«El corazón, el alma y las fuerzas son la expresión de un amor total, que envuelve a la persona entera» Mc 7

El tema de este domingo se refiere a la ley y las tradiciones con sus múltiples implicaciones. Todos los saben lo necesarias que son la ley y las tradiciones para la convivencia humana, porque sin ellas faltan la vida social y personal. Y, sin embargo, también conocemos las desviaciones y la devastación de las conciencias que puede causar el legalismo exagerado, atascado en las formas, sin vida y sin esperanza. Tema complejo, pues, pero central tanto en el Primer Testamento como en el Nuevo. El pueblo de Israel se constituyó como pueblo en torno a la Torá (que, en sí misma, significa enseñanza y no propiamente Ley) recibida, aceptada y llevada a cumplimiento por Jesús.

El Evangelio: Mc 7,1-8.14-15.21-23

La violenta reprimenda que Jesús dirige a los fariseos y escribas va en la línea de la religión del corazón, como se expone en el Deuteronomio: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6:5). El corazón, el alma y las fuerzas son la expresión de un amor total, que envuelve a la persona entera, y sobre todo son el testimonio de que la religión de los labios -de rituales y tradiciones sin corazón-, vivida sólo exteriormente, por hipocresía y comodidad, conduce a la destrucción y a la muerte.

Para describir los dos caminos que siempre tiene ante sí el hombre -es más, dentro de él- Marcos

pasa a relatar las costumbres de los fariseos. El punto de partida es una de las costumbres rituales que los piadosos de Israel basaban en el Levítico: lavarse las manos antes de comer. En realidad, la prescripción en un principio sólo afectaba a los sacerdotes y derivaba su motivación subyacente de la santidad, que debía referirse a la vida, en sus diversas manifestaciones. Más tarde, la práctica sacerdotal se extendió a todos. Los discípulos de Jesús no se adhirieron a esta tradición, provocando la perplejidad y el resentimiento de los fariseos.

Este es el punto de partida de la discusión, pero el problema que plantea Jesús es mucho más radical, porque -como suele ocurrir en la vida- detrás de aspectos aparentemente marginales se esconden cosas mucho más profundas. La respuesta a la objeción de los fariseos y escribas acerca de que los discípulos no se lavaran las manos antes de la comida gira en torno a un texto de Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. He aquí la cuestión: la religiosidad de los labios carece de raíz si no se apoya en la verdad del corazón. El creyente debe examinarse primero a sí mismo y a los motivos de sus acciones.

Las tradiciones humanas no siempre descienden de la Sabiduría de Dios. Hay costumbres que constituyen una cómoda coartada de la verdadera fe. En efecto, la hipocresía humana puede servirse de leyes y preceptos para mantener el poder y dominar las conciencias. Así ocurrió con una corriente del fariseísmo, con la que polemizan los Evangelios. El fariseísmo nació en una época trágica (el período macabeo) para reafirmar la lealtad y la adhesión total a Dios y a su Torá. Con el paso del tiempo, sin embargo -como ocurre muy a menudo en las comunidades religiosas- esta intención tan noble de querer ofrecer a Dios una alabanza perfecta se había transformado. La alabanza perfecta a Dios se había convertido -al menos en algunas de sus expresiones- en desprecio hacia los demás.

El arraigo en el pasado, que a menudo contiene un aspecto de nobleza digna porque es un retorno a las raíces, corre el riesgo de convertirse en una cárcel si no está atento a la Palabra de Dios que brota y a las instancias auténticas de la vida. Una cárcel y una coartada. Incluso el sábado más sagrado, con todo lo que representa, puede convertirse en una blasfemia, si no se tiene en cuenta que el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.

Pues la imagen de Dios es el ser humano. Los guardianes de la santa ley y de los altares sagrados pueden convertirse a veces en despreciables denigradores del ser humano, porque se interesan más por la ley que por el hombre. No se dejan cuestionar por la Palabra, porque están demasiado acostumbrados a cuestionar a los demás. Tienen la presunción del conocimiento y no del amor. Volvemos así a la importancia de la religión del corazón, expresada en el Deuteronomio. Sólo quien tiene un corazón libre está abierto a la novedad y a la acción de Dios, que cada día hace nuevas todas las cosas.

Pro. Dr. Ramón A. Paredes Rz.

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1 de septiembre 2024