Los venezolanos no necesitamos celebrar Halloween, el famoso e internacional, día en que los fantasmas, brujas y otros espectros del inframundo tienen la noche libre para hacer y deshacer.

A nosotros nos llegó la oscuridad desde hace mucho tiempo y vivimos literalmente en tinieblas, entre otras razones, por la espantosa situación del Sistema Eléctrico Nacional que cayó en manos inexpertas, al igual que la industria petrolera, que cada día que pasa se deteriora más y más.

En nuestro país, en otros tiempos luminoso, ahora deambulan libremente varios fantasmas malévolos que causan mucho daño sobre nuestra tierra y sobre sus habitantes. Los fantasmas del hambre, de la corrupción, de las mentiras y los engaños; los de la falta de credibilidad, de la violencia de todos contra todos. Tampoco faltan los espectros de las injusticias: el que castiga con torturas al que piensa distinto. Los fantasmas de las marcadas diferencias, unos que tienen muchos dólares, camionetas últimas modelo, lujos y confort, otros, que por el contrario, no tienen ni cómo llevarse un bocado de comida a la boca.

Ahora se añada el fantasma de la incertidumbre por el futuro de nuestros hijos, debido, no solamente a los problemas del país, sino también a la presencia de un virus que vino a trastocar, la existencia misma de los terrícolas. Cada uno de estos espectros, con su carga de sufrimiento que agota y entristece. Seres del inframundo, que borran las sonrisas de un pueblo que era alegre, dicharachero, amistoso. ¿Quién puede estar feliz o celebrar Navidades por decreto, cuando su vida transcurre en un ir y venir en busca de alimentos, medicinas, ropa , calzado; cuando su vida ocurre, sabiendo que el dinero que gana no le alcanza ni para un paquete de Harina Pan, que dicho sea de paso, sube su precio constantemente, porque tampoco hay solidaridad en la principal empresa, que por décadas suministró el llamado “pan de los venezolanos”.

Los espectros asustan

Una madre llora porque ve como su hijita de 8 años, enflaquece ante sus ojos sin poder hacer nada porque está sola, intentando ganarse el sustento, pero no lo logra. Sus esfuerzos son en vano: trabajo no hay, solamente desesperación.

La desnutrición, es otra aparición, que ronda y se señorea por pueblos y ciudades. Es inadmisible, pero cierto, que en Venezuela la gente se esté muriendo de hambre, de inanición.

Una maestra, cuya sagrada misión es enseñar y educar no puede cumplir con su deber porque no tiene cómo movilizarse, no tiene con qué comer, y mucho menos cómo vestirse adecuadamente para salir. El hambre duele en el estómago y en el corazón también.

Un estudiante que tenía sus sueños puestos en graduarse para “labrarse un futuro mejor” está imposibilitado para hacerlo, porque entre otras razones, su universidad está sumida en una profunda crisis, y por más esfuerzos que se hagan, sin un presupuesto justo, las calamidades se ciernen sobre los centros educativos, como una tempestad indetenible.

Los agricultores de manos recias, y piel curtida por el sol, acostumbrado a bregar sembrando, cultivando y cosechando para llevar el alimento que la tierra provee, están pasando por problemas muy graves, entre ellos: no pueden sacar sus productos a la venta porque la gasolina en el país, se acabó y ya, su extenuante labor no le permite ni alimentar a su familia, ni comercializar el fruto de su trabajo.

La oración exorciza la maldad

Son tantos los monstruos terribles que nos agobian que solamente la fe en Dios, nuestro señor, nos puede dar las herramientas para soportar, quién sabe hasta cuándo, el ignominioso padecimiento de un pueblo que sucumbe ante la agresión constante de los engendros que nos azotan.

La única manera para exorcizar tanta maldad circundante, tantos padecimientos, es la fe, la oración y la certeza de que todo en la vida pasa, nada es eterno, y las tinieblas tienen que disiparse porque los venezolanos, en su gran mayoría somos gente buena, somos creyentes y sabemos rezar. En este tiempo de ataques despiadados que nos vulneran, la solidaridad se impone en nuestros corazones. Debemos compartir lo poco o lo mucho que tenemos con aquellos que no poseen nada. Tenemos que ser, cada uno de nosotros, un faro de luz para disipar la oscuridad reinante. Debemos ser protagonistas del cambio que requerimos para salir de este infierno en que nos encontramos.

Lo más preocupante de este constante ataque de monstruos del averno es que aquellos que estarían llamados a exorcizarlos o no tienen la mínima idea de cómo hacerlo, o simplemente están tranquilos, desde sus respectivas burbujas de protección, y no les importa ese 96 por ciento de los venezolanos que sobreviven en pobreza y sin esperanzas de que la situación mejore.

Ojala, muy pronto sintamos la magia de una transformación positiva que nos devuelva ese país de colores, de alegría, de prosperidad, de unión, de progreso, que una vez tuvimos.

Queremos salir de las noches oscuras y tenebrosas de un Halloween, que en Venezuela se eterniza y que no es motivo de fiesta, sino de desolación colectiva.

Redacción .C.C