuve ocasión de conocer a través de las hermanas de la Presentación de Granada el buen quehacer del Padre Hilario Rodríguez, primero salesiano venido de su tierra natal, León en la España profunda. Deja una gran estela de bien pues su bonhomía y creatividad quedan como piedras erguidas en obras materiales y espirituales. En los Grañales, su pueblo natal tuve ocasión de estar con su familia y seguir sus pasos en estos últimos años. Falleció en León, España, donde estaba recluido por el desgaste de su salud. El Obispo de León, Luis Ángel de las Heras me manifestó su admiración hacia el Padre Hilario, pues en sus exequias se hicieron presentes discípulos y feligreses que admiraron su entrega sencilla y generosa. Descanse en paz.
Desde las aulas del Interdiocesano compartimos cátedra con el P. Jean Pierre Wyssembach, sj, excelente maestro de ciencia y de fe. Su sencillez escondía una recia personalidad que trasmitía con su sola presencia el testimonio de un hombre de Dios. A la par de la cátedra y otros menesteres, pensador y escritor que amó a los pobres haciéndose uno de ellos en los barrios caraqueños sobre todo en La Vega y sus últimos años en Maturín. Preocupado por la formación integral de nuestra juventud fue promotor de las olimpiadas de castellano, matemáticas, geografía e historia en todo el país. Como pocos, dotado de una memoria impresionante y una clarividencia que hacía de sus palabras una cátedra de bien. Gocé de su amistad y aprecio; con alegría permanente hasta última hora participaba en su silla de ruedas en diversos actos litúrgicos, académicos, escribiendo y dando charlas como si estuviera en perfecto estado de salud. Es otro bastión de la Compañía de Jesús, de la iglesia en salida y sinodal, en el amor a los pobres y a esta tierra de gracia que le debe tanto. Descanse en paz.
De Calabozo me llega la noticia del fallecimiento del Dr. Carlos Méndez, excelente médico y profesor universitario, formó un bello hogar con “Ñeca” Delgado, tuve la dicha de casarlos en la iglesia de las Mercedes de Calabozo. Su buen humor, su simpatía y el compartir frecuente rodeado de su familia fue terreno fértil para amasar una amistad inquebrantable. Pude verlo personalmente hace pocos meses, golpeado por el cáncer, pero con un ánimo envidiable que no le impedía estar con sus amigos. Las huellas del mal se veían en su cuerpo, pero su rostro radiaba la alegría que lo acompañó toda su vida. Descanse en paz querido Carlos.
Escribiendo esta crónica me llegó la noticia de la muerte de un hombre sencillo, amante de su terruño natal, El Cobre en el Táchira. Nos conocimos casualmente por los quehaceres de cronista y recogimos en un breve pero hermoso escrito escenas de su pueblo ligadas a la devoción a la Virgen. De vez en cuando nos hablábamos. Es uno de esos hombres sencillos en quienes el amor a la tierra y a las tradiciones cristianas lo convertía en un paladín de los mejores valores humanos y espirituales. A su familia mi más sentido reconocimiento. Descanse en paz.
He desgranado rememorando los momentos gratos compartidos en quienes nos han dejado en estos últimos cuarenta días. Los he descrito en el mismo orden en el que nos han dejado. Que el tesoro de la amistad sea mayor que el odio que corroe los espíritus y que ronda en estos días en los que nos acercamos a la cita electoral. Si bien la copla gitana nos dice que algo se muere en el alma cuando un amigo se va, no es menos cierto que la certeza de la vida plena, nos hace sentir que no se han ido del todo porque desde el cielo continúan velando por los que quedamos en este valle de lágrimas.
25-7-24(6535)
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